como si quisiera incrustarse en la pasta lunar con toda su persona. Como se iba alejando, en cierto momento lo perdiamos de vista. En la Luna se extendian regiones que nunca habiamos tenido motivo o curiosidad de explorar, y alli desaparecia mi primo; y a mi se me habia ocurrido que todas aquellas cabriolas y pellizcos en que se desahogaba delante de nuestros ojos solo eran una preparacion, un preludio a algo secreto que debia desarrollarse en las zonas ocultas.

Un humor especial era el nuestro, en aquellas noches de los Escollos de Zinc, alegre pero un poco expectante, como si dentro del craneo sintieramos, en lugar del cerebro, un pez que flotara atraido por la Luna. Y asi navegabamos haciendo musica y cantando. La mujer del capitan tocaba el arpa; tenia brazos larguisimos, plateados aquellas noches como anguilas, y axilas oscuras y misteriosas como erizos marinos; y el sonido del arpa era tan dulce y agudo, tan dulce y agudo, que casi no se podia sopobar, y teniamos que lanzar grandes gritos, no tanto para acompanar la musica como para protegernos el oido.

Medusas transparentes afloraban a la superficie marina, vibraban un poco, echaban a volar hacia la Luna ondulando. La pequena Xlthlx se divertia atrapandolas en el aire, pero no era facil. Una vez, al tender los bracitos para agarrar una, dio un pequeno salto y se encontro tambien suspendida. Como era flaquita le faltaban algunas onzas para que la gravedad la devolviera a la Tierra venciendo la atraccion lunar, asi que volaba entre las medusas colgando sobre el mar. De pronto se asusto, se echo a llorar, despues se rio y se puso a jugar atrapando al vuelo crustaceos y pececitos, llevandose algunos a la boca y mordisqueandolos. Nosotros navegabamos siguiendola; la Luna corria por su elipse arrastrando aquel enjambre de fauna marina por el cielo, y una cola de algas ensortijadas, y la nina suspendida en el medio. Tenia dos trencitas delgadas, Xlthlx, que parecian volar por su cuenta, tendidas hacia la Luna; pero entre tanto pataleaba, daba puntapies al aire como si quisiera combatir aquel influjo, y los calcetines -habia perdido las sandalias en el vuelo- se le escurrian de los pies y colgaban atraidos por la fuerza terrestre. Nosotros subidos a la escalera tratabamos de agarrarlos.

Aquello de ponerse a comer los animalitos suspendidos habia sido una buena idea; cuanto mas aumentaba el peso de Xlthlx, mas bajaba hacia la Tierra; ademas, como entre aquellos cuerpos suspendidos el suyo era el de mayor masa, moluscos y algas y plancton empezaron a gravitar sobre ella y en seguida la nina quedo cubierta de minusculas cascaras siliceas, caparazones quitinosos, carapachos y filamentos de hierbas marinas. Y cuanto mas se perdia en esa marana, mas iba librandose del influjo lunar, hasta que rozo la superficie del agua y se zambullo.

Remamos rapido para recogerla y socorrerla; su cuerpo estaba imantado y tuvimos que esmerarnos para quitarle todo lo que se le habia incrustado. Corales tiernos le envolvian la cabeza, y del pelo, cada vez que pasaba el peine, llovian anchoas y camarones; los ojos estaban tapados por caparazones de lapas que se pegaban a los parpados con sus ventosas; tentaculos de sepias se enroscaban alrededor de los brazos y el cuello; la chaquetita parecia entretejida solo de algas y de esponjas. Le quitamos lo mas gordo; y durante semanas ella siguio despegandose mejillones y conchillas, pero la piel marcada por menudisimas diatomeas, eso le quedo para siempre, bajo la apariencia -para quien no lo observaba bien- de un sutil polvillo de lunares.

Asi de disputado era el intersticio entre Tierra y Luna por los dos influjos que se equilibraban. Dire mas: un cuerpo que bajaba a Tierra desde el satelite permanecia por algun tiempo cargado de fuerza lunar y se negaba a la atraccion de nuestro mundo. Incluso yo, a pesar de ser alto y gordo, cada vez que habia estado alla tardaba en acostumbrarme de nuevo al arriba y al abajo terrestres, y los amigos tenian que atraparme por los brazos y retenerme a la fuerza, colgados en racimo de la barca oscilante mientras yo, cabeza abajo, seguia estirando las piernas hacia el cielo.

– ?Agarrate! ?Agarrate fuerte a nosotros!'-me gritaban, y yo en aquel braceo a veces terrninaba por aferrar un pecho de la senora Vhd Vhd, que los tenia redondos y macizos, y el contacto era bueno y seguro; ejercia una atraccion igual o mas fuerte que la de la Luna, sobre todo si en mi bajada de cabeza conseguia con el otro brazo cenirle las caderas; y asi pasaba de nuevo a este mundo y caia de golpe en el fondo de la barca, y el capitan Vhd Vhd para reanimarme me arrojaba encima un cubo de agua.

