– Mira, hijo, estos son Ventura, la mula, y Alfana, el corcel, mis dos caballerias. ?Sabes montar?

– No, senor.

– Pues pronto aprenderas -anuncio, acercandose a mi y poniendome de nuevo la mano en el hombro para dirigirme hacia la entrada de la vivienda.

Accedimos a un inmenso salon que se extendia a derecha e izquierda y en cuyo centro se veia una prolongada mesa de madera con candelabros cortos en los extremos. Tambien habia, aqui y alla, candelabros de pared. En todos ellos las velas ardian e iluminaban muy bien la estancia cuyo suelo era de tierra humeda y dura. Junto a los muros cubiertos de tapices habia sillas de tijera de hierro y cuero, pequenas mensulas, barguenos y taquillones, de cuenta que el lugar parecia muy distinguido y elegante. ?Era aquella la casa de un mercader y su barragana? Ademas, si no recordaba mal, el senor Esteban me habia dicho, en mi isla, que no poseia nada. Si nada tenia, como habia afirmado, ?a que tanto lujo?

– Maria debe de estar esperandonos en su despacho -murmuro mi padre, conduciendome hacia una puerta que habia a la izquierda del salon.

No se oia otra cosa que el zumbido constante de las moscas, tal era el silencio en el que se hallaba sumida aquella parte de la morada. Si la tal Maria Chacon estaba en conocimiento de nuestra llegada desde dias antes por algun tipo de magia o misteriosa intuicion y organizaba siempre unos recibimientos muy alegres, que duda cabia que habia hecho desaparecer como por ensalmo las huellas de cualquier festejo que nos hubiera preparado.

Mi padre abrio la pesada puerta del despacho y entramos. Los asuntos que atendia una mujer como ella en aquel aposento eran algo que yo no podia ni imaginar.

Sentada tras un escritorio de madera oscura donde brillaba la lumbre de un candil, la senora Maria nos contemplo expectante, aspirando el humo de una bonita pipa de cazoleta diminuta y cana muy larga. Un mono pequeno, de pelaje pardo claro (o, quiza, canoso), se balanceaba sobre su hombro y, de vez en cuando, la abrazaba fuertemente por el cuello, como asustado.

– Sientate alla -me mando mi padre, empujandome hacia un banco de madera tallada que quedaba frente al escritorio, bajo una ventana por la que se colaba la luz y la musica de la habitacion contigua. El tomo asiento al otro lado de la mesa, en una silla de brazos tan senorial como la de la senora Maria y, entonces, el mono, con un grito de alegria, dio un salto muy largo y paso del hombro de ella al hombro de el. Debia de estar muy ciego si no le habia visto antes, de modo que tenia que ser bastante viejo.

– ?Hola, Mico! -le saludo mi padre, acariciandole el lomo. El animal se le subio por la cabeza, paso al otro hombro, regreso al anterior y, dando un nuevo salto, torno con su ama. No parecio percatarse de mi presencia.

– Nunca llegas hasta Puerto Rico en tus viajes -empezo a decir la mujer, dejando la pipa en un platillo de barro y cruzando los dedos de las manos sobre la mesa-, y serias el mejor de los mentirosos del mundo si hubieras logrado hacerme creer una historia tan absurda como la de esos amorios de una noche con una criada india que, de buenas a primeras, te entrega un hijo de quince anos. ?Y que decir de esa larga y profunda mirada hacia el corro de vecinos que te escuchaba…? Me suena todo a conseja de vieja, a patrana y a embuste, Estebanico. ?Quien es este mestizo que no se te parece ni en el blanco del ojo?

Mi padre se echo a reir con gusto, cosa que parecio afrentar a la senora Maria, que se puso en pie y, cogiendo el candil con una mano y dejando al mono sobre el respaldo de su silla, se allego hasta mi como un tornado.

– ?Levantate, muchacho! -me ordeno de malos modos.

Yo, solo de pensar que tenia delante a una antigua prostituta de Sevilla y, por mas, madre de mancebia, creia morir de espanto. ?Si mis buenos y verdaderos padres pudiesen verme en ese momento!

– ?Es que no me has oido? -repitio, acercandome la llama al rostro mientras el senor Esteban seguia riendo a sus espaldas.

– Si, senora -proferi nerviosa, abandonando el sombrero en el asiento e incorporandome con diligencia.

– Tu pelo… -dijo levantando el brazo hasta mi altura y pasandome una mano por la cabeza-. Tu pelo, aunque lacio, es demasiado sedoso para ser de indio y tu frente demasiado redonda y tu mismo eres demasiado agraciado para ser… Tienes buena apostura y gentiles maneras… Por fuerza, por… fuerza… ?Eres una mujer!

