de la muceta azul ribeteada de piel de conejo debia de ser Sylvia Drake… o sea, que al fin se habia licenciado en literatura britanica. El titulo de la senorita Drake habia sido la irrision del college; habia tardado mucho tiempo en obtenerlo y rehacia continuamente la tesis, desesperada. Apenas recordaria a Harriet, que era mucho mas joven que ella, pero Harriet la recordaba muy bien, siempre entrando y saliendo de la sala de estudiantes durante su ano de residencia y charlando sobre el amor cortes del Medievo. ?Santo cielo! Y se acercaba aquella mujer espantosa, Muriel Campshott, a recordarle que se conocian. Campshott siempre habia tenido sonrisa de tonta y seguia teniendola. E iba vestida en un tono de verde espeluznante. Preguntaria: «?Como se le ocurren las tramas de sus libros?». Lo pregunto. Que cruz de mujer. Y Vera Mollison. Pregunto: «?Esta escribiendo algo?».

– Si, claro -respondio Harriet-. ?Usted sigue dando clases?

– Si… en el mismo sitio -contesto la senorita Mollison-. Pero mis actividades son minucias en comparacion con las suyas.

Como no habia replica posible salvo una risa a modo de disculpa, Harriet se rio a modo de disculpa. Se produjo movimiento. La gente empezaba a trasladarse al patio nuevo, donde iba a descubrirse un reloj, y a ocupar sus puestos en el estrado de piedra que se extendia detras de los arriates. Se oyo una voz que exhortaba con autoridad a los invitados a que dejaran paso al cortejo. Harriet lo aprovecho como excusa para desembarazarse de Vera Mollison y meterse detras de un grupo, cuyas caras le resultaban desconocidas. Vio a Mary Attwood y sus amigas al otro lado del patio, saludandola con la mano. Ella devolvio el saludo. No tenia intencion de cruzar el cesped para reunirse con ellas. Queria mantenerse distante, una unidad entre la multitud oficial.

Anticipandose a su aparicion en publico, el reloj dio las tres detras de unas colgaduras. La grava crujio con las pisadas. Aparecio el cortejo bajo el arco, una fila de personas mayores que iban de dos en dos, ataviadas con el incongruente boato de una epoca mas fastuosa, caminando con la actitud digna e indiferente que caracteriza las ceremonias universitarias en Inglaterra. Cruzaron el patio; subieron al estrado bajo el reloj; los profesores se quitaron las gorras y los birretes de estilo Tudor en senal de deferencia al vicerrector; las profesoras adoptaron una actitud reverencial, propia de un oficio religioso. El vicerrector empezo a hablar con voz fragil, delicada. Hablo de la historia del college; aludio con elegancia a los logros que no pueden calibrarse por el mero paso del tiempo; hizo un chistecito absurdo sobre la relatividad y lo remato con una cita clasica; menciono la generosidad del benefactor y la respetada personalidad del difunto miembro del consejo en cuya memoria se presentaba el reloj; expreso su alegria de poder descubrir el hermoso artefacto, que tanto contribuiria a la belleza del patio, patio que, si bien reciente en cuanto al tiempo, era plenamente digno de ocupar un lugar entre aquellos antiguos y nobles edificios que eran la gloria de nuestra universidad, anadio. En nombre del rector y de la Universidad de Oxford, procedia a descubrir el reloj. Acerco la mano al cordon, y del rostro de la decana se apodero una expresion de nerviosismo, que se transformo en una sonrisa triunfal cuando cayeron las colgaduras sin catastrofes ni contratiempos. El reloj fue descubierto, unas cuantas personas de espiritu atrevido iniciaron una ovacion, y la rectora, con un breve y cuidado discurso, agradecio al vicerrector su amable asistencia y sus bondadosas palabras. La manecilla dorada del reloj se movio y dio los cuartos melodiosamente. Los asistentes soltaron un suspiro de satisfaccion; volvio a congregarse el cortejo, que realizo el trayecto de regreso bajo el arco, y la ceremonia concluyo felizmente.

Mezclada con el gentio, Harriet descubrio horrorizada que Vera Mollison habia vuelto a aparecer, se habia puesto a su lado y estaba diciendo que suponia que todos los escritores de novelas de misterio debian de sentir un gran interes personal por los relojes, porque habia muchas coartadas que se basaban en los relojes y las senales horarias. Un dia habia ocurrido algo extrano en la escuela en la que daba clase, y creia que seria un argumento excelente para una novela policiaca, para cualquier persona lo suficientemente lista para idear tales cosas. Estaba deseando ver a Harriet para contarselo. Plantandose con firmeza en el cesped del patio viejo, a considerable distancia de las mesas de los refrigerios, se puso a relatar el extrano incidente, que requeria una extensa explicacion preliminar. Se acerco una criada con tazas de te. Harriet se hizo con una y enseguida se arrepintio; le impediria una rapida retirada, y se vio pegada a la senorita Mollison para toda la eternidad. Con una oleada de gratitud que le levanto el animo, vio a Phoebe Tucker. La pobre Phoebe, con el mismo aspecto de siempre. Se excuso precipitadamente con la senorita Mollison, le rogo que le contara el incidente del reloj en un momento de mas tranquilidad, se abrio paso entre un monton de togas y dijo:

– ?Hola!