Asi empezo la historia de mi enamoramiento de la mujer del capitan, y de mis sufrimientos. Porque no tarde en notar a quien se dirigian las miradas mas tercas de la senora: cuando las manos de mi primo se posaban seguras en el satelite, yo le clavaba la vista y en su mirada leia los pensamientos que aquella confianza entre el sordo y la Luna le iba suscitando, y cuando el desaparecia en sus misteriosas exploraciones lunares veia que se inquietaba, estaba como sobre ascuas y entonces todo me resultaba claro: como la senora Vhd Vhd se iba poniendo celosa de la Luna y yo celoso de mi primo. Tenia ojos de diamante la senora Vhd Vhd, llameaban cuando miraba la Luna, casi en desafio, como si dijera: '?No lo conseguiras!' Y yo me sentia excluido.

De todo esto el que menos se daba por enterado era el sordo. Cuando le ayudabamos a bajar tirandole -como ya les he explicado- de las piernas, la senora Vhd Vhd perdia todo recato prodigandose, echandole encima el peso de su persona, envolviendolo en sus largos brazos plateados; yo sentia una punzada en el corazon (las veces que yo me agarraba a ella, su cuerpo era docil y amable, pero no se echaba hacia adelante como con mi primo), mien tras el parecia indiferente, perdido todavia en su arrobamiento lunar.

Yo miraba al capitan, preguntandome si tambien el notaba el comportamiento de su mujer; pero ninguna expresion pasaba jamas por aquella cara roja de salitre, surcada de arrugas embreadas. Como el sordo era siempre el ultimo en despegarse de la Luna, su descenso era la senal de partida para las barcas. Entonces, con un gesto insolitamente amable, Vhd Vhd recogia el arpa del fondo de la barca y la tendia a su mujer. Ella estaba obligada a tomarla y a sacar algunas notas. Nada podia separarla mas del sordo que el sonido del arpa. Yo empezaba a entonar aquella cancion melancolica que dice: 'Flotan flotan los peces lucientes y los oscuros se van al fondo…' y todos, menos mi primo, me hacian coro.

Todos los meses, apenas habia pasado el satelite, el sordo volvia a su aislado desapego de las cosas del mundo; solo la cercania del plenilunio lo despertaba. Aquella vez yo me las habia ingeniado para no formar parte de los que subian y quedarme en la barca, junto a la mujer del capitan. Y apenas mi primo habia trepado a la escalera, la senora Vhd Vhd dijo:

– ?Hoy quiero ir yo tambien alla arriba!

Nunca habia ocurrido que la mujer del capitan subiera a la Luna. Pero Vhd Vhd no se opuso, al contrario, casi la levanto en vilo poniendola en la escalera, exclamando: -?Pues anda!- y todos empezamos a ayudarla y yo la sostenia de atras, y la sentia en mis brazos redonda y suave, y para empujarla apretaba contra ella las palmas y la cara, y cuando la senti subirse a la esfera lunar me dio tanta congoja aquel contacto perdido, que trate de irme tras ella deciendo:

– ?Yo tambien voy un rato arriba a dar una mano!

Algo como una morsa me detuvo.

– Tu te quedas aqui, que tambien hay que hacer -me ordeno, sin levantar la voz, el capitan Vhd Vhd.

Las intenciones de cada uno ya eran claras en aquel momento. Y sin embargo yo no entendia, y todavia hoy no estoy seguro de haber interpretado todo exactamente. Claro que la mujer del capitan habia alimentado largamente el deseo de apartarse alla arriba con mi primo (o por lo menos, de no dejar que el se apartase solo con la Luna), pero probablemente su plan tenia un objetivo mas ambicioso, que debia de haber sido urdido en inteligencia con el sordo: esconderse juntos alla arriba y quedarse en la Luna un mes. Pero puede ser que mi primo, como era sordo, no hubiese entendido nada de lo que ella habia tratado de explicarle, o que directamente no se hubiera dado cuenta siquiera de ser objeto de los deseos de la senora. ?Y el capitan? No esperaba mas que liberarse de su mujer, tanto que apenas ella quedo confinada alla arriba, vimos que se abandonaba a sus inclinaciones y se hundia en el vicio, y entonces comprendimos por que no habia hecho nada por retenerla. ?Pero sabia el desde el principio que la orbita de la Luna se iba agrandando?

Ninguno de nosoeros podia sospecharlo. El sordo, quiza unicamente el sordo: de la manera larval en que sabia las cosas, habia presentido que aquella noche le tocaba despedirse de la Luna. Por eso se escondio en sus lugares secretos y solo reaparecio para volver a bordo. Y fue inutil que la mujer del capitan lo siguiera: vimos que atravesaba la extension escamosa varias veces, a lo largo y a lo ancho, y de golpe se detuvo mirando a los que habiamos permanecido en la barca, casi a punto de preguntarnos si lo habiamos visto.

Claro que habia algo insolito aquella noche. La superficie del mar, aunque tensa como siempre que habia plenilunio y hasta casi arqueada hacia el cielo, ahora parecia relajarse, floja, como si el iman lunar no ejerciera toda su fuerza. Y sin embargo no se hubiera dicho que la luz era la misma de los otros plenilunios, como por un espesarse de la tiniebla nocturna. Hasta los companeros, arriba, debieron de darse cuenta de lo que estaba sucediendo, pues alzaron hacia nosotros ojos despavoridos. Y de sus bocas y las nuestras, en el mismo momento, salio un grito:

– ?La Luna se aleja!

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