rechazaria? Seguro que no. ?verdad?

La mano derecha de Donald se aparto de la palanca de cambios y palmeo suavemente el hombro de Andrei. Este se quedo callado. Lo embargaban los sentimientos. De nuevo todo iba bien, todo estaba en orden. Donald era el de siempre. Se trataba simplemente de melancolia. ?Puede sustraerse el ser humano a la melancolia? El orgullo le habia jugado una mala pasada. En cualquier caso, era un catedratico de sociologia que aqui se dedicaba a recoger bidones de basura, y antes de eso habia sido estibador en un almacen. Por supuesto, todo aquello le resultaba desagradable, humillante, y no podia decirselo a nadie, nadie lo habia obligado a venir aqui y era vergonzoso quejarse… Resultaba facil decir: cumple correctamente cualquier trabajo que te encarguen. No pasaba nada. Y basta. Se recuperaria el solo.

El camion se desplazaba por un camino de lajas, resbaladizo a causa de la niebla. Los edificios a los lados eran mas bajos, mas miserables, y la fila de farolas que se extendia a lo largo de la via era mas rala; y su luz, mas mortecina. A lo lejos, aquellas farolas se fundian en una mancha nebulosa y difusa. No habia nadie en las aceras, nadie cruzaba la calle, ni siquiera habian visto a un conserje. Unicamente en la esquina del callejon Diecisiete, delante de un hotelito antiguo y de poca altura, mas conocido como «la jaula de las chinches», habia un carro con un caballo triston. Una persona dormia en el carro, envuelta en una lona de pies a cabeza. Eran las cuatro de la manana, la hora del sueno mas profundo, y no habia ninguna ventana iluminada en las fachadas oscuras.

Delante, a la izquierda, un camion asomo por la salida de un patio. Donald le hizo senales con las luces, paso por delante de el, y el camion, tambien de recogida de basura, salio a la via e intento adelantarlos, pero le resultaba imposible competir con Donald, asi que, tras iluminar con sus luces la ventanilla trasera, se fue quedando atras sin remedio. Adelantaron a otro camion de basura en la zona de las casas quemadas, y en el momento preciso, porque inmediatamente detras comenzaban los adoquines, y a Donald no le quedo mas remedio que reducir la velocidad para que al vehiculo no le diera por desarmarse.

Alli comenzaron a cruzarse con otros camiones ya vacios que habian descargado en el vertedero y no tenian la menor prisa. A continuacion, de la farola que tenian delante se separo una silueta imprecisa que camino hasta el centro de la calzada. Andrei metio la mano bajo el asiento y palpo una pesada barra de acero, pero se trataba de un policia que les pidio que lo llevaran hasta el callejon de las Coles. Andrei y Donald no sabian donde se encontraba tal callejon, entonces el policia, un tiarron enorme de grandes mofletes, con mechones rubios que escapaban en desorden de la gorra de reglamento, dijo que los guiaria.

Subio al estribo junto a Andrei, se colgo de la portezuela y estuvo todo el tiempo haciendo movimientos con la nariz, como si hubiera olido algo en particular, aunque el mismo apestaba a sudor rancio. Andrei recordo que aquella parte de la ciudad habia sido desconectada de la red de agua.

Viajaron un rato sin hablar, el policia silbaba un tema de una opereta y despues, sin venir al caso, los informo de que en la esquina del callejon de la Col y la calle Segunda Izquierda, a medianoche se habian cargado a un infeliz, a quien le habian arrancado todos los dientes de oro.

— Trabajais mal — le dijo Andrei, molesto.

Esos casos lo sacaban de sus cabales, y el tono del policia lo irritaba mas aun: era obvio que el asesinato, la victima o el asesino no le importaban nada.

— ?Que — solto el policia, intrigado, volviendo hacia Andrei su rostro regordete —, tu me vas a ensenar como se trabaja?

— Si, yo mismo, por que no — replico Andrei.

El policia fruncio el ceno con irritacion y silbo entre dientes.

— ?Maestros, demasiados maestros! — exclamo —. Salen maestros de cualquier rincon. Dan lecciones. Acarrean basura y dan lecciones.

— Yo no te doy lecciones… — comenzo a decir Andrei, elevando la voz, pero el policia no lo dejo hablar.

— Pues ahora, cuando vuelva a mi sector, llamare a tu garaje — dijo, con calma —, y les dire que tu luz de posicion no funciona. Que cosa, no le funciona la luz y ya pretende ensenar a la policia como se trabaja. Mocoso.

