Era ella. La mujer que habia perturbado su sueno e invadido su mente desde que desperto. La mujer sobre la que necesitaba informarse. Estaba sentada bajo el umbroso arbol con los ojos cerrados y una media sonrisa en los labios.

Desmonto y se acerco silenciosamente, sin apartar la vista de ella. Unos rizos de color castano rojizo, despeinados por el viento, le enmarcaban el rostro. La observo sin prisas, admirando su piel de porcelana, sus largas pestanas y sus labios extraordinarios y tentadores.

Su mirada descendio atraida por su esbelto cuello y la nivea piel que asomaba de su recatado corpino. Sus piernas parecian increiblemente largas bajo el vestido de muselina.

Otro rizo, movido por el viento, se solto de su mono desarreglado y le rozo la boca. Sus labios se contrajeron varias veces y sus ojos se entreabrieron mientras se apartaba el molesto mechon de la cara.

Austin supo exactamente en que momento ella vio las botas de montar negras que tenia delante. Se puso tensa y parpadeo. Luego alzo la vista y reprimio un grito de sorpresa.

– ?Excelencia!

Se levanto de un salto y ejecuto una reverencia que muchos habrian considerado poco elegante, pero que a Austin le parecio encantadora.

– Buenos dias, senorita Matthews. Por lo visto tenia usted razon cuando predijo que no me costaria demasiado encontrarla. Me tropiezo con usted por todas partes.

Las mejillas de Elizabeth enrojecieron. Cuan desconcertante resultaba fantasear con que un hombre la besaba y abrir los ojos para descubrir que ese mismo hombre estaba ahi delante, mirandola. Un hombre de lo mas atractivo, por cierto.

La luz matinal que se filtraba por entre las hojas hacia brillar su cabello negro como el azabache. Un solitario mechon, agitado por el viento, le caia sobre la frente, confiriendole un atractivo casi juvenil que contrastaba de manera chocante con la imponente intensidad de sus ojos grises. Su figura alta y robusta, de porte aristocratico, destilaba fuerza masculina.

Una camisa blanca y lisa le cubria el ancho torso. Al llevar desabrochados los botones superiores, la firme y bronceada columna de su cuello se elevaba desde la abertura en la fina batista. Los latidos del corazon de Elizabeth se aceleraron cuando atisbo el vello negro que asomaba por ese fascinante resquicio, si bien la camisa le impedia ver mas.

El amplio pecho de Austin se estrechaba hacia las esbeltas caderas formando una V perfecta, y sus largas y musculosas piernas estaban enfundadas en pantalones de montar de color beige que desaparecian en el interior de sus lustrosas botas negras. Ella supuso que las calles de Londres debian de estar repletas de damiselas con el corazon roto por su causa. Desde luego, el seria un modelo maravilloso para un dibujo.

– ?Y bien? ?He pasado la inspeccion? -pregunto Austin, divertido.

– ?La inspeccion?

– Si. -Esbozo una sonrisa-. Es una palabra inglesa que significa «examinar a fondo».

Aunque saltaba a la vista que estaba tomandole el pelo, Elizabeth se sintio abochornada. Cielo santo, habia estado contemplandolo como una muerta de hambre ante un banquete. Pero al menos el ya no parecia disgustado con ella.

– Perdonadme, excelencia. Es solo que me ha sorprendido veros aqui. -Achico los ojos al fijarse en una marca de su mejilla-. ?Os habeis hecho dano?

El se toco la marca con cuidado.

– Un aranazo de una rama. No es mas que un rasguno.

Un suave relincho llamo la atencion de Elizabeth, que se volvio para observar el magnifico corcel negro que abrevaba en el lago.

– ?Estais disfrutando con vuestro paseo a caballo? -pregunto.

– Si, mucho. -El se dio la vuelta-. ?Donde esta su montura?

– He venido a pie. Es una manana estupen…

Una imagen le vino a la mente e interrumpio sus palabras.

Era la imagen de un caballo encabritado, un caballo negro muy parecido al que bebia junto al lago.