Mire a mi padre en busca de ayuda pero el seguia riendose con tal impetu que parecia que iba a reventar.

– Si, senora -musite, muerta de miedo. Y es verdad que las piernas me temblaban y que no iban a sostenerme mucho mas tiempo.

– ?Una moza! -exclamo, escandalizada-. Y debes de tener unos diecisiete o dieciocho anos como poco, ?no es verdad?

– Si, senora.

– ?Estebanico! -grito, volviendose hacia mi padre que ya no podia mas y se doblaba por las ijadas riendo a lagrima viva. Al verle en ese estado, la senora Maria se acerco a la mesa, recogio bruscamente su pipa, se la puso en la boca y, dandole la espalda muy ofendida, se encaro conmigo-. Vamos a ver, nina… ?De donde demonios has salido tu…? ?Esteban, deja de reirte o marchate de aqui ahora mismo!

Pero el no hizo ni lo uno ni lo otro. Siguio disfrutando de buen grado mientras yo le contaba a la tal Maria - que acabo sentandose junto a mi en el banco de madera- toda mi historia y la historia del rescate en mi isla apenas dos semanas antes. Cuando termine de hablar, mi padre, por suerte, se habia sosegado y nos escuchaba.

– ?Lo entiendes ahora, mujer? -dijo cuando acabe mi relato-. Esos bribones de Hernando Pascual y Pedro Rodriguez la han casado con el pobre tonto de Domingo. No debia consentir semejante desafuero, ?no es verdad? Lo unico que se me ocurrio para socorrerla fue convertirla en hijo mio y traerla aqui para ponerla bajo tus cuidados.

?No pensaria mi padre que yo iba a trabajar en la mancebia, ?verdad?!, me alarme. Mas, al girar los ojos aterrados hacia la senora Maria, vi que dos lagrimas le caian por la cara.

– Nunca sera como… -sollozo, tapandose los ojos con una mano y dejando descansar la otra, con la pipa humeante, sobre las sayas-. Lo sabes, ?verdad?

– Pues claro, mujer -admitio el, levantandose de su silla e hincando una rodilla frente a ella mientras le quitaba la mano de la cara y se la acariciaba-. Nunca. Mas puede ser una buena compania para ambos si decides ayudarnos en esta empresa. Debes olvidar que se trata de una mujer y tratarla como a un muchacho hasta que su matrimonio con Domingo Rodriguez se resuelva de algun modo. Sin duda, la dan por muerta pero, si reapareciere, estaria perdida. Ya buscaremos remedio.

La senora Maria se solto de el y se seco las lagrimas.

– ?Sea! -admitio-. Pero que no crea que va a llevar una vida regalada a nuestra costa. Bastantes problemas tenemos ya. Buscale algun trabajo, Esteban, algo apropiado para un muchacho que sea, al mismo tiempo, decoroso para una joven de buena familia.

– Dejalo en mis manos, mujer -convino el, incorporandose. Ella tambien se levanto y, al punto, se quedo quieta en mitad de la sala, observandome con muda reserva. No me resultaba grato sentir la mirada fija de aquellos ojos, tan negros que no permitian advertir la pupila. Me revolvi en el asiento, enojada, y parecio que mi gesto ponia fin a su ensalmo.

– Una cosa mas, muchacha -murmuro, cavilosa-. Quien denuncio secretamente a tu padre ante la Inquisicion fue tu querida ama Dorotea.

– ?Que decis? -repuse, agraviada. ?Estaba loca aquella mujer?

– Sin duda fue por afecto hacia vuestra madre y hacia vosotros dos -comento con lastima-. La poca sal de su mollera la llevo a creer que, si los curas le daban un buen susto a tu padre, el se tornaria un sincero y devoto cristiano. Las mentes simples casi siempre yerran en sus juicios -tengo para mi que hablaba con un tonillo de superioridad-. Fue ella la que os enseno a rezar a tu hermano y a ti cuando erais pequenos porque en vuestra casa las oraciones y las beaterias estaban prohibidas por vuestro padre. A sus ojos, el era un gran pecador que ponia en peligro vuestras almas. Algo tenia que hacer si, ademas, veia sufrir a tu madre por sus traiciones. No se lo reproches. Ciertamente la idea no fue de ella y, desde luego, no contaba con que iba a acaecer todo lo que luego acaecio. Ella no deseaba que tu padre enfermase y muriese, ni tampoco que tu madre se quitara la vida.

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