vacaciones a Europa, y menos aun a Italia, ni hablar», que espetaba amenazandonos con el tenedor. Yo, en cambio, estaba convencida de que Umberto preferia comer solo porque encontraba su propia compania bastante mas estimulante que la nuestra. Alli estaba, tan tranquilo en la cocina, con su opera, su vino y su trozo de parmesano curado, mientras nosotras -tia Rose, Janice y yo- discutiamos temblonas en el ventoso comedor. De haber podido, tambien yo habria ocupado aquella cocina a todas horas.

Mientras atravesabamos el oscuro valle de Shenandoah aquella noche, Umberto me hablo de las ultimas horas de tia Rose. Habia muerto en paz, mientras dormia, despues de pasar la noche escuchando uno tras otro sus temas favoritos de sus chisporroteantes discos de Fred Astaire. Extinto el ultimo acorde de la ultima pieza, se habia levantado para abrir las puertas del jardin, quiza por respirar una vez mas el aroma de la madreselva. Alli de pie, con los ojos cerrados -me conto Umberto-, las largas cortinas de encaje habian envuelto en silencio su cuerpo delgado, como si ya fuera un fantasma.

– ?He hecho lo correcto? -le habia preguntado ella, serena.

– Por supuesto -habia sido la diplomatica respuesta de el.

Era medianoche cuando el coche entro en la finca de tia Rose. Umberto ya me habia advertido de que Janice habia llegado de Florida esa tarde con una calculadora y una botella de champan. No obstante, eso no explicaba el segundo deportivo aparcado delante de la puerta.

– Confio en que eso no sea del de la funeraria -dije sacando mi mochila del maletero antes de que Umberto pudiera hacerlo.

Me arrepenti en seguida de mi frivolidad. No era propio de mi hablar asi, y solo lo hacia cuando mi hermana podia oirme.

Mirando de reojo el misterioso vehiculo, Umberto se ajusto la chaqueta como el que se ajusta un chaleco antibalas antes del combate.

– Me temo que hay funerarias y funerarias.

En cuanto entramos por la puerta principal de la casa de tia Rose, entendi a que se referia. Todos los grandes retratos del pasillo se habian descolgado y estaban vueltos hacia la pared, como delincuentes ante un peloton de fusilamiento. Ademas, el jarron veneciano que presidia la mesa redonda de debajo de la lampara de arana ya habia desaparecido.

– ?Hola? -salude, presa de una rabia que no habia vuelto a sentir desde mi ultima visita-. ?Queda alguien vivo?

Mi voz resono en la casa silenciosa; al extinguirse, oi unos pies a la carrera por la planta superior. Aun con la premura de la culpa, como de costumbre, Janice tuvo que aparecer parsimoniosa ante la esplendida escalera de caracol, dejando que el etereo vestido estival resaltara sus magnificas curvas mas que si hubiera ido desnuda. Tras hacer una pausa para la prensa mundial, se aparto del rostro la larga melena con una languida satisfaccion personal, me dedico una sonrisa arrogante e inicio el descenso.

– Vaya, vaya…, pero si esta aqui lavirgetariana -observo en un tono ligeramente frio. Solo entonces detecte al macho de la semana pegado a sus talones, tan desalinado y congestionado como todo el que pasaba un rato con mi hermana.

– Lamento desilusionarte -conteste, dejando caer la mochila al suelo con gran estruendo-. ?Te ayudo a desvalijar la casa o ya te las apanas tu sola?

La risa de Janice era como un movil de campanillas colgado del porche de tu vecino unica y exclusivamente para fastidiarte.

– Este es Archie -me comunico con su habitual tono entre serio e informal-. Nos va a dar veinte de los grandes por todos estos trastos.

Los mire asqueada mientras se acercaban a mi.

– ?Que generoso! Esta claro que le apasiona la basura.

Janice me lanzo una mirada asesina, pero en seguida se controlo. Sabia bien lo poco que me importaba su opinion de mi y lo mucho que me divertia mosquearla.

Naci cuatro minutos antes que ella. Por mucho que hiciera o dijera, yo siempre seria cuatro minutos mayor. Aunque en su imaginacion calenturienta ella fuese la liebre supersonica y yo la tortuga de andar plomizo, las dos sabiamos que, por mucho que se pavoneara a mi alrededor, jamas salvaria ese vacio diminuto que nos separaba.

