Fred Vargas

Un lugar incierto

Traduccion del frances de Anne-Helene Suarez Girard

Titulo original: Un lien incertain

1

El comisario Adamsberg sabia planchar las camisas; su madre le habia ensenado a aplanar la pieza de los hombros y alisar la tela alrededor de los botones. Desenchufo la plancha, guardo la ropa en su maleta. Afeitado, peinado, se iba a Londres, era ineludible.

Corrio la silla para instalarse en el cuadrado de sol de la cocina. La sala daba a tres lados, de modo que se pasaba el tiempo desplazando la silla alrededor de la mesa redonda siguiendo la luz, como el lagarto va dando la vuelta a la roca. Adamsberg dejo su tazon de cafe del lado este y se sento de espaldas al calor.

Estaba de acuerdo en ir a ver Londres, comprobar si el Tamesis tenia el mismo olor a colada enmohecida que el Sena, escuchar los gritos de las gaviotas. Cabia la posibilidad de que las gaviotas gritaran de forma diferente en ingles que en frances. Pero no tendria tiempo. Tres dias de coloquio, diez conferencias por sesion, seis debates, una recepcion. Habria mas de un centenar de policias de alto copete apinados en ese gran vestibulo, maderos y nada mas que maderos, venidos de veintitres paises para optimizar la gran Europa policial y, mas precisamente, para «armonizar la gestion de los flujos migratorios». Era el tema del coloquio.

Director de la Brigada Criminal de Paris, Adamsberg tendria que hacer acto de presencia, pero no le preocupaba. Su participacion seria ligera, casi eterea, por una parte debido a su hostilidad respecto a la «gestion de los flujos», por otra porque nunca habia sido capaz de memorizar una sola palabra de ingles. Acabo tranquilamente su cafe, mientras leia el mensaje que le habia enviado el comandante Danglard. 13:20 en recepcion. Puto tunel. Tengo chaqueta decente para vd., con corb.

Adamsberg paso el pulgar por la pantalla de su telefono, borrando asi el agobio de su adjunto como quien quita el polvo a un mueble. Danglard estaba poco adaptado a la marcha a pie, a la carrera, aun peor a los viajes. Cruzar la Mancha por el tunel lo atormentaba tanto como pasar por encima en avion. Aun asi, no habria cedido su plaza a nadie. El comandante llevaba treinta anos anclado en la elegancia del traje britanico, en la que contaba para compensar su natural carencia de estilo. Partiendo de esa opcion vital, habia extendido su gratitud a todo el Reino Unido, convirtiendose en el arquetipo mismo del frances anglofilo, adepto de la finura de modales, de la delicadeza, del humor discreto. Salvo cuando abandonaba toda moderacion, que es lo que constituye la diferencia entre el frances anglofilo y el ingles de verdad. Asi, la perspectiva de pasar unos dias en Londres le hacia ilusion, con o sin flujo migratorio. Solo quedaba superar el obstaculo de ese puto tunel que atravesaria por primera vez.

Adamsberg enjuago el tazon, cogio su maleta preguntandose que tipo de chaqueta y de corb habia elegido para el el comandante Danglard. Su vecino, el viejo Lucio, propinaba fuertes golpes a la puerta acristalada, estremeciendola con su puno considerable. La Guerra Civil espanola se le habia llevado el brazo izquierdo cuando tenia nueve anos, y parecia que el derecho hubiera crecido en consecuencia para concentrar en si solo la dimension y la fuerza de ambas manos. Con el rostro pegado a los cristales, llamaba a Adamsberg con la mirada, imperioso.

– Vente -farfullo en tono de mando-, no la saco ni de cona. Necesito tu ayuda.

Adamsberg dejo su maleta fuera, en el jardincillo desordenado que compartia con el viejo espanol.

Me voy tres dias a Londres, Lucio. Te ayudare cuando vuelva.

– Demasiado tarde -gruno el viejo.

