que si, porque era cierto y el Baudilio tercio entonces que la lengua en el culo y que para eso estaban las senas. Pero yo dije que si y el echo una brisca y Baudilio sacudio el rey pero yo no tenia para matar al rey aunque tenia triunfo y ellos se llevaron la baza.

Goyo jadeaba. El sudor le escurria por la piel lo mismo que cuando luchaba con los barbos desde la presa. Le exaltaba una irritacion creciente a causa de la conciencia de que Trino estaba muerto y no podia oirle. Por eso voceaba a el Senderines en la confianza de que algo le llegara al otro y el Senderines le miraba atonito, enervado por una dolorosa confusion. La Ovi permanecia muda, con las chatas manos levemente crispadas sobre el respaldo de una silla. Goyo vocifero:

– Bueno, pues Trino, sin venir a cuento, se levanta y me planta dos guantadas. Asi, sin mas; va y me dice: «Toma y toma, por tu triunfo.» Pero yo si tenia triunfo, lo juro por mi madre, aunque no pudiera montar al rey, y se lo ensene a Baudilio y se puso a reir a lo bobo y yo le dije a Trino que era un mermado y el se puso a vocear que me iba a pisar los higados. Y yo me digo que un hombre como el no tiene derecho a golpear a nadie que no pese cien kilos, porque es lo mismo que si pegase a una mujer. Pero estaba cargado y queria seguir golpeandome y entonces yo me despache a mi gusto y me jure por estas que no volveria a mirarle a la cara asi se muriera. ?Comprendes ahora?

Goyo monto los pulgares en cruz y se los mostro insistentemente a el Senderines, pero el Senderines no le comprendia.

– Lo he jurado por estas -agrego- y yo no puedo ir contigo ahora; ?sabes? Me he jurado no dar un paso por el y esto es sagrado, ?comprendes? Todo ha sido tal y como te lo digo.

Hubo un silencio. Al cabo, anadio Goyo, variando de tono:

– Quedate con nosotros hasta que le den tierra manana. Duerme aqui; por la manana bajas al pueblo y avisas al cura.

El Senderines denego con la cabeza:

– Hay que vestirle -dijo-. Esta desnudo sobre la cama.

La Ovi volvio a llevarse las manos a la boca:

– ?Ave Maria! -dijo.

Goyo reflexionaba. Dijo al fin, volviendo a poner en aspa los pulgares:

– ?Tienes que comprenderme! He jurado por estas no volver a mirarle a la cara y no dar un paso por el. Yo le estimaba, pero el me dio esta tarde dos guantadas sin motivo y ello no se lo perdono yo ni a mi padre. Ya esta dicho.

Le volvio la espalda al nino y se dirigio al fondo de la habitacion, El Senderines vacilo un momento: «Bueno», dijo. La Ovi salio detras de el a lo oscuro. De pronto, el Senderines sentia frio. Habia pasado mucho calor tratando de vestir a Trino y, sin embargo, ahora, le castaneteaban los dientes. La Ovi le agarro por un brazo; hablaba nerviosamente:

– Escucha, hijo. Yo no queria dejarte solo esta noche, pero me asustan los muertos. Esta es la pura verdad. Me dan miedo las manos, los pies de los muertos, Yo no sirvo para eso.

Miraba a un lado y a otro empavorecida. Agrego:

– Cuando lo de mi madre tampoco estuve y ya ves, era mi madre y era en mi una obligacion. Luego me alegre porque mi cunada me dijo que al vestirla despues de muerta todavia se quejaba. ?Ya ves tu! ?Tu crees, hijo, que es posible que se queje un muerto? Con mi tia tambien salieron luego con que si la gata estuvo hablando sola tendida a los pies de la difunta. Cuando hay muertos en las casas suceden cosas muy raras y a mi me da miedo y solo pienso en que llegue la hora del entierro para descansar.

El resplandor de las estrellas caia sobre su rostro espantado y tambien ella parecia una difunta. El nino no respondio. Del ribazo llego el golpeteo de la codorniz dominando el sordo estruendo de la Central.

– ?Que es eso? -dijo la mujer, electrizada.

– Una codorniz -respondio el nino,

– ?Hace asi todas las noches?

– Si.

– ?Estas seguro?

Ella contemplaba sobrecogida el leve oleaje del trigal.

– Si.

Sacudio la cabeza:

– ?Ave Maria! Parece como si cantara aqui mismo; debajo de mi saya.

