Stanislav Lem

SOLARIS

Titulo original:

Solaris

Traduccion de Matilde Horne y F. A.

Primera edicion: abril de 1985

© Stanislav Lem, 1961

© Ediciones Minotauro, 1977 y 1985

Avda. Diagonal, 519–521. 08029 Barcelona

Impreso en Espana

Printed in Spain

La llegada

A las diecinueve horas, tiempo de a bordo, me encamine al area de lanzamiento. Alrededor del foso los hombres se apartaron para dejarme pasar; descendi por la escala y entre en la capsula.

En el estrecho habitaculo casi no podia separar los codos del cuerpo. Conecte el tubo de la bomba a la valvula de mi escafandra, que se inflo rapidamente. A partir de ese instante ya no podria hacer ningun movimiento; yo estaba alli, de pie, o mas bien suspendido, enfundado en mi traje neumatico, incorporado al caparazon de metal.

Alce la vista; por encima del globo transparente vi una pared lisa, y alla, en lo alto, la cabeza de Moddard asomado por la abertura del foso. Moddard desaparecio, y de pronto fue de noche. Acababan de bajar el pesado cono protector.

Oi repetido ocho veces el zumbido de los motores electricos que ajustaban las tuercas, y luego el siseo del aire comprimido en los amortiguadores. Mis ojos se habituaban a la oscuridad; distingui el cuadrante fosforescente del contador.

Una voz resono en los auriculares.

—?Listo, Kelvin?

— Listo, Moddard — respondi.

— No te preocupes por nada — dijo Moddard—. La Estacion te recogera en vuelo. ?Buen viaje!

Se oyo un chirrido, y la capsula oscilo. Casi involuntariamente aprete los musculos. No hubo ningun otro ruido, ningun otro movimiento.

—?Para cuando la partida? — pregunte.

Un susurro en el exterior, como una llovizna de arena fina.

—?Estas en ruta, Kelvin, buena suerte! — respondio la voz de Moddard, tan cercana como antes.

Una ancha mirilla se abrio a la altura de mis ojos, y vi las estrellas. El Prometeonavegaba por las inmediaciones de Alfa de Acuario, pero trate, en vano, de orientarme. Un polvo centelleante llenaba el ojo de buey; el cielo de aquella region de la galaxia me era desconocido, y no pude identificar ni una sola constelacion. Yo esperaba que en cualquier momento se me apareciera alguna estrella aislada; no distingui ninguna. El centelleo se atenuaba; las estrellas huian, confundidas en una vaga luminosidad purpurea; asi me entere de la distancia que habia recorrido. Rigido el cuerpo, oprimido en mi funda neumatica, hendia el espacio con la impresion de encontrarme suspendido en medio del vacio, y teniendo como unica distraccion el calor que aumentaba lenta, progresivamente.

De pronto, hubo un crujido, un ruido aspero, como una lamina de acero que se desplaza sobre una placa de vidrio mojada. Y comenzo la caida. Si no hubiese visto las cifras que saltaban en el cuadrante luminoso, no habria notado el cambio de direccion. Desaparecidas mucho antes todas las estrellas, la mirada se perdia, ahora y siempre, en la palida claridad rojiza del infinito. El corazon me golpeaba el pecho, pesadamente. Sentia en la nuca el soplo fresco del climatizador, y sin embargo me ardian las mejillas. Lamentaba no haber localizado al Prometeo;sin duda ya se habia perdido de vista aun antes que los comandos automaticos abrieran las persianas del ojo de buey. Una violenta sacudida estremecio el vehiculo, y en seguida otra. La capsula se puso a vibrar; atravesando mi envoltura neumatica, la vibracion me alcanzo y me corrio por el cuerpo, de pies a cabeza; multiplicada, la fosforescencia del cuadrante del contador se desplego en todas direcciones. Ignore el miedo. ?No habia emprendido ese largo viaje para pasar ahora por encima de la meta!

