Pase toda la noche sentada frente a mi mesa-bajel, escribiendo, pues a la misiva anadi el pliego con las demandas y solicitudes del rey al gobernador de Cartagena. Conocia, desde tiempo ha, que el rey estaba deseando parlamentar y poner fin a aquella guerra. Su posicion era fuerte pues jamas habia perdido una sola batalla entretanto que los espanoles las habian perdido todas. Aquello no podia continuar. De modo que, conociendo este deseo, se me ocurrio utilizar la desaparicion de mi padre como pago de las muchas deudas que yo tenia contraidas con Benkos, facilitandole la negociacion con el gobernador y proporcionandole una forma de inquietar a las autoridades y a las personas principales de la ciudad para que obligaran a don Jeronimo a negociar con el rey. Le mande, muy bien escrito, el pliego con todas sus demandas y su oferta, mas no imagine que Benkos anadiria sus propias e increibles licencias, como la de vestir a la espanola y entrar armado en las ciudades. Eso fue cosa suya.

Al amanecer, tras despedirnos afectuosamente de madre y de las mozas que, como ocasion unica que era, vinieron al puerto para decirnos adios, zarpamos de Santa Marta sabiendo que tardariamos mucho en volver, que habian de acontecer muchos extraordinarios sucesos antes de que regresaramos y que existia el peligro de que alguna cosa saliera mal y nuestro retorno no fuera tan feliz como deseabamos. A estas alturas, tanto los marineros como las mozas conocian la situacion. Mi padre los habia reunido en el gran salon mientras yo escribia en mi aposento y les habia puesto al tanto de todo, pues su ayuda y su silencio nos iban a resultar muy precisos. Contarlo a las mozas fue decision de madre, que dijo que alli todo el mundo era de la familia y que hasta los animales debian estar presentes para escuchar el proposito. Mi senor padre, como siempre, cedio.

Todo estaba muy pensado. En cuanto bajamos a tierra en Cartagena de Indias, mande prestamente a Juanillo al taller de carpinteria con la misiva y el pliego para el rey Benkos, pidiendole que rogara al esclavo que trabajaba alli que enviase el mensaje con la mayor premura para que llegase cuanto antes a su destino. Quienes debiamos acompanar a mi padre a la hacienda de Melchor eramos los cuatro espanoles de a bordo. A nosotros tendria que prestarnos atencion el alcalde, que ejercia de juez en cuestiones civiles, pues, al ser espanoles y cristianos, la ley no le permitia ignorar nuestra demanda ni nuestros testimonios. Asi pues, Jayuheibo, Anton, Negro Tome y Miguel quedaron a la espera, en el puerto, por si su ayuda nos era precisa para volver al barco ya que sabia de cierto que Melchor de Osuna emplearia a sus hombres para obligarnos a salir de la hacienda por la fuerza.

Cuando estuvimos a la distancia correcta, mi padre nos detuvo bajo aquellos cocoteros, el sombreado lugar en el que podriamos esperar una hora sin morir bajo los rayos del sol. Lucas, Rodrigo, Mateo y yo estabamos muy inquietos, no sabiamos como acabaria aquella extrana jornada ni si las cosas saldrian como esperabamos. Por mas, yo tenia ante mi, pasara alli lo que pasase, un largo dia de sufrimiento pensando en mi padre, que estaria caminando solo por las peligrosas montanas y las temibles cienagas hasta que los hombres de Benkos le salieran al encuentro.

Acomodados en el suelo, bajo la sombra, recuerdo que empezamos a charlar y a reir y que, cuando vimos salir a mi senor padre de la hacienda e internarse discretamente en la selva, hicimos como que no le habiamos advertido por poder jurar luego que habia sido asi, y, entonces, empezamos a armar bulla y jarana, mas porque no podiamos estar sosegados sabiendo lo que se avecinaba que por verdadera diversion.

Cuando la hora se cumplio, comenzamos a representar nuestros personajes. Todo debia parecer muy cierto, incluso entre nosotros, de cuenta que, convencidos de estar diciendo la verdad, nadie pudiera arrancarnos otra cosa. Entramos en la hacienda, conocimos a Manuel Angola, el esclavo que luego seria nuestro principal valedor en las declaraciones (aunque en ese momento no lo sabiamos, ni el tampoco), nos enfrentamos a Melchor que, en efecto, debio de pensar que estabamos locos, y recibimos la paliza con estacas que nos propinaron sus hombres. Quiza hubieramos podido evitarla si Mateo no hubiera desenvainado la espada, mas como ya contabamos con ella y Mateo, llegado el caso, resultaba bastante ingobernable en lo que a las armas se refiere, salimos de aquella aventura descalabrados y malheridos, mucho mas de lo que yo me habia figurado. Con todo, el asunto estaba saliendo muy bien, punto por punto a lo planeado, mas los terribles dolores que sentia en el cuerpo no me dejaron felicitarme y, sin duda, aquella noche estaba demasiado preocupada por mi padre como para vanagloriarme de mi primera victoria.

