De pie en el pasillo, se recolocaba irritada las enaguas negras con una mano, mientras se apoyaba en su nieta con la otra. Si yo hubiera sido tan cruel como Janice, la habria proclamado ipso facto la perfecta bruja de cuento. Solo le faltaba el cuervo al hombro.

Pia salio veloz a saludar a la anciana, que, de mala gana, se dejo besar ambas mejillas y permitio que la sentaran en una silla especial del salon. Invirtieron varios minutos en acomodarla: le llevaron cojines, que colocaron y recolocaron, y una limonada de la cocina, que hizo cambiar de inmediato por otra, esta vez con una rodaja de limon anclada al borde.

– Nonna es nuestra tia, la hermana menor de tu padre -me susurro Peppo al oido-. Ven, que te presento. -Me arrastro para que me cuadrara delante de la anciana y le explico ilusionado la situacion en italiano con la clara expectativa de ver algun signo de gozo en su rostro.

Nonna se nego a sonreir. Por mas que Peppo le pidio -hasta le imploro- que se sumara a nuestra alegria, no logro persuadirla de que encontrara regocijo alguno en mi presencia. Incluso me insto a acercarme para que la anciana me viera mejor, pero lo que vio solo le dio mas motivos para arrugar el gesto y, antes de que Peppo pudiera apartarme de su alcance, se inclino y espeto furiosa algo que yo no entendi, pero que hizo espantarse a todos los demas.

Pia y Peppo practicamente me sacaron del salon, deshaciendose en disculpas.

– ?Lo siento mucho! -no dejaba de decir Peppo, tan abochornado que ni siquiera podia mirarme a los ojos-. ?No se que le pasa! ?Creo que se esta volviendo loca!

– No te preocupes -dije, demasiado perpleja para sentir nada-. Es logico que le cueste digerirlo. Todo esto es demasiado nuevo, hasta para mi.

– Vamos a dar un paseo, luego volvemos -me propuso Peppo, aun aturdido-. Es hora de que te ensene sus tumbas.

El cementerio local era un oasis tranquilo y acogedor, muy distinto de los que yo conocia. Todo el lugar era un laberinto de muros blancos sin techo forrados de tumbas a modo de mosaico. Nombres, fechas y fotos identificaban a los individuos que yacian tras las losas de marmol, y unos conos de bronce sostenian -en nombre de sus anfitriones temporalmente incapacitados- las flores traidas por las visitas.

– Por aqui… -Peppo se apoyo en mi hombro, pero eso no le impidio abrir galantemente la cancela chirriante que conducia a un pequeno santuario algo apartado de la calle principal-. Esto es parte del antiguo…, eh…, panteon de los Tolomei. Casi todo es subterraneo y ya no bajamos alli. Lo de arriba esta mejor.

– ?Es precioso!

Entre en la pequena sala y vi multiples planchas de marmol y un ramo de flores frescas sobre el altar. En un recipiente de cristal rojo que me resultaba vagamente familiar, ardia lenta una vela, lo que indicaba que los Tolomei cuidaban su panteon. De pronto me senti fatal por estar alli sin Janice, pero en seguida lo olvide. De haberme acompanado, seguramente habria fastidiado ese momento con algun comentario sarcastico.

– Aqui esta enterrado tu padre -me indico Peppo-, y tu madre a su lado. -Guardo silencio, como presa de algun recuerdo lejano-. Era tan joven. Pense que me sobreviviria.

Mire las placas de marmol, lo unico que quedaba del profesor Patrizio Scipione Tolomei y de su esposa, Diane Lloyd Tolomei, y el corazon me dio un brinco. Desde que tenia uso de razon, mis padres habian sido poco mas que sombras distantes en un sueno, y jamas habia imaginado que un dia estaria tan cerca de ellos, al menos fisicamente. No se muy bien por que, incluso cuando solo fantaseaba con la posibilidad de viajar a Italia, se me habia ocurrido que lo primero que tenia que hacer era encontrar sus tumbas, por eso le agradecia inmensamente a Peppo que me hubiera ayudado a hacer lo que debia.

– Gracias -le dije en voz baja apretandole la mano, que aun descansaba en mi hombro.

– Su muerte fue una tragedia -dijo meneando la cabeza-, asi como que todo el esfuerzo de Patrizio se perdiera en el incendio. Habia construido una granja preciosa en Malamerenda…, todo desaparecio. Despues del funeral, tu madre compro una casita cerca de Montepulciano y vivio alli con vosotras, con tu hermana y contigo, pero ya no volvio a ser la misma. Le traia flores todos los domingos, pero… -hizo una pausa para sacarse un panuelo del bolsillo- ya nunca mas fue feliz.

– Espera… -Mire las lapidas de mis padres-. ?Mi padre murio antes que mi madre? Pensaba que habian muerto a la vez… -Sin embargo, mientras hablaba, pude ver que las fechas confirmaban ese nuevo dato; mi padre habia muerto mas de dos anos antes que mi madre-. ?Que incendio fue ese?

