resquebrajar aquella fachada glase; era como si albergarse un manantial de vida perenne en su interior, como si amaneciese cada manana rejuvenecida por el pozo de la eternidad, ni un dia mas vieja, ni un gramo mas gorda, y aun presa de un imparable deseo de comerse el mundo.

Por desgracia, no eramos gemelas identicas. Una vez, en el patio del colegio, oi que me llamaban «Bambi zancudo», y aunque Umberto rio y me aseguro que era un cumplido, a mi no me lo parecio. Aun superada mi edad mas torpe, sabia que seguia pareciendo desgarbada y anemica al lado de Janice; fuera donde fuese e hiciera lo que hiciese, ella era siempre tan morena y efusiva como yo palida y reservada.

Cada vez que entrabamos en una habitacion, todas las miradas se volvian de inmediato hacia ella y, aunque yo estuviese alli mismo, a su lado, me convertia en otro de sus espectadores. Con el tiempo me acostumbre a mi papel. Jamas tenia que preocuparme por terminar las frases porque Janice las terminaba por mi y, en las raras ocasiones en que alguien se interesaba por mis suenos y mis esperanzas -normalmente ante una taza de te de cortesia con alguna de las vecinas de tia Rose-, mi hermana me arrastraba hasta el piano, donde intentaba tocar algo mientras yo le pasaba las paginas de la partitura. Aun hoy, a mis veinticinco anos, tiemblo y enmudezco de pronto al hablar con desconocidos, esperando angustiada que me interrumpan antes de tener que manifestar mi opinion sobre algo.

Enterramos a tia Rose bajo una lluvia torrencial. Alli de pie, junto a la tumba, los goterones de agua que se me escurrian del pelo se fundian con las lagrimas que rodaban por mis mejillas, y los panuelos de papel que habia traido de casa hacia rato que formaban un amasijo humedo en mi bolsillo.

Aunque habia llorado toda la noche, no estaba preparada para la triste sensacion de irreversibilidad que me embargo cuando el feretro entro torcido en el hoyo. Una caja tan grande para el cuerpecito de tia Rose… De pronto lamente no haber querido ver el cadaver, por poco que le hubiera servido a ella. O quiza no. Tal vez nos observaba desde algun lugar lejano, ansiosa por comunicarnos que habia llegado bien. La idea era un consuelo, una agradable distraccion de la realidad, y desee poder creerlo.

La unica que no parecia una rata mojada al terminar el funeral era Janice, que vestia unas katiuskas con taconazo de doce centimetros y un gorro negro indicativo de cualquier cosa menos de luto. Yo, en cambio, llevaba lo que Umberto denomino en una ocasion «el atuendo de la monja Atila»; si las botas y el collar de Janice decian «acercate», mis zapatones y mi vestido completamente abotonado proclamaban «pierdete».

Medio punado de personas se presentaron ante la tumba, pero solo el senor Gallagher, el abogado de la familia, se quedo para hablar. Ni Janice ni yo lo conociamos, pero tia Rose nos habia hablado tanto de el y con tanto carino que conocerlo en persona no podia sino decepcionarnos.

– Tengo entendido que es usted pacifista -me dijo mientras saliamos juntos del cementerio.

– A Jules le encanta pelear y tirarle cosas a la gente -observo Janice, colandose entre los dos sin reparar en que nos empapaba con el agua que caia del ala de su sombrero-. ?Le han contado lo que le hizo a la Sirenita?…

– Ya vale -replique, buscandome un trozo de manga con el que secarme los ojos por ultima vez.

– ?Venga, no seas modesta! ?Saliste en portada!

– Tambien he oido decir que su negocio va muy bien -le dijo el senor Gallagher a Janice forzando una sonrisa-. Debe de ser complicado hacer feliz a todo el mundo.

– ?Feliz? ?Uf! -Janice estuvo a punto de meter el pie en un charco-. Para mi negocio, la felicidad es la peor de las amenazas. El dinero esta en los suenos. En las frustraciones. En las fantasias que nunca se hacen realidad. En los hombres que no existen. En las mujeres que no se pueden tener. Ahi es donde esta el dinero, en una cita que sigue a otra, y a otra…

Janice siguio hablando, pero yo deje de escuchar. El hecho de que mi hermana, posiblemente la persona menos romantica que habia conocido jamas, fuese una casamentera profesional se me antojaba una gigantesca contradiccion. A pesar de su imperiosa necesidad de coquetear con todos y cada uno de ellos, los hombres eran para ella poco mas que ruidosos electrodomesticos que una enchufaba cuando los necesitaba y desenchufaba cuando habia terminado con ellos.