De repente, Donald se echo a reir con unas carcajadas chirriantes. El policia tambien se carcajeo.

— Solo estoy yo para cuarenta edificios — explico, sin beligerancia alguna —. ?Lo entendeis? Y nos han prohibido que llevemos armas. ?Que quereis que hagamos? Pronto comenzaran a matar a la gente en sus casas, y en los callejones ni que decir.

— ?Y que habeis hecho? — dijo Andrei, sorprendido —. Hay que protestar, que exigir…

— Protestar — repitio el policia —. Exigir… ?Eres novato o que? Oye, jefe — le dijo a Donald —, detente. Me quedo aqui. — Salto del estribo y a zancadas, sin mirar atras, se dirigio a una grieta oscura entre dos casas de madera medio derrumbadas, donde a lo lejos se distinguia una farola solitaria bajo la cual habia un grupo de personas.

— Pero ?que les pasa, se han vuelto locos? — dijo Andrei, indignado, cuando el vehiculo siguio su camino —. ?Como se les ha podido ocurrir? La ciudad esta llena de maleantes y la policia va desarmada. ?No puede ser! Kensi lleva cartuchera al costado, ?que guarda ahi, los cigarrillos?

— Bocadillos — le aclaro Donald.

— No entiendo nada.

— Hubo una explicacion. «Debido a los casos, cada vez mas frecuentes, de policias asaltados por gangsteres con el fin de robarles el arma…», etcetera.

Andrei apoyo los pies con todas sus fuerzas para no saltar sobre el asiento en cada bache y medito durante un tiempo. El camino de adoquines se habia terminado.

— Creo que es una idiotez total — dijo, finalmente —. ?Que opina usted?

— Lo mismo — respondio Donald mientras con una mano encendia trabajosamente un cigarrillo.

— ?Y lo dice con esa tranquilidad?

— Ya me he preocupado todo lo que me iba a preocupar. Es una explicacion muy antigua, anterior a su llegada.

Andrei se rasco la coronilla y arrugo el rostro. Quien sabe, quiza aquella explicacion tuviera algun sentido. A fin de cuentas, un policia solitario era una excelente carnada para aquellos miserables. Si se retiraban las armas, habia que retirarselas a todos. Y por supuesto, el problema no se reducia a aquella estupida explicacion, sino a que habia poca policia y escasa actividad policial; seria necesario organizar una buena redada y barrer toda aquella porqueria de un golpe. Hacer que la poblacion participara.

«Yo, por ejemplo, tomaria parte… Hay que escribirle al alcalde.» A continuacion, sus pensamientos tomaron otro camino.

— Oiga, Don, usted es sociologo. Por supuesto, yo considero que la sociologia no es una ciencia, ya se lo explique, ni siquiera un metodo. Pero esta claro que usted sabe mucho, muchisimo mas que yo. Expliqueme entonces: ?de donde ha salido toda esa porqueria que vive en nuestra ciudad? ?Como han llegado hasta aqui asesinos, violadores, ladronzuelos? ?Acaso los Preceptores no sabian a quien invitaban a venir?

— Seguramente lo sabian — respondio Donald con indiferencia, mientras pasaba a toda velocidad sobre una zanja horrorosa, llena de agua negra.

— Y, entonces, ?con que objetivo…?

— No se nace ladron. Uno se convierte en ladron. Ademas, ya lo ha oido: «?Como podemos saber que necesita el Experimento? El Experimento es eso, un experimento…». — Donald callo un momento —. El futbol es el futbol: balon redondo, terreno de juego rectangular, que gane el mejor…

Las farolas se terminaron, la parte residencial de la ciudad habia quedado atras. Entonces, a los lados del camino en mal estado, habia una hilera de ruinas abandonadas: restos de columnatas absurdas hundidas en cimientos pesimos, paredes apuntaladas con agujeros en lugar de ventanas, arbustos espinosos, montones de lenos podridos, ortigas y malas hierbas, arbolitos escualidos, semiasfixiados por las lianas entre montones de ladrillos ennegrecidos. Y despues aparecia de nuevo, delante, un resplandor nebuloso. Donald giro a la derecha, dejo espacio a un camion vacio que venia a su encuentro, derrapo en las roderas profundas, llenas de fango, y finalmente freno a pocos centimetros de los faros rojos del ultimo camion de basura de la cola. Apago el motor y miro el reloj. Andrei tambien miro el suyo. Eran casi las cuatro y media.

— Estaremos parados una hora — dijo Andrei, animado —. Vamos a ver quien tenemos ahi delante.

Otro vehiculo se aproximo por detras y se detuvo.

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