– Alguien… No, no deberia decir eso… -se reconvino Peppo-. Hubo un incendio terrible. La granja de tu padre ardio. Tu madre tuvo suerte: estaba en Siena de compras con vosotras. Una grandisima tragedia. Pense que Dios la habia protegido, pero a los dos anos…

– El accidente de trafico -murmure.

– Bueno… -Peppo hinco en el suelo la puntera del zapato-. No se que paso realmente. Nadie lo sabe. Pero voy a decirte algo… -Me miro por fin a los ojos-. Siempre he sospechado que los Salimbeni tuvieron algo que ver.

Yo no sabia que decir. Recorde a Eva Maria y su maleta llena de ropa en mi habitacion del hotel, lo amable que habia sido conmigo, y su empeno en que fuesemos amigas.

– Habia un joven -prosiguio Peppo-, Luciano Salimbeni. Era un alborotador. Corrieron muchos rumores. Yo no quiero… -Me miro inquieto-. El incendio… en el que murio tu padre…, dicen que no fue fortuito. Dicen que alguien quiso asesinarlo y destruir su investigacion. Fue terrible. Una casa tan bonita. Pero no se, me parece que tu madre salvo algo de la casa. Algo importante. Documentos. Temia hablar de ello, pero tras el incendio empezo a indagar sobre… cosas.

– ?Que clase de cosas?

– De todo tipo. Yo no sabia las respuestas. Me pregunto por los Salimbeni, por tuneles secretos bajo tierra. Queria encontrar una tumba. Tenia algo que ver con la peste.

– ?La peste… bubonica?

– Si, la gran plaga. La de 1348. -Peppo carraspeo, incomodo-. Tu madre creia que una antigua maldicion persigue a los Tolomei y los Salimbeni, e intentaba averiguar como ponerle fin. La obsesionaba esa idea. Yo queria creerla, pero… -Se ahueco el cuello de la camisa, de pronto acalorado-. Era tan resuelta. Estaba convencida de que todos estabamos malditos. Muerte, destruccion, accidentes… «Caiga la peste sobre vuestras dos familias…», era lo que solia decir. -Suspiro profundamente, reviviendo el dolor del pasado-. Siempre citaba a Shakespeare. Se tomaba muy en serio…Romeo y Julieta. Creia que la tragedia habia sucedido aqui, en Siena. Tenia una teoria… que la obsesionaba. -Peppo meneo la cabeza, incredulo-. No se, yo no soy profesor. Solo se que hubo un hombre, Luciano Salimbeni, que quiso encontrar un tesoro…

No podia evitarlo, tenia que preguntar:

– ?Que clase de tesoro?

– ?Quien sabe? -dijo Peppo encogiendose de hombros-. Tu padre se dedicaba a investigar viejas leyendas. Siempre estaba hablando de tesoros perdidos. En cierta ocasion, tu madre me hablo de uno…, ?como lo llamo…? Los «ojos de Julieta», creo. Ignoro a que se referia, aunque, por lo visto, era muy valioso, y me parece que Luciano Salimbeni iba tras el.

Me moria de ganas de averiguar mas, pero a Peppo se lo veia muy angustiado; se mareaba, y se agarro a mi brazo para no caerse.

– Yo que tu me andaria con muchisimo cuidado -prosiguio-. No me fiaria de nadie que llevase el apellido Salimbeni. -Al ver mi expresion, fruncio el ceno-. ?Me creespazzo…, loco? Estamos ante la tumba de una joven que murio prematuramente: tu madre. ?Quien soy yo para decirte quien le hizo esto y por que? -Se agarro con mas fuerza-. Esta muerta, como tu padre. Eso es todo cuanto se, pero mi viejo corazon Tolomei me dice que debes tener cuidado.

En nuestro ultimo ano de instituto, Janice y yo nos presentamos voluntarias para la obra de fin de curso, que casualmente eraRomeo y Julieta. Tras las pruebas, a Janice le dieron el papel de Julieta, y a mi me toco hacer de arbol del jardin de los Capuleto. Ella, claro, le dedicaba mas tiempo a sus unas que a memorizar el texto y, cuando ensayabamos la escena del balcon, era yo, estrategicamente situada en escena, con un monton de ramas por brazos, quien le soplaba el comienzo de sus frases.

Sin embargo, la noche del estreno se porto fatal conmigo -en maquillaje, no paraba de reirse de mi cara marron, y de arrancarme las hojas del pelo mientras a ella le ponian unas trenzas rubias y las mejillas sonrosadas-, asi que, cuando llego la escena del balcon, no me apetecio echarle un cable.

De hecho, hice todo lo contrario.

Romeo dijo: «?Por quien he de jurar?», y yo le susurre: «Tres palabras…» Janice solto inmediatamente: «Tres

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