Y quiso reir, pero su garganta emitio un ronquido inarticulado. Luego se marcho.

El Senderines penso en Conrado porque se le hacia cada vez mas arduo regresar solo al lado de Trino. Vagamente temia que se quejase si el volvia a manipular con sus piernas o que el sarnoso gato de la Central, que miraba talmente como una persona, se hubiera acostado a los pies de la cama y estuviese hablando. Conrado trato de tranquilizarle. Le dijo:

Que los muertos, a veces, conservan aire en el cuerpo y al doblarles por la cintura chillan porque el aire se escapa por arriba o por abajo, pero que, bien mirado, no pueden hacer dano.

Que los gatos en determinadas ocasiones parece ciertamente que en lugar de «miau» dicen «mio», pero te vas a ver y no han dicho mas que «miau» y eso sin intencion.

Que la noticia le habia dejado como sin sangre, esta es la verdad, pero que estaba amarrado al servicio como un perro, puesto que de todo lo que ocurriese en su ausencia era el el unico responsable.

Que volviera junto a su padre, se acostara y esperase alli, ya que a las seis de la manana terminaba su turno y entonces, claro, iria a casa de Trino y le ayudaria.

Cuando el nino se vio de nuevo solo junto a la balsa se arrodillo en la orilla y sumergio sus bracitos desnudos en la corriente. Los residuos de la C.E.S.A. resaltaban en la oscuridad y el Senderines arranco un junco y trato de atraer el mas proximo. No lo consiguio y, entonces, arrojo el junco lejos y se sento en el suelo contrariado. A su derecha, la reja de la Central absorbia avidamente el agua, formando unos tumultuosos remolinos. El resto del rio era una superficie brunida, inmovil, que reflejaba los agujeritos luminosos de las estrellas. Los chopos de las margenes volcaban una sombra tenue y fantasmal sobre las aguas quietas. El cebollero y la codorniz apenas se oian ahora, eclipsadas sus voces por las gargaras estruendosas de la Central. El Senderines penso con pavor en los lucios y, luego, el la necesidad de vestir a su padre, pero los amigos de su padre o habian dejado de serlo, o estaban afanados, o sentian miedo de los muertos. El rostro del nino o se ilumino de pronto, extrajo la cajita de betun del bolsillo y la entreabrio. El gusano brillaba con un frio resplandor verdiamarillo que reverberaba en la cubierta plateada. El nino arranco unas briznas de hierba y las metio en la caja. «Este bicho tiene que comer -penso-, si no se morira tambien.» Luego tomo una pajita y la aproximo a la luz; la retiro inmediatamente y observo el extremo y no estaba chamuscado y el imagino que aun era pronto y volvio a incrustarla en la blanda fosforescencia del animal. El gusano se retorcia impotente en su prision. Subitamente, el Senderines se incorporo y, a pasos rapidos, se encamino a la casa. Sin mirar al lecho con el muerto, se deslizo hasta la mesilla de noche y una vez alli coloco la luciernaga sobre el leve montoncito de yerbas, apago la luz y se dirigio a la puerta para estudiar el efecto. La puntita del gusano rutilaba en las tinieblas y el nino entreabrio los labios en una semisonrisa. Se sentia mas conforme. Luego penso que deberia cazar tres luciernagas mas para disponer una en cada esquina de la cama y se complacio previendo el conjunto.

De pronto, oyo cantar abajo, en el rio, y olvido sus proyectos. No tenia noticias de que el Pernales hubiera llegado. El Pernales bajaba cada verano a la Cascajera a fabricar piedras para los trillos. No tenia otros utiles que un martillo rudimentario y un pulso matematico para golpear los guijarros del rio. A su golpe estos se abrian como rajas de sandia y los bordes de los fragmentos eran agudos como hojas de afeitar. Canor y el, antano, gustaban de verle afanar, sin precipitaciones, con la colilla apagada fija en el labio inferior, el parcheado sombrero sobre los ojos, canturreando perezosamente. Las tortolas cruzaban de vez en cuando sobre el rio como rafagas: y los peces se arrimaban hasta el borde del agua sin recelos porque sabian que el Pernales era inofensivo.

