Rachel Gibson

Jane Juega Y Gana

PROLOGO

Entre tantos bares llenos de humo como hay en Seattle, el tuvo que entrar en el Loose Screw, el garito en que yo trabajaba cinco noches a la semana sirviendo cervezas y asfixiandome con el humo rancio del tabaco. Un descuidado mechon de pelo negro le cayo sobre la frente al tiempo que dejaba un paquete de Camel y un Zippo encima de la barra.

– Ponme una Henry's -dijo con voz aspera-, y hazlo rapido. No tengo todo el dia.

Siempre me han chiflado los tipos sombrios de mala disposicion. Con una sola mirada supe que aquel era un hombre sombrio, y tan malo como una tormenta electrica.

– ?De barril o de botella? -le pregunte.

Encendio un cigarrillo y me miro a traves de una nube de humo. Sus hermosos ojos azules se tineron de pecado mientras bajaba la vista hasta el grifo del barril. Los extremos de su boca se curvaron formando una sonrisa cuando aprecio la talla de mi sujetador.

– Botella -respondio.

Saque una Henry's de la nevera, la abri y la hice deslizar sobre la barra.

– Tres con treinta -dije.

Cogio la botella con una de sus manazas y se la llevo a los labios; no aparto su mirada de mi mientras bebia. Al dejar la botella de nuevo en la barra con un golpe, la espuma salio por la boca de cristal. Senti que me temblaban las rodillas.

– ?Como te llamas? -pregunto mientras sacaba la billetera del bolsillo trasero de sus gastados Levi's.

– Bomboncito -respondi-. Bomboncito de Miel.

Volvio a esbozar una sonrisa cuando me entrego el billete de cinco dolares.

– ?Eres bailarina de strip-tease?

Lo tome como un cumplido.

– Depende.

– ?De que depende?

Le devolvi el cambio y aproveche para rozar la palma de su mano con la punta de mis dedos. Un escalofrio se apodero de mis munecas y sonrei. Recorri con la mirada sus fuertes brazos y su pecho hasta alcanzar sus anchos hombros. Todos los que me conocian sabian que seguia muy pocas reglas en lo que a hombres se referia. Me gustaban los tipos grandes y malos, aunque debian tener dientes y manos limpios. Eso era todo. Oh, si, los preferia un tanto pervertidos, aunque no era imprescindible, pues con lo viciosa que era yo habia suficiente para los dos. Desde nina, mis pensamientos habian tenido siempre el sexo como eje central. Mientras las munecas Barbie de las otras ninas iban a la escuela, la mia jugaba a los medicos. Juegos que discurrian mas o menos de este modo: la doctora Barbie examinaba el paquete de Ken y despues follaba con el hasta dejarlo en estado de coma.

Ahora, a mis veinticinco anos, en lugar de dedicarme al golf o a la ceramica como tantas mujeres, mi hobby eran los hombres, y los coleccionaba como si de baratos souvenirs de Elvis se tratase. Tras observar los atractivos ojos azules de mister Mala Leche, comprobe los latidos de mi pulso cardiaco y el dolor entre mis muslos y me dije que tambien podia conseguirlo para mi coleccion. Solo tenia que llevarmelo a casa. O meterlo en la parte trasera de mi coche, o hacer una visita al servicio de mujeres.

– ?Que te ha traido por aqui? -pregunte finalmente, apoyando los brazos sobre la barra y ofreciendole una estupenda panoramica de mis perfectos pechos.

Sus ojos parecian ardientes y hambrientos cuando aparto la vista de mi escote. Entonces abrio su billetera y me mostro su placa.

– Estoy buscando a Eddie Cordova. Me han dicho que le conoces.

Menuda suerte la mia. Un poli.

– Si, conozco a Eddie.

Habia salido con el una vez, si a lo que hicimos podia llamarsele salir. La ultima vez que vi a Eddie fue en el lavabo del Jimmy Woo's, en estado comatoso. Tuve que pisarle la mano para que me soltase el tobillo.

– ?Sabes donde puedo encontrarlo?

Se trataba de un ladron de medio pelo y, lo que era aun peor, un pesimo amante, por lo que no senti el menor asomo de culpa de responder:

– Supongo que si.

Si, le echaria una mano a aquel tipo, y por el modo en que me miraba podia asegurar que el queria algo mas que…

El telefono que estaba junto al ordenador empezo a sonar. Jane Alcott aparto la mirada de la pantalla y de la ultima entrega de «La vida de Bomboncito de Miel».

– Maldita sea -gruno. Paso los dedos por debajo de las gafas y se froto los cansados ojos. Por entre los dedos miro la pantallita del telefono para saber quien llamaba. Respondio.

– Jane -dijo el editor del Seattle Times, Leonard Callaway, sin molestarse en decir hola-, Virgil Duffy va a hablar con los entrenadores y los directores deportivos esta noche. El trabajo es oficialmente tuyo.

Virgil Duffy, cuya corporacion figuraba en la lista Fortune 500, era el dueno del equipo de hockey de los Seattle Chinooks.

– ?Cuando empiezo? -pregunto Jane poniendose en pie. Cogio la taza de cafe y, al ir a beber, dejo caer unas gotas sobre su viejo pijama de franela.

– El dia 1.

Comenzar el primero de enero le dejaba solo dos semanas para prepararse. Dos dias antes, Leonard le habia preguntado si estaba interesada en cubrir el puesto del cronista deportivo Chris Evans, que estaba de baja por un tratamiento medico contra un linfoma. El pronostico para Chris era bueno, pues no se trataba de un linfoma de Hodgkin, pero le mantendria alejado del periodico y alguien tendria que cubrir la informacion relativa a los Chinooks. Jane nunca habria sonado que seria ella.

Entre otras cosas, era columnista del Seattle Times y gozaba de cierto nombre debido a su columna mensual «Soltera en la ciudad». No tenia ni idea de hockey.

– Saldras de viaje con ellos el dia 2 -prosiguio Leonard-. Virgil quiere aclarar los detalles con los entrenadores, despues te presentara al equipo, el lunes, antes de que salgais.

Cuando le ofrecieron ese trabajo, hacia de ello una semana, se habia sentido sorprendida e incluso intrigada. Sin duda, el senor Duffy deberia haber escogido a otro reportero deportivo para cubrir los partidos de su equipo. Pero para su asombro, la oferta de trabajo provenia directamente de el.

– ?Que piensan los entrenadores? -Jane dejo el tazon sobre el escritorio, junto a la agenda abierta.

– En realidad, no les importa. Desde que John Kowalsky y Hugh Miner se retiraron, el estadio no ha vuelto a llenarse. Duffy necesita dinero para pagar al portero estrella que ficho el ano pasado. Virgil adora el hockey, pero ante todo es un hombre de negocios. Hara cualquier cosa para que los aficionados acudan al campo. Por eso penso en ti en primer lugar. Quiere que vayan mas mujeres a ver los partidos.

Lo que Leonard Callaway no le dijo fue que Duffy habia pensado en ella porque sabia que escribia cotilleos para mujeres. A Jane no le importaba; despues de todo, esos cotilleos la ayudaban a pagar las facturas y, por otra parte, la habian hecho bastante conocida entre las mujeres que leian el Seattle Times. Pero los cotilleos no alcanzaban para pagar todas las facturas. Ni siquiera la mayoria. La pornografia pagaba todo lo demas. La serie de relatos pornograficos «La vida de Bomboncito de Miel», que escribia para la revista Him, era muy popular entre los lectores masculinos.

Mientras hablaba con Leonard de Duffy y su equipo de hockey, Jane escribio en una nota adhesiva con letras

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