– ?Hola! -replico Phoebe-. Ah, eres tu. ?Gracias a Dios! Empezaba a pensar que no habia nadie de nuestro curso, excepto Trimmer y esa odiosa Mollison. Ven a por unos emparedados. Cosa rara, pero son bastante buenos. ?Como te va? Estupendamente, ?no?

– No me va del todo mal.

– Pero estas haciendo buenas cosas.

– Como tu. Vamos a buscar un sitio donde sentarnos. Quiero que me cuentes lo de la excavacion.

Phoebe Tucker habia estudiado historia, se habia casado con un arqueologo y la combinacion parecia funcionar extraordinariamente bien. Desenterraban huesos, piedras y ceramica en rincones remotos del planeta, escribian libros y daban conferencias en sociedades eruditas. En sus ratos libres habian tenido tres risuenas criaturas, a quienes dejaban tranquilamente en manos de unos abuelos encantados, antes de volver a precipitarse sobre sus piedras y sus huesos.

– Pues acabamos de volver de Itaca. Bob esta como loco con un nuevo grupo de enterramientos y ha elaborado una teoria totalmente original y revolucionaria sobre los ritos funerarios. Esta escribiendo un ensayo que contradice todas las tesis de Lambard, y yo le ayudo moderando los adjetivos y poniendo notas de disculpa a pie de pagina. O sea, Lambard puede ser un viejo imbecil y un retorcido, pero es mas digno no decirlo tal cual. Una cortesia insulsa resulta mas demoledora, ?no crees?

– Infinitamente mas demoledora.

Al fin alguien que no habia cambiado ni un pelo, a pesar de los anos y del matrimonio. Harriet estaba de humor para alegrarse por una cosa asi. Tras un interrogatorio exhaustivo sobre los ritos funerarios, pregunto por la familia.

– Pues estan cada dia mas graciosos. A Richard, el mayor, le fascinan los enterramientos. Su abuela se quedo horrorizada el otro dia cuando lo encontro excavando, con paciencia y correccion, en el monton de basura que habia recogido el jardinero, haciendo una coleccion de huesos. La generacion de la abuela se preocupa mucho por eso de los germenes y la porqueria. Supongo que tienen razon, pero mis retonos no estan tan mal, al fin y al cabo. Asi que su padre le ha regalado una vitrina para que guarde los huesos. Encima, animandolo, dijo madre. Creo que vamos a tener que llevarnoslo la proxima vez, pero la abuela se preocuparia muchisimo, pensando en que no hay alcantarillas y en lo que podrian contagiarle los griegos. Parece que los tres estan saliendo bastante inteligentes, gracias a Dios. ?Te imaginas ser madre de unos retrasados? Que aburrimiento y que pesadez. Si se pudieran inventar, como los personajes de un libro, resultaria mucho mas conveniente para una cabeza bien ordenada.

La conversacion paso de una forma natural a la biologia, a los factores mendelianos y a Un mundo feliz, y se corto en seco ante la aparicion, de entre una multitud de antiguas alumnas, de la que habia sido tutora de Harriet. Phoebe y ella se abalanzaron a saludarla al mismo tiempo. La senorita Lydgate tenia la misma actitud de siempre. Jamas parecia presentarse ningun problema moral a los ojos candidos e inocentes de aquella gran estudiosa. De una escrupulosa integridad personal, aceptaba las irregularidades de los demas con una caridad incondicional. Como cualquier estudiante de literatura, conocia por su nombre todos los pecados del mundo, pero era dudoso que los hubiera reconocido al verlos en la vida real. Era como si una falta cometida por una persona que ella conociera se desarmara y se desinfectara por el contacto. Por sus manos habian pasado muchas jovenes, y ella habia encontrado muchas cosas buenas en todas; no cabia la posibilidad de pensar que fueran malvadas a proposito, como Ricardo III o Yago. Desgraciadas, si; insensatas, si, y tambien expuestas a unas tentaciones complejas y dificiles a las que, afortunadamente, la senorita Lydgate no habia tenido que enfrentarse jamas. Si tenia noticia de un robo, un divorcio o de cosas aun peores, fruncia el entrecejo con expresion de perplejidad y pensaba en lo desdichadas que debian de haber sido aquellas personas para haber cometido tales atrocidades. Solo en una ocasion le habia oido Harriet hablar de alguien que conociera en tono de absoluta reprobacion: una antigua alumna suya que habia escrito un libro de divulgacion sobre Carlyle. «No ha realizado ninguna clase de investigacion -dictamino la senorita Lydgate-, ni ha hecho el menor esfuerzo por llegar a un juicio critico. Se ha limitado a reproducir las habladurias de siempre sin molestarse en comprobar nada. Es un libro de tres al cuarto, una ordinariez, una chapuza. Francamente, me averguenzo de ella.» Pero anadio: «Claro que, segun tengo entendido, la pobrecilla anda muy mal de dinero».

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