Y cuando Lucio grunia asi, con sus erres repiqueteantes, producia un ruido tan sordo que Adamsberg tenia la impresion de que el sonido brotaba directamente de la tierra. Adamsberg levanto su maleta, con la mente ya proyectada en la Estacion del Norte.

– ?Que es lo que no puedes sacar? -dijo con voz distante mientras cerraba la puerta con llave.

– La gata que vive en el trastero. Ya sabias que iba a tener crias, ?no?

– No sabia que hubiera una gata en el trastero, y ademas paso.

– Pues ya lo sabes. Y no vas a pasar, hombre. Solo lleva tres. Uno muerto, los otros dos estan todavia atascados, he sentido las cabezas. Yo empujo, masajeando, y tu extirpas. Ojo, no vayas a apretar como un bestia cuando los saques. Un gatito es algo que se te puede desmoronar en la mano como una galleta.

Sombrio y acuciante, Lucio se rascaba el brazo que le faltaba agitando los dedos en el vacio. A menudo habia contado que, cuando perdio el brazo con nueve anos, tenia una picadura de arana que no se habia rascado hasta el final. Y que por esa razon la picadura le seguia escociendo sesenta y nueve anos despues, por no haber podido acabar el rascado, ocuparse de ello a fondo, concluir el episodio. Explicacion neurologica proporcionada por su madre y que para Lucio, a la larga, habia acabado constituyendo una filosofia total, que se adaptaba a cualquier situacion y cualquier sentimiento. Hay que acabar las cosas, o no empezarlas. Ir hasta los posos, incluso en el amor. Cuando un acto de vida lo ocupaba intensamente, Lucio se rascaba su picadura interrumpida.

– Lucio -dijo Adamsberg mas tajante mientras atravesaba el jardincillo-, mi tren sale dentro de una hora y cuarto. Mi adjunto esta agonizando de preocupacion en la Estacion del Norte, y no voy a ayudar a parir a la bicha mientras cien jefes maderos me esperan en Londres. Arreglatelas, y ya me contaras el domingo.

– ?Y como quieres que me las arregle con esto? -exclamo alzando su brazo cortado.

Lucio retuvo a Adamsberg con su mano poderosa, proyectando hacia delante su barbilla prognatica; digna de un Velazquez, segun el comandante Danglard. El viejo no tenia ya la vista como para afeitarse correctamente, y habia pelos que se salvaban de su cuchilla. Blancos y duros, enhiestos aqui y alli, eran como una guirnalda navidena de espinas plateadas que brillaran un poquito al sol. A veces, Lucio se pinzaba un pelo con los dedos, lo sujetaba resueltamente entre las unas, y tiraba de el como quien se arranca una garrapata. No lo soltaba hasta que lo hubiera conseguido, conforme a la filosofia de la picadura de arana.

– Tu te vienes.

– Dejame en paz, Lucio.

– No tienes mas remedio, hombre -dijo Lucio sombrio-. Se te cruza en el camino, tienes que aceptarlo. O te picara toda la vida. Solo son diez minutos.

– Tambien el tren se me cruza en el camino.

– Pero cruza mas tarde.

Adamsberg solto la maleta, rezongo impotente mientras seguia a Lucio hacia el cobertizo. Una cabecita viscosa y empapada de sangre emergia entre las patas del animal. Bajo las directrices del viejo espanol, la sujeto con suavidad mientras Lucio presionaba el vientre con gesto profesional. La gata maullaba terriblemente.

– ?Tira mejor, hombre! ?Agarralo por debajo de las patas y tira! Vamos, con firmeza y suavidad, sin apretar la cabeza. Con la otra mano, rasca la frente a la madre, que esta asustada.

– Lucio, cuando rasco la frente a alguien, se duerme.

– ?Joder! ?Vamos, tira!

Seis minutos despues, Adamsberg dejaba dos ratitas rojas y gimoteantes junto a las otras dos, sobre una

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