Llame:

—?Estacion Solaris! ?Estacion Solaris! ?Estacion Solaris! ?Creo que me voy desviando, corrijan la trayectoria! ?Estacion Solaris, aqui la capsula del Prometeo!?Conteste, Solaris, escucho!

?Acababa de perder un precioso instante, la aparicion del planeta! Solaris se extendia ante mis ojos, inmenso ya, chato; no obstante, me parecio que yo estaba lejos todavia, a juzgar por el aspecto de la superficie. O mejor dicho, que yo estaba todavia a gran altura, puesto que habia dejado atras esa frontera imperceptible donde la distancia que nos separa de un cuerpo celeste empieza a medirse en terminos de altitud. Me sentia caer. Si, ahora sentia la caida hasta con los ojos cerrados. Los abri en seguida, pues no queria perderme nada.

Espere un minuto en silencio; luego reanude los llamados. Ninguna respuesta. En los auriculares, sobre un rumor de fondo bajo y profundo, que imagine era la voz misma del planeta, las crepitaciones venian en salvas. Un velo cubrio el cielo anaranjado, y el ojo de buey se oscurecio; instintivamente, me acurruque todo lo que pude en la funda neumatica; casi en seguida comprendi que atravesaba una capa de nubes. Como aspirada hacia las alturas, la masa de nubes partio en vuelo. Yo planeaba, ya a la luz, ya a la sombra; la capsula giraba alrededor de un eje vertical. Gigantesca, la esfera solar se mostro al fin delante del vidrio, emergiendo por la izquierda, y desapareciendo por la derecha.

Una voz lejana me llego a traves del rumor y las crepitaciones:

—?Atencion, Estacion Solaris! Aqui Estacion Solaris. Todo en orden. Esta usted bajo el control de la Estacion Solaris. La capsula se posara en tiempo cero. Repito, la capsula se posara en tiempo cero. Repito, la capsula se posara en tiempo cero. ?Preparese! Atencion, empiezo. Doscientos cincuenta, doscientos cuarenta y nueve, doscientos cuarenta y ocho…

Maullidos secos entrecortaban las palabras: un dispositivo automatico articulaba frases de bienvenida. Y eso era en todo caso sorprendente. Por lo general, los hombres de una estacion del espacio se apresuran a dar la bienvenida al recien llegado, sobre todo cuando este viene directamente de la Tierra. No tuve oportunidad de sorprenderme mucho tiempo, pues la orbita del Sol, que hasta ese momento me rodeaba, se desplazo de pronto, y parecio que el disco incandescente danzaba en el horizonte, mostrandose ya a la izquierda, ya a la derecha del planeta. Yo oscilaba como la pesa de un pendulo gigante, en tanto el planeta, superficie estriada de surcos violaceos y negruzcos, se alzaba delante de mi como una pared. Empezaba a marearme cuando descubri una superficie ajedrezada por puntos verdes y blancos: la senal de orientacion. Algo se desprendio, con un chasquido, del cono de la capsula; el largo collar del paracaidas desplego con furor sus anillos, y el ruido que llego hasta mi me evoco irresistiblemente la Tierra: por primera vez al cabo de tantos meses, el rugido del viento.

Luego, todo fue muy rapido. Hasta ese momento, yo sabia que estaba cayendo. Ahora, lo veia. El tablero verde y blanco crecia rapidamente, y pude ver que estaba pintado sobre un cuerpo oblongo y plateado, en forma de ballena, los flancos erizados de antenas de radar; observe que el coloso metalico, atravesado por varias hileras de orificios sombrios, no descansaba sobre la superficie del planeta, sino que estaba suspendido en el aire, proyectando sobre un fondo de tinta una sombra elipsoidal de un negro mas intenso. Divise las ondas apizarradas del oceano, animadas de un debil movimiento, y de golpe las nubes subieron a gran altura, circundadas por un deslumbrante fulgor escarlata; mas alla, el cielo leonado se volvio ceniciento, lejano y apacible; y todo se borro; yo estaba cayendo en espiral.

Un golpe seco estabilizo la capsula: a traves de la mirilla, volvi a ver las olas del oceano como centelleantes

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