Alacar, Ilyaya Kimi, el anciano erudito Isyn, dos Hermanas, sus propios Adeptos; todos seguian durmiendo, y el silencio que descendio sobre el crater muerto del volcan era casi insoportable. Keridil miro a su alrededor como buscando inspiracion o consuelo en las imponentes paredes de roca, pero alli no habia nada. Lo unico que vio fue el primer y delator destello de luz en el cielo, que le dijo que empezaba a despuntar la aurora en el horizonte del este. En su estado de animo actual, le dio poco consuelo.

Alguien rebullo y respiro con menos fuerza que el cefiro y, al volverse, vio que el Alto Margrave se estaba moviendo lentamente, como en trance, estremeciendose al elevarse su conciencia a traves de las capas profundas del sueno en direccion a la manana. Tambien los otros daban senales de despertar, aunque la anciana Matriarca seguia yaciendo inmovil, palida, como una arrugada y fragil muneca.

La mirada de Fenar Alacar se encontro con la de Keridil, pero este no pudo responder a la muda y asombrada suplica que ardia en los ojos pasmados del Alto Margrave, y se volvio de espaldas. Tal vez con el tiempo podria empezar a contestar los millones de preguntas no formuladas; pero todavia no. Todavia no.

Se habian ido tantas cosas... , tantas cosas que el habia dado por ciertas durante toda su vida y que ahora habian sido barridas. Y sin embargo, Keridil experimentaba que una sensacion injustificada de liberacion empezaba a invadirle, como si levantaran de sus hombros una carga de la que nunca se habia dado plenamente cuenta. De m> mento, todavia no encontraba solaz en ello... , pero habia en ello una promesa, una promesa que era como la de la aurora que ascendia lentamente y sin ruido en el cielo. Fuese lo que fuere lo que guardaba el futuro, se le habia dado una oportunidad de vivir y de gobernar como le dictase su conciencia, libre de toda fidelidad ciega al Orden o al Caos. Y esperaba (creia, se dijo severamente) que podria mostrar se digno de aquella responsabilidad.

Lentamente, Keridil se hinco de rodillas sobre el duro suelo de roca. Inclino la cabeza al doblarse sobre sus propias manos cruzadas, y empezo a orar.

Pero ya no sabia a que dioses tenia que rezar.

EPILOGO

Si volvia la mente en aquella dimension, podia ver el Castillo. Aquel edificio tan antiguo, construido por manos que no eran del todo humanas, habitado por sucesivas generaciones, usurpado por otros cuyas vulnerabilidad y mortalidad eran dificiles de advertir. Ahora el circulo se habia cerrado, o casi cerrado.

Los centinelas en lo alto de las cuatro vertiginosas torres estaban en sus puestos, tenidas las caras por las ultimas luces ensangrentadas del sol al deslizarse hacia el horizonte occidental. Esperaban, como lo hacian cada atardecer, la tormenta sobrenatural que vendria rugiendo del norte en el momento del ocaso, proyectando sus caoticos relampagos a traves de los cielos, mientras las grandes y pulsatiles franjas de color avanzaban inexorablemente detras de ella. Esperaban el Warp que anunciaba la noche, que pregonaba el poder del Caos en su mundo, y cuando llegase, se celebrarian los ritos y se harian las suplicas y el equilibrio se mantendria una vez mas.

El sentia un extrano afecto por el lugubre y negro Castillo. Contenia recuerdos que le gustaba contemplar; en los confines de sus paredes aprendio mucho, sufrio mucho y, finalmente, recobro la memoria de su propia y verdadera naturaleza. Tambien habia encontrado el alma humana por la que estuvo dispuesto a sacrificarlo todo.

Ella se movio a su lado y el sintio su sonrisa. Aqui, en un reino mas alla de la comprension humana pero que era ahora el suyo, eligio adoptar la forma de una mujer de cabellos palidos, cara solemne y ojos ambarinos, en la que solamente la resplandeciente ropa del Caos que envolvia su cuerpo delgado desmentia la ilusion de humanidad. Eligio aquella imagen porque sabia que a el le gustaba; el se volvio hacia ella y adopto una forma que completaba la suya: cabellos negros en contraste con los de oro blanco, ojos verdes que la miraban afectuosamente al atraerla hacia si y estrecharla con fuerza. En algun lugar lejano, una voz entono una horrible armonia; el fruncio el entrecejo, y el sonido se transformo en una nota pura y tremula que le recordo, agradablemente, las criaturas marinas de pelaje abigarrado que habia conocido antano y que habian servido bien al Caos.

