Durante un momento permanecio pensativo, mirando el lugar donde ella habia estado; luego, con paso largo y cauteloso, camino por el corredor alfombrado hacia la Presidential Suite.

El departamento mas grande y lujoso del «St. Gregory», conocido familiarmente como la «casa dorada», habia albergado en su tiempo a una sucesion de huespedes distinguidos, incluyendo presidentes y realeza. A la mayoria de la gente le gustaba Nueva Orleans porque despues de la bienvenida inicial, la ciudad tenia la manera de respetar la vida privada de los visitantes, incluyendo sus indiscreciones, si las habia. Algo menos que cabezas de Estado, aun cuando distinguidos a su manera, eran los actuales huespedes de la suite. El duque y la duquesa de Croydon, ademas de su sequito constituido por un secretario, la doncella de la duquesa, y cinco Bedlington terriers.

En la parte exterior de las dobles puertas, tapizadas de cuero, decoradas con flores de lis doradas, McDermott hizo presion en un timbre de nacar, y oyo un leve zumbido en el interior, seguido por un coro menos leve de ladridos.

Mientras esperaba, reflexiono en lo que habia oido y sabido sobre los Croydon.

El duque de Croydon, descendiente de una antigua familia, se habia adaptado a la epoca con tendencia a las cosas vulgares. En la decada anterior y ayudado por la duquesa -que era una persona muy conocida y prima de la reina- se habia convertido en embajador permanente, y en constante creador de dificultades para el Gobierno britanico. A pesar de ello, ultimamente se rumoreaba que la carrera del duque habia llegado a un punto critico, quiza porque sus tendencias se habian acentuado por demas en diversos terrenos y en especial en cuanto al alcohol y a las esposas ajenas. Sin embargo, habia otras informaciones que decian que las sombras que se proyectaban sobre el duque eran menores y pasajeras; y que la duquesa era quien manejaba la situacion. Confirmando este segundo punto de vista, se decia que el duque de Croydon podria ser nombrado, muy pronto, embajador britanico en Washington.

Detras de Peter una voz murmuro:

– Perdoneme, mister McDermott. ?Puedo hablar con usted?

Volviendose con rapidez, reconocio a Sol Natchez, uno de los camareros del servicio de habitaciones mas antiguo, que habia llegado con paso silencioso por el corredor, una figura encorvada y cadaverica, con una corta chaqueta blanca, ribeteada con los colores rojo y oro del hotel. El hombre se peinaba a la antigua, aplastado y hacia delante. Sus ojos eran palidos y acuosos, y las venas en el reverso de las manos, que frotaba con expresion nerviosa, sobresalian como cuerdas con la piel hundida entre ellas.

– ?Que sucede, Sol?

Con voz que denotaba su agitacion, el camarero respondio:

– Supongo que usted viene por la queja… la queja sobre mi.

McDermott echo una mirada a la puerta doble. Todavia no habian acudido a su llamada, ni se habia producido, aparte de los ladridos, ningun otro ruido en el interior.

– Cuenteme que sucedio.

El otro trago dos veces. Eludiendo la respuesta, dijo en un rapido susurro planidero:

– Si pierdo este trabajo, mister McDermott, a mi edad es muy dificil encontrar otro -miro hacia la Presidencial Suite con una expresion mezcla de ansiedad y resentimiento-. No son gente muy dificil de servir… exceptuando esta noche. Exigen mucho, pero a mi no me importa, aun cuando nunca dan una propina.

Peter sonrio involuntariamente. La nobleza britanica da propinas muy rara vez, presumiendo quiza que el privilegio de servirlos es ya recompensa en si mismo.

Interrumpio:

– Todavia no me ha dicho…

– Voy a ello, mister McDermott -por venir de alguien que podia ser padre de Peter, la angustia del hombre resultaba casi embarazosa-. Sucedio hace media hora. El duque y la duquesa ordenaron una cena… ostras, champana y una Creole de langostinos.

– El menu no interesa. ?Que sucedio?

– Fue la Creole de langostinos, senor. Cuando la estaba sirviendo… Bien, es algo que en todos estos anos ha pasado muy rara vez.