– Bueno -dijo Archie mirando hacia la puerta-, yo me largo. Encantado de conocerte, Julie. Es Julie, ?verdad? Janice me ha hablado mucho de ti. -Rio nervioso-. ?Que vaya bien! Como dicen por ahi, hagamos la paz, no el amor.

Janice lo despidio carinosa con la mano mientras salia y cerraba de golpe la puerta de malla. Sin embargo, en cuanto hubo salido, su rostro angelical se torno demoniaco, como un fantasma de Halloween.

– ?No me mires asi! -espeto desdenosa-. Intento sacar algo de esto, que es mas de lo que estas haciendo tu, ?no crees?

– Yo no tengo tus… gastos -replique senalando con la cabeza sus ultimos arreglillos, resaltados por el vestido cenido-. Dime, Janice, ?como te meten todo esoahi?, ?por el ombligo?

– Dime, Julie, ?que tal sienta no tener nadaahi? -me imito Janice.

– Si las senoras me permiten -dijo Umberto interponiendose entre las dos como tantas otras veces-, ?puedo sugerir que traslademos tan fascinante intercambio a la biblioteca?

Cuando le dimos alcance, Janice ya se habia instalado comodamente en el sillon favorito de tia Rose, con un gintonic apoyado en el cojin en el que yo habia bordado una escena de caza durante mi ultimo ano de instituto mientras mi hermana andaba en busca de alguna presa bipeda.

– ?Que? -espeto mirandonos con un desprecio mal disimulado-. ?No crees que la mitad del alcohol me pertenece?

Era tipico de Janice maquinar una disputa sobre un difunto de cuerpo presente, asi que le di la espalda y me acerque a la terraza. Las preciadas macetas de tia Rose la presidian como un punado de dolientes, con sus flores marchitas de desconsuelo. Una vista inusual. Umberto siempre habia tenido el jardin bajo control, aunque quiza ya no encontrase satisfaccion en su trabajo ahora que su senora, publico agradecido, ya no estaba.

– Me sorprende que aun sigas aqui, Birdie-comento Janice agitando su copa-. Yo que tu ya me habria largado a Las Vegas con la plata.

Umberto no respondio. Hacia anos que habia dejado de hablar directamente con Janice. En su lugar, me miro a mi.

– El funeral es manana.

– Me parece increible que lo hayas planeado todo sin consultarnos -repuso Janice, balanceando la pierna que le colgaba del reposabrazos.

– Ella lo quiso asi.

– ?Hay algo mas que debamos saber? -Janice se libero del abrazo del sillon y se estiro el vestido-. Supongo que a todos nos tocara lo nuestro, ?no? No se enamoraria de alguna insolita protectora de animales o algo asi, ?verdad?

– ?Te importa acaso? -replique cortante, y, por un segundo, Janice parecio amansada. Luego recobro su usual indiferencia y volvio a echar mano de la botella de ginebra.

Ni me moleste en mirarla mientras, con fingida torpeza, arqueaba asombrada sus cejas perfectas como dando a entender que no pretendia servirse tanto. Cuando el sol se desparramaba sobre el horizonte, Janice lo hacia sobre el canape y dejaba que otros resolvieran los grandes enigmas de la vida, mientras no la privasen de alcohol…

Desde que yo tenia uso de razon, habia sido asi: insaciable. De pequenas, tia Rose solia exclamar divertida: «Esta nina podria fugarse a bocados de una prision de pan de jengibre», como si la codicia de Janice fuese algo de lo que enorgullecerse. Claro que tia Rose estaba en la cima de la cadena alimentaria y, al contrario que yo, no tenia nada que temer. Que yo recuerde, Janice siempre encontraba mis chucherias por mucho que las escondiese, con lo que las mananas de Pascua en nuestra familia eran siempre desagradables, brutales y breves. Culminaban inevitablemente en la reprimenda de Umberto a Janice por robarme mis huevos de Pascua y la replica furiosa de ella, -escondida bajo la cama, con las comisuras de la boca chorreando chocolate- alegando que el no era su padre ni podia decirle lo que debia hacer.

Lo frustrante era su hermetismo. Su piel se negaba tercamente a revelar sus secretos; era suave como el glaseado saten de un pastel de bodas, sus rasgos tan delicados como pequenas frutas y flores escarchadas en manos de un maestro confitero. Ni la ginebra, ni el cafe, ni la verguenza, ni el remordimiento habian logrado

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