Curiosamente, ya de ninas, Janice tenia la obsesion de emparejar las cosas: dos ositos de peluche, dos cojines, dos cepillos del pelo… De hecho, aunque ese dia hubiesemos discutido, por la noche sentaba a nuestras munecas juntas en la estanteria, a veces incluso abrazadas. En ese sentido, quiza no fuese extrano que se dedicara a formar parejas, dado que lo hacia tan bien como el mismisimo Noe. El unico problema era que, a diferencia del anciano patriarca, ella hacia tiempo que habia olvidado por que lo hacia.

Resultaba dificil saber cuando habian cambiado las cosas. En algun momento de nuestra adolescencia se habia propuesto reventar cualquier ilusion que yo pudiera tener respecto al amor. Janice, que tenia mas chicos en su haber que carreras unas medias baratas, disfrutaba espantandome con el detallado relato de sus relaciones en un lenguaje tan despectivo que me hacia preguntarme por que las mujeres nos relacionabamos con los hombres a cualquier nivel.

– Bueno, esta es nuestra ultima oportunidad -me dijo enroscandome el pelo en los rulos rosa la vispera de nuestro baile de graduacion.

Yo estudie su imagen en el espejo, aturdida por el ultimatum pero incapaz de responder porque una de sus mascarillas verdes me habia acartonado el rostro.

– Ya sabes… -anadio con una mueca de impaciencia-, nuestra ultima oportunidad de desflorarnos. Para eso es el baile de graduacion. ?Por que crees que los tios se arreglan tanto? ?Porque les gusta bailar? ?Venga ya! -Miro al espejo para comprobar sus progresos-. Si no lo haces en el baile, ya sabes lo que dicen. Que eres una estrecha. Y a nadie le gustan las estrechas.

A la manana siguiente me invente un dolor de estomago, que se agravo a medida que se acercaba el baile. Al final, tia Rose tuvo que llamar a los vecinos y pedirles que su hijo se buscase otra pareja para esa noche; entretanto, a Janice la recogio un atleta llamado Troy, y desaparecio en medio de una polvareda de neumaticos rechinantes.

Tras oirme protestar toda la tarde, tia Rose empezo a insistir en que fuesemos a urgencias por si era apendicitis, pero Umberto la tranquilizo diciendole que no tenia fiebre y que estaba convencido de que no era nada grave. Cuando se acerco despues a mi cama y se me quedo mirando mientras yo asomaba timidamente bajo la manta, vi que estaba al tanto de lo que sucedia y que, por alguna extrana razon, le complacia mi engano. Los dos sabiamos que el hijo de los vecinos no era el problema, solo que no encajaba en la descripcion del hombre al que yo habia imaginado como amante. Si no podia conseguir lo que queria, preferia perderme el baile.

– Dick -le dijo Janice al senor Gallagher, dedicandole una dulce sonrisa-, ?por que no nos dejamos de historias? ?Cuanto?

Ni siquiera me moleste en intervenir. Al fin y al cabo, en cuanto Janice tuviera su dinero, volveria a su vida de ambiciosa avispada, y yo no tendria que verle la cara nunca mas.

– Bueno -respondio el senor Gallagher, deteniendose incomodo en el aparcamiento, junto a Umberto y el Lincoln-, me temo que la fortuna se reduce casi enteramente a la finca.

– Mire -dijo Janice-, todos sabemos que es al cincuenta por ciento hasta el ultimo centavo, ?vale?, asi que corte el rollo. ?Que quiere, que pintemos una linea blanca por la mitad de la casa? Perfecto, pues la pintamos. O la vendemos y nos repartimos el dinero -anadio encogiendose de hombros como si le diera igual-. ?Cuanto?

– Lo cierto es que, al final… -el senor Gallagher me miro algo triste-, la senora Jacobs cambio de opinion y decidio dejarselo todo a la senorita Janice.

– ??Que?! -Mire a Janice, luego al senor Gallagher y despues a Umberto, pero no encontre apoyo alguno.

– ?La leche! -Una inmensa sonrisa ilumino el rostro de mi hermana-. ?Al final va a resultar que la anciana tenia sentido del humor y todo!

– Como es logico -prosiguio el senor Gallagher, mas serio-, tambien se le ha asignado una suma al senor…, a Umberto, y se habla de ciertas fotos enmarcadas que su tia abuela queria que tuviese la senorita Julie.

– Eh, me siento generosa -proclamo Janice abriendo los brazos.

– Un momento… -retrocedi un paso, esforzandome por digerir la noticia-, esto no tiene sentido.

Desde que tenia uso de razon, tia Rose siempre habia hecho todo lo posible por tratarnos igual; por todos los santos, si incluso la habia sorprendido contando el numero de frutos secos del muesli del desayuno para asegurarse de que ninguna de las dos tenia mas que la otra. Ademas, siempre habia hablado de la casa como algo que algun dia -en el futuro- seria de las dos.

– Teneis que aprender a llevaros bien, chicas -solia decirnos-. Yo no vivire siempre y, cuando me vaya, compartireis esta casa.

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