Durante el invierno, el Pernales desaparecia. Al concluir la recoleccion, cualquier manana, el Pernales ascendia del cauce con un hatillo en la mano y se marchaba carretera adelante, hacia los tesos, canturreando. Una vez, Conrado dijo que le habia visto vendiendo confituras en la ciudad, a la puerta de un cine. Pero Baudilio, el capataz de la C.E.S.A., afirmaba que el Pernales pasaba los meses frios mendigando de puerta en puerta. No faltaba quien decia que el Pernales invernaba en el Africa como las golondrinas. Lo cierto es que al anunciarse el verano llegaba puntualmente a la Cascajera y reanudaba el oficio interrumpido ocho meses antes.

El Senderines escuchaba cantar desafinadamente mas abajo de la presa, junto al puente; la voz del Pernales ahuyentaba las sombras y los temores y hacia solubles todos los problemas. Cerro la puerta y tomo la vereda del rio. Al doblar el recodo diviso la hoguera bajo el puente y al hombre inclinandose sobre el fuego sin cesar de cantar. Ya mas proximo distinguio sus facciones rojizas, su barba de ocho dias, su desastrada y elemental indumentaria. Sobre el pilar del puente, un cartelon de brea decia: «Se benden penales para trillos.»

El hombre volvio la cara al sentir los pasos del nino:

– Hola -dijo-, entra y sientate. ?Vaya como has crecido! Ya eres casi un hombre. ?Quieres un trago?

El nino denego con la cabeza.

El Pernales empujo el sombrero hacia la nuca y se rasco prolongadamente:

– ?Quieres cantar conmigo? -pregunto-. Yo no canto bien, Pero cuando me da la agonia dentro del Pecho, me pongo a cantar y sale.

– No -dijo el nino.

– ?Que quieres entonces? Tu padre el ano pasado no necesitaba piedras. ?Es que del ano pasado a este se ha hecho tu padre un rico terrateniente? Ji, ji, ji.

El nino adopto una actitud de gravedad.

– Mi padre ha muerto -dijo y permanecio a la expectativa.

El hombre no dijo nada; se quedo unos segundos perplejo, como hipnotizado por el fuego. El nino agrego:

– Esta desnudo y hay que vestirle antes de dar aviso.

– ?Ahi va! -dijo, entonces, el hombre y volvio a rascarse obstinadamente la cabeza. Le miraba ahora el nino de refilon. Subitamente dejo de rascarse y anadio:

– La vida es eso. Unos viven para enterrar a los otros que se mueren. Lo malo sera para el que muera el ultimo.

Los brincos de las llamas alteraban a intervalos la expresion de su rostro, El Pernales se agacho para arrimar al fuego una brazada de pinocha. De reojo observaba al nino. Dijo:

– El Pernales es un pobre diablo, ya lo sabemos todos. Pero eso no quita para que a cada paso la gente venga aqui y me diga: «Pernales, por favor, echame una mano», como si Pernales no tuviera mas que hacer que echarle una mano al vecino. El negocio del Pernales no le importa a nadie; al Pernales, en cambio tienen que importarle los negocios de los demas. Asi es la vida.

Sobre el fuego humeaba un puchero y junto al pilar del puente se amontonaban las esquirlas blancas, afiladas como cuchillos. A la derecha, habia media docena de latas abolladas y una botella. El Senderines observaba todo esto sin demasiada atencion y cuando vio al Pernales empinar el codo intuyo que las cosas terminarian por arreglarse:

– ?Vendras? -pregunto el nino, al cabo de una pausa, con la voz quebrada.

El Pernales se froto una mano con la otra en lo alto de las llamas. Sus ojillos se avivaron:

– ?Que piensas hacer con la ropa de tu padre? -pregunto como sin interes-.

Eso ya no ha de servirle. La ropa les queda a los muertos demasiado holgada; no se lo que pasa, pero siempre sucede asi.

Dijo el Senderines:

– Te dare el traje nuevo de mi padre si me ayudas.

– Bueno, yo no dije tal -agrego el hombre-. De todas formas si yo abandono mi negocio para ayudarte, justo es que me guardes una atencion, hijo. ?Y los zapatos? ?Has pensado que los zapatos de tu padre no te sirven a ti ni para sombrero?

– Si-dijo el nino-. Te los dare tambien.

Experimentaba, por primera vez, el raro placer de disponer de un resorte para mover a los hombres El Pernales podia hablar durante mucho tiempo sin que la colilla se desprendiera de sus labios.

– Esta bien -dijo. Tomo la botella y la introdujo en el abombado bolsillo de su chaqueta. Luego apago el fuego con el pie:

– Andando -agrego.

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