tendria idea de lo mucho que le costaria una enfermera privada.

Hubo una interrupcion desde el corredor. Entro un operario empujando un cilindro de oxigeno en una carretilla. Lo seguia la figura corpulenta del jefe de mecanicos, trayendo un tubo de goma largo, alambre y una bolsa plastica.

– No es como en el hospital, Chris -dijo el jefe-, pero creo que servira. -Se habia vestido de prisa; una chaqueta vieja de tweed y pantalones sobre una camisa sin abrochar, dejando al descubierto su ancho y velludo pecho. Tenia los pies metidos en unas sandalias amplias. Un poco mas abajo de su alta calva, un par de anteojos de gruesa armazon que, como siempre, se apoyaban en la punta de la nariz. Ahora, utilizando el alambre, estaba haciendo una conexion entre el Tubo y la bolsa plastica. Ordeno al ayudante que se habia detenido vacilando.- Coloca el cilindro al lado de la cama, muchacho. Si te mueves con esa lentitud diria que eres tu el que necesita el oxigeno.

El doctor Uxbridge parecio sorprenderse. Christine le explico su idea de que podria necesitarse oxigeno, y le presento al jefe de mecanicos. Con las manos todavia ocupadas, este saludo con la cabeza, mirando brevemente por encima de sus anteojos. Un momento despues, ya con el tubo conectado, anuncio:

– Estas bolsas plasticas han ahogado a mucha gente. No hay razon para que no sea al reves. ?Cree usted que servira, doctor?

Algo de la frialdad que mostro al principio el doctor Uxbridge, habia desaparecido.

– Creo que servira muy bien -miro a Christine-. Este hotel parece tener personal muy competente.

Ella rio.

– Espere a que confundamos las habitaciones que haya reservado. Cambiara de concepto.

El medico se dirigio hacia el lecho.

– El oxigeno lo aliviara, mister Wells. Supongo que ha tenido este problema bronquial otras veces.

Albert Wells asintio. Dijo con voz ronca:

– La bronquitis que contraje siendo minero. Luego, mas tarde, el asma. -Sus ojos se dirigieron a Christine.- Siento mucho todo lo que ha pasado, miss.

– Yo tambien lo siento, pero especialmente porque lo cambiaron de habitacion.

El jefe de operarios habia conectado el extremo libre del tubo de goma al cilindro pintado de verde. El doctor Uxbridge le dijo:

– Comenzaremos a darle oxigeno durante cinco minutos, y a interrumpir por otros cinco. -Juntos arreglaron la mascara improvisada, sobre la cara del enfermo. Un susurro continuo denotaba que pasaba el oxigeno.

El medico miro su reloj y pregunto:

– ?Ha llamado usted al medico del hotel?

Christine explico lo del doctor Aarons.

El doctor asintio.

– El se hara cargo del enfermo cuando llegue. Yo vengo de Illinois y no tengo licencia para ejercer en Luisiana -se inclino sobre Albert Wells-. ?Esta mejor? -Debajo de la mascara plastica, el hombrecito movio la cabeza afirmando.

Se oyeron firmes pisadas por el corredor y Peter McDermott entro; su corpulenta figura llenaba la puerta.

– Recibi su mensaje -le dijo a Christine. Sus ojos se volvieron hacia la cama-. ?Mejorara?

– Creo que si, y le debemos algo a mister Wells -llevando a Peter al corredor, le conto el cambio de habitaciones que el botones le habia referido. Como vio que Peter fruncia el ceno, agrego-: Si se queda deberiamos darle otra habitacion, e imagino que podriamos conseguir una enfermera sin mucha dificultad.

Peter asintio. Habia un telefono interno en una habitacion del servicio, atravesando el pasillo. Se dirigio a el, y pidio con la recepcion.

– Estoy en el piso decimocuarto -informo al empleado que respondio-. ?Hay alguna habitacion disponible en este piso?