– ?Se encuentra bien, senorita Matthews?

La imagen se desvanecio y ella desecho aquella vaga impresion.

– Si, estoy bien. De hecho, estoy…

– Como un roble.

– Bueno, si, lo estoy -contesto ella con una sonrisa-, pero lo que iba a decir es que estoy hambrienta. ?Os gustaria compartir conmigo mi almuerzo? He traido mas que suficiente.

Se arrodillo y empezo a sacar comida de su bolsa.

– ?Se ha traido el desayuno?

– Bueno, no exactamente. Solo unas zanahorias crudas, manzanas, pan y queso.

Austin la observaba, intrigado. Nunca lo habian invitado a un picnic tan informal. Era una oportunidad ideal para pasar algo de tiempo con ella. ?Que mejor manera de sonsacarle sus secretos y averiguar lo que sabia de William y de la carta de chantaje? Se acomodo en el suelo a su lado, y acepto una rebanada de pan y un trozo de queso.

– ?Quien os ha preparado la bolsa?

– Yo misma. Ayer por la manana, antes de salir de Londres, ayude a la cocinera de tia Joanna, que habia tenido un percance. En senal de gratitud, me invito a servirme lo que quisiera.

Le saco brillo a una manzana frotandola contra su falda. Austin hinco el diente en el queso, y le sorprendio que algo tan sencillo supiese tan bien. Nada de salsas elaboradas, ni del entrechocar de los cubiertos de plata, ni de sirvientes revoloteando alrededor…

– ?Como fue que ayudo usted a la cocinera?

– Se habia hecho una herida en el dedo que necesitaba varios puntos. Yo estaba en la cocina buscando algo de sidra cuando ocurrio el accidente. Naturalmente, le ofreci mi ayuda.

– ?Mando llamar a un medico?

Ella arqueo las cejas, con un brillo de diversion en los ojos.

– Le cure la herida y se la suture yo misma.

Austin por poco se atraganta con el queso.

– ?Usted le suturo la herida?

– Si. No habia por que molestar a un medico cuando yo era perfectamente capaz de ocuparme de ella. Creo haber mencionado anoche que mi padre era medico. A menudo me pedia que lo ayudara.

– ?Y usted llego a realizar tareas… propias de un medico?

– Pues si. Papa era muy buen profesor. Os aseguro que la cocinera estuvo bien atendida.

Le dedico una sonrisa y acto seguido dio un mordisco a la manzana.

La mirada de Austin se poso en los labios carnosos de ella, brillantes de jugo de manzana. Su boca tenia un aspecto humedo y dulce. E increiblemente tentador. El no creia en realidad que ella pudiera leerle el pensamiento, pero, en vista de su extrana perspicacia, decidio apartar su atencion de aquellos labios.

– Que manana tan hermosa -comento ella-. Me encantaria ser capaz de reproducir esos colores, pero no tengo talento para las acuarelas. Solo se me da bien el carboncillo, y me temo que viene en un unico color.

Austin senalo con un movimiento de la cabeza el cuaderno de dibujo que estaba junto a ella.

– ?Me permite?

– Por supuesto -respondio ella, alargandole el cuaderno.

Austin examino cada uno de los esbozos y comprobo enseguida que ella tenia mucho talento. Sus trazos vigorosos componian imagenes tan vividas, tan llamativas, que parecian salirse del papel.

– ?Habeis reconocido a Diantre? -pregunto ella, mirando por encima de su hombro.

El suave aroma a lilas lo envolvio de repente.

– Si, es un retrato muy fiel de la bestezuela.

Levanto la vista del dibujo, y los curiosos destellos dorados en los ojos de Elizabeth captaron su atencion. Eran unos ojos enormes, de color ambar con toques dorados, como el brandy. Sus miradas se encontraron, y el quedo cautivo durante un rato largo. Una chispa le recorrio el cuerpo, acelerandole el pulso. Aunque estaba sentado en el suelo, de pronto se sintio como si hubiese corrido un kilometro. Esta mujer producia un efecto de lo mas

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