El sol rojo de sangre se estaba hundiendo en el mar mucho mas alla de la mole del Castillo, y el sintio en sus venas los primeros anuncios del Warp que se acercaba. La tormenta era su sangre, su nervio; hizo un ligero esfuerzo de voluntad y sintio que la fuerza crecia, aullando y arrastrandose sobre el mar en direccion a la tierra. Y al acercarse furioso al Castillo, vio, como habia visto antes, una figura solitaria en una ventana alta que se abria al norte que se estaba oscureciendo. Un hombre que, antano, fue su amigo.

Se hacia llamar Sumo Iniciado, porque este titulo era antiguo y noble, y lo merecia, creia Tarod, mas que cualquiera de sus semejantes. Ya no llevaba la insignia de su rango, porque el viejo sello del Orden habia perdido su significacion y no se resignaba a llevar el emblema del Caos. Tal vez esto cambiaria un dia; pero importaba poco. El equilibrio se habia restablecido y Keridil era libre de tomar el partido que quisiera.

Los recuerdos que trajeron a Tarod al Castillo hicieron que sus pensamientos se detuviesen en la figura de la ventana. Recordo lo que era ser mortal y sintio piedad por el hombre de rostro macilento y ojos atormentados bajo los rojizos cabellos. Keridil habia aprendido lo que era traicionar y ser traicionado, y la leccion le cambio y le endurecio. Habia mirado las caras de los dioses del Orden y de los dioses del Caos, y sabia que unos y otros se necesitaban. Habia perdido a la mujer que amaba y, al perderla, vio cual era su verdadera naturaleza, de manera que, sin dejar por esto de llorarla, comprendia dolorosamente como ella le habia enganado y casi corrompido.

Habia visto la muerte de la vieja Matriarca, cuya fragilidad habia sucumbido durante aquel ultimo y monstruoso encuentro con el Caos en la Isla Blanca, y con ella desaparecio el ultimo bastion de las viejas y rigidas costumbres. La senora Fayalana Impridor, que, sorprendida y emocionada, se habia puesto el manto de Matriarca al declararse la doliente Kael Amion incapaz de desempenar el cargo, era lo bastante joven para no haberse contagiado de la inflexibilidad de su predecesora. Y Fenar Alacar, ahora de diecinueve anos y profundamente afectado por sus recientes experiencias, delego sus funciones al Sumo Iniciado y se esforzaba en aprender prudencia.

El mundo estaba en paz; tal vez mas en paz de lo que estuvo nunca en el recuerdo de cualquiera de sus habitantes. Pero no duraria; al

Caos le encantaba el conflicto, e incluso ahora se excitaba la mente de Tarod al prever el proximo enfrentamiento con los Senores del Orden. Se produciria; el equilibrio se habia establecido y debia mantenerse, pero estaria constantemente amenazado, y el y sus hermanos se regocijarian cuando se reanudase una vez mas el antiguo combate. Pero el pivote de aquel conflicto, el eje final sobre el que giraria su resultado, estaba en manos de los falibles mortales que durante siglos adoraron al Orden y que ahora se sentian desligados de sus severas normas y libres de elegir su propio camino. En cuanto al que elegirian, ni Tarod ni Yandros ni ninguno de los entes que les servian en el reino del Caos podian saberlo; la invencibilidad no era omnisciencia, y ademas, la incertidumbre daba mas sabor al futuro. Pero fuera cual fuese el que eligiese Keridil, Tarod penso, no sin sentir un poco de afecto, que habia demostrado, al fin, que podia hacer frente al desafio de su nuevo papel. Habria cambios, porque tenia que haberlos. Y creia que Keridil seria un valioso instigador.

Unos dedos le tocaron ligeramente y unos colores que vibraban mucho mas alla del espectro visible resplandecieron alrededor de la figura de la mujer que estaba a su lado. Tarod sonrio, y el pequeno microcosmos que era la Peninsula de la Estrella y el mundo gobernado por ella se desvanecio entre lo almacenado en la memoria. Se levanto, tendiendo graciosamente una mano, y unos dedos blancos se cerraron sobre los de el, y los dos personajes se alejaron juntos del observatorio. Durante un momento, dos columnas pulsatiles de radiacion ocuparon su sitio; despues, tambien ellas se confundieron con la niebla arremolinada del Caos de la que habian salido. En alguna parte, una risa que era casi pero no del todo humana, resono dulcemente; entonces las dos figuras desaparecieron, dejando tras ellas un efimero pero profundo silencio.

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