Hubo un momento de pausa. El empleado nocturno era un veterano, contratado hacia muchos anos por Warren Trent. Tenia una manera autoritaria de realizar sus tareas, a la que poca gente se oponia. Tambien habia dado a entender a Peter McDermott en un par de ocasiones, que le disgustaban los recien incorporados al personal, especialmente si eran mas jovenes que el, con mayor jerarquia y si procedian del Norte.

– Bien, ?hay o no una habitacion disponible?

– Tengo la 1410 -respondio el empleado con su mejor acento sureno-, pero estoy para darsela a un caballero que acaba de registrarse. -Y agrego:- Le advierto, por si no lo sabe, que el hotel esta casi lleno.

La 1410 era una habitacion que Peter recordaba. Era grande, aireada y daba sobre St. Charles Avenue.

– Si tomo la 1410, ?tiene alguna otra que ofrecerle a ese cliente? -pregunto.

– No, mister McDermott. No tengo mas que una pequena suite en el piso quinto, y el caballero no quiere pagar un precio mas elevado.

– Dele a su hombre la pequena suite al precio de una habitacion, por esta noche - dispuso Peter-. Puede ser trasladado manana. Entretanto, usare la 1410, para una transferencia del numero 1439, y, por favor, envie un muchacho con las llaves, en seguida.

– Un momento, mister McDermott -anteriormente, el tono del empleado habia sido distante; ahora era abiertamente agresivo-. Siempre ha sido politica de mister Trent…

– En este momento hablamos de mi politica -le corto Peter-. Y otra cosa, antes de dejar el servicio, digale a los empleados diurnos que manana quiero una explicacion de por que mister Wells fue cambiado de su habitacion original a la 1439, y puede agregarles que sera mejor que hayan tenido una buena razon para hacerlo.

Se sonrio con Christine mientras colgaba el receptor.

5

– Tienes que haber estado loco -protesto la duquesa de Croydon-. Absoluta, abismalmente loco -habia vuelto a la sala de la Presidential Suite despues que Peter McDermott se hubo marchado, cerrando con cuidado la puerta interior tras de ella.

El duque se movio incomodo, como hacia siempre que su esposa tenia uno de sus periodicos arrebatos de colera.

– Lo lamento, mujer. La television estaba conectada y no pude oir al hombre. Pense que se habia marchado. - Bebio un largo trago del whisky con soda que sostenia con dificultad; luego agrego:- Ademas, estoy perturbado con todo lo otro.

– ?Lo lamentas? ?Estas perturbado…? -Habia un tono de histeria que no era comun en su mujer.- Lo dices en una forma como si se tratara de un juego. Como si lo que ha sucedido esta noche no pudiera ser la ruina…

– No pienses semejante cosa. Se que es muy serio, endiabladamente serio -abrumado, se hundio en un amplio sillon de cuero. Parecia un hombre pequenito, semejante a esos geniecillos con un enorme sombrero, a los que tan afectos son los caricaturistas ingleses.

La duquesa continuo, acusadora:

– Estaba haciendo cuanto podia. Lo mejor, despues de tu increible locura, para dejar establecido que tu y yo pasabamos una noche tranquila en el hotel. Hasta invente que habiamos salido a caminar por si alguien nos hubiera visto entrar. Y entonces, con torpeza, estupidamente, entras anunciando que has dejado los cigarrillos en el coche.

– Solo una persona me oyo. Ese administrador. Ni se habra fijado.

– Lo advirtio. Observe su cara -con trabajo, la duquesa mantuvo el control de si misma-. ?Tienes acaso una ligera nocion del embrollo en que estamos?

– Ya te dije que si -el duque tomo otro trago y quedo contemplando el vaso vacio-. Y bien avergonzado que estoy. Si no me hubieras persuadido… si no hubiera estado bebiendo…

– ?Estabas borracho! Estabas borracho cuando te encontre, y todavia lo estas.

Movio la cabeza como para aclararla.

– Ahora estoy sobrio -le habia llegado el turno de acusar-. Tuviste que seguirme, que entrometerte. Hubieras dejado las cosas como estaban…

– Eso no importa. Es lo otro lo que tiene importancia.

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