A la manana siguiente, inquieta y magullada, principie la segunda doblez de la celada. Con ayuda de Jayuheibo, Anton, Miguel y Juanillo, baje a tierra y comence a pasear por el puerto y el mercado para ser vista por las gentes. Yo queria que me viesen, era preciso que algunos de nuestros amigos mercaderes, los mas alborotadores a ser posible, me descubriesen en aquel lamentable estado para poder contar lo acaecido y que la voz empezara a circular por toda Cartagena. Solo con un tumulto popular obtendria la fuerza y el escudo que necesitaba frente a los Curvos. Cuanto mas ruidoso fuera el escandalo menos se atreverian a tocarnos y mas obligado estaria don Alfonso, el alcalde, a brindarme su atencion. Toparme con Juan de Cuba y sus compadres (Cristobal Aguilera, Francisco Cerdan y Francisco de Oviedo) fue la mayor de las venturas. Todos eran hombres de avanzada edad, muy conocidos en Cartagena, y, por sobre todas las cosas, pendencieros, camorristas y bullangueros. Justo lo que precisaba, ni mas ni menos.

Entretanto mis compadres se dolian en la nao, yo presentaba mis respetos a don Alfonso de Mendoza y Carvajal, alcalde de la ciudad y juez para las causas civiles, a quien presente mi demanda sabiendo que intentaria echarla por tierra y tapar como fuera el engorroso asunto, pues afectaba a un rico comerciante que era, por mas, primo de una de las principales familias de toda Tierra Firme y de Nueva Espana. Pese a ello, a mi no se me daba nada de lo que intentara hacer don Alfonso. Todo lo habia previsto para que no pudiera evadirse con ningun pretexto.

Sabia que, ante el alcalde, solo debia hablar de la desaparicion de mi padre y de que tenia para mi que habia muerto a manos de Melchor, facilitando razones suficientes para que se abriera obligatoriamente el proceso. Si implicaba a los Curvos con alguna alusion a los negocios sucios de su primo, estos no dudarian en intervenir con todas sus armas y recursos, pues se trataba de su hacienda y de su riqueza, y no las iban a poner en peligro. Mi enemigo tenia que ser solo Melchor de Osuna, de cuenta que los Curvos no se sintieran amenazados y prefirieran abandonar al primo a su suerte, dejandolo solo frente a la justicia. Debia cenirme al asunto de mi padre y por ello lo habia robustecido con motivos personales, de dineros y de propiedades, que los tenia, mas, para asegurarlo, contaba con la declaracion del esclavo que aun debia aparecer. No sentia temor a este respecto, pues me fiaba de Benkos y de sus muchas capacidades.

De quien no me fiaba era del de Osuna, que acaso, si la rabia le nublaba el entendimiento, tuviera el mal pensamiento de matarnos. Por eso estableci los turnos de guardia en la Chacona y por eso alente a los mercaderes y a las gentes que ya conocian la desaparicion de mi padre y la paliza que nos habian dado los esclavos de Melchor a que propagasen aun mas el asunto por toda la ciudad, indignando a las gentes, provocando comentarios y suposiciones, e iniciando las batidas de busqueda del cuerpo de mi padre que el alcalde parecia remiso a organizar. Cuando tan incontable numero de vecinos dejaron sus casas y cerraron sus negocios para salir al campo, empece a sentirme mas tranquila. Si Melchor intentaba agredirnos se haria a si mismo un flaco servicio. Las batidas, por mas, reforzarian la certidumbre en el asesinato pues el cuerpo de mi padre, de haber ido bien su escapada, no iba a aparecer y todos acabarian creyendo que Melchor lo habia tirado al fondo de alguna cienaga ya que, se dirian las gentes, en algun lugar tenia que estar Esteban Nevares o su cuerpo muerto.

Al cabo de una semana, mientras aun continuaban las busquedas, mande una carta a madre para, supuestamente, contarle lo acaecido. En realidad, era un mensaje en el que le informaba de que todo estaba saliendo bien («No vengais a Cartagena») y de que mi padre debia de haber llegado sano y entero al palenque de Benkos («Enviad caudales para nuestro sostenimiento»), pues, realmente, su cuerpo no habia aparecido. Si algo hubiera salido mal en el artificio, le habria tenido que pedir a madre que se personara en Cartagena y, si era a mi padre a quien le habia acaecido algo durante su huida, le habria escrito que no nos hacian falta caudales porque ibamos a regresar pronto.

El dia lunes que se contaban veintinueve del mes de noviembre dieron comienzo, por fin, las declaraciones. El momento final se acercaba. En cuanto apareciera el esclavo de Melchor prevenido por Benkos, lanzaria el disparo final.

Cuando vi a Manuel Angola acercarse al alcalde, temi que todo hubiera salido mal. No ibamos a tener la buena ventura de que el propio capataz de la finca, el que nos habia impedido el paso a nosotros y nos habia dicho que mi padre se habia marchado de alli delante del mismisimo Melchor, fuera ahora a desdecirse y a jurar que mi padre nunca salio de aquel sitio. A fe mia que pase mas miedo que cuando el ama Dorotea me tiro a las temibles aguas del oceano sin saber nadar. Por eso, al oirle decir aquel no tan alta y claramente cuando el licenciado Arellano le pregunto si mi padre habia salido de la hacienda, se me ahueco el corazon y no di un gran

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