– ?Por amor de Dios! -Peter tenia un ojo en las puertas de la suite, listo para interrumpir la conversacion en el momento en que se abrieran.

– Si, mister McDermott. Bien, cuando estaba sirviendo la Creole, la duquesa se levanto de la mesa y. cuando volvio, me toco el brazo, empujandome. Si no tuviera experiencia, diria que fue deliberado.

– ?Eso es ridiculo!

– Lo se, senor, lo se. Pero lo unico que sucedio fue que se produjo una pequena mancha… le juro que no era mas de medio centimetro… sobre los pantalones del duque.

Peter, dubitativamente, pregunto:

– ?No se trata de nada mas que eso?

– Mister McDermott, le juro a usted que nada mas. Pero con el alboroto que armo la duquesa… diria usted que cometi un asesinato. Me disculpe, traje una servilleta limpia y agua para quitar la mancha, pero de nada sirvio. Insistio en llamar a mister Trent…

– Mister Trent no esta en el hotel.

Peter decidio oir la otra version del suceso antes de emitir juicio. Entretanto ordeno:

– Si ya ha terminado por esta noche, sera mejor que se vaya a su casa. Presentese manana y se le dira lo que se resuelva.

En tanto se retiraba el camarero, Peter McDermott volvio a tocar el timbre. Apenas hubo tiempo para que se reanudaran los ladridos, cuando abrio la puerta un hombre joven de cara redonda, y lentes montados en la nariz. Peter reconocio al secretario de los Croydon.

Antes de que ninguno de ellos pudiera hablar, se oyo una voz de mujer desde el interior del apartamento.

– Quienquiera que sea, digale que no siga tocando el timbre. -A pesar del tono perentorio, Peter penso que era una voz atractiva, levemente ronca, que despertaba interes.

– Disculpeme -le dijo al secretario-. Pense que no habian oido -se presento y luego agrego-: Entiendo que ha habido algun inconveniente en nuestro servicio. Vere si puedo subsanarlo.

– Estabamos esperando a mister Trent.

– Mister Trent no esta en el hotel esta noche.

Mientras hablaban habian pasado desde el pasillo al recibidor del apartamento, un rectangulo arreglado con muy buen gusto y con una gruesa alfombra, dos sillas tapizadas, y una mesa para el telefono, bajo un grabado que representaba la antigua Nueva Orleans, de Morris Henry Hobbs. La doble puerta que daba al pasillo formaba un lado del rectangulo. En el otro lado la puerta que daba a la gran sala estaba parcialmente abierta. A derecha e izquierda habia otras dos puertas, una que daba a la cocina y la otra a una especie de oficina-sala-dormitorio, que al presente ocupaba el secretario de los Croydon. Los dos dormitorios principales de la suite, comunicados entre si, eran accesibles tanto desde la cocina como desde la sala. Un arreglo concebido a fin de que un visitante subrepticio de los dormitorios pudiera entrar y salir por la cocina, en caso de necesidad.

– ?Por que no se le puede llamar? -la pregunta fue formulada sin preambulos desde la puerta abierta de la sala, y aparecio la duquesa de Croydon con tres de sus Bedlington terriers, que la seguian entusiasmados. Con un rapido castaneteo de sus dedos, que fue inmediatamente obedecido, acallo a los perros y volvio sus ojos inquisidores hacia Peter. Este reconocio el hermoso rostro de pomulos altos, familiar a traves de miles de fotografias. Observo que hasta con traje corriente, la duquesa estaba vestida con mucha elegancia.

– Para ser sincero, Su Gracia, no estaba en antecedentes de que usted hubiera requerido a mister Trent, en persona.

Los ojos gris-verdosos lo miraron con expresion apreciativa.

– Aun en ausencia de mister Trent, hubiera esperado que viniera uno de los principales ejecutivos.

A su pesar, Peter se sonrojo. Habia una soberbia altivez en la duquesa de Croydon que, en una forma maligna, atraia de manera inexplicable. De pronto, como un relampago, recordo una fotografia. La habia visto en una de las revistas ilustradas… la duquesa en un potro, saltando una alta valla. Desdenando el peligro, habia dominado la

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