Anchee Min

La Ciudad Prohibida

Uno de los ancianos sabios de China predijo que «China seria destruida por una mujer». La profecia se acerca a su cumplimiento.

DOCTOR GEORGE ERNEST MORRISON,

corresponsal del Times de Londres en China,

1892-1912

[Tzu Hsi] demostro ser bondadosa y ahorradora. Su reputacion habia sido intachable.

CHARLES DENBY,

enviado americano a China, 1898

[Tzu Hsi] era un genio de maldad e intriga.

Libro de texto chino (publicado 1949-1991)

PREFACIO

Lo cierto es que nunca he sido un genio en nada. Me da risa cuando oigo decir a la gente que desde muy temprana edad yo queria gobernar China. Mi vida la modelaron fuerzas que ya estaban activas antes de que yo naciera. Las conspiraciones de la dinastia eran ancestrales, y hombres y mujeres se vieron inmersos en feroces rivalidades mucho antes de que yo entrara en la Ciudad Prohibida y me convirtiera en concubina. Mi dinastia, la Qing, estaba condenada desde que perdimos las guerras del Opio contra Gran Bretana y sus aliados. Mi mundo fue un exasperante espacio ritual, donde solo tenia privacidad en mi imaginacion. No ha transcurrido un solo dia en que no me haya sentido como un raton huyendo de una trampa tras otra. Durante medio siglo fui participe de la elaborada etiqueta de la corte con todos sus meticulosos detalles. Soy como un cuadro de la galeria de retratos imperiales; cuando me siento en el trono, mi aspecto es cortes, agradable y placido.

Ante mi se tiende una cortina de gasa: un velo translucido que separa simbolicamente a la mujer del hombre. Para protegerme de las criticas escucho, y hablo poco. Instruida a conciencia en la sensibilidad masculina, comprendo que una simple mirada perspicaz molestaria a consejeros y ministros. A ellos les amedrenta la idea de que una mujer sea el monarca. Los principes celosos albergan viejos temores hacia las mujeres que se entrometen en la politica. Cuando mi marido murio y me converti en la regente temporal de nuestro hijo de seis anos, Tung Chih, contente a la corte al recalcar en mi decreto que el poder recaia en Tung Chih, no en su madre.

Mientras los hombres de la corte buscaban impresionar a los demas con su inteligencia, yo ocultaba la mia. Mi labor al frente de la corte ha sido una lucha constante contra consejeros ambiciosos, ministros aviesos y generales al mando de ejercitos que jamas contemplaron batalla alguna. Y todo esto durante mas de cuarenta y seis anos. El verano pasado cai en la cuenta de que me habia convertido en una vela consumida en una sala sin ventanas: mi salud se deterioraba y comprendi que tenia los dias contados.

Ultimamente me he obligado a levantarme al alba y conceder audiencia antes del desayuno. He mantenido mi estado en secreto. Hoy estaba demasiado debil para levantarme. Mi eunuco An-te-hai ha venido a apremiarme. Mandarines y autocratas me aguardan postrados con las rodillas doloridas en el salon de audiencia. No estan aqui para tratar los asuntos de Estado que se plantearan despues de mi muerte, sino para presionarme con el fin de que nombre heredero a uno de sus hijos.

Me duele admitir que nuestra dinastia esta agotada. En estos tiempos no puedo hacer nada a derechas. Me he visto obligada a asistir a la caida no solo de mi hijo, a los diecinueve anos, sino de la propia China. ?Existe mayor crueldad? Perfectamente consciente de las razones que han contribuido a mi situacion, me siento atenazada, al borde de la asfixia. China ha devenido un mundo envenenado con sus propios residuos. Mi animo esta tan abatido que los sacerdotes de los mejores templos son incapaces de levantarlo.

Y esto no es lo peor; lo peor es que mis compatriotas siguen demostrando su fe en mi y yo, por imperativos de conciencia, debo destruir su fe. En los ultimos meses he roto corazones; los he desgarrado con mis decretos de despedida, los he desgarrado contando a mis compatriotas la verdad: que sus vidas seran mejores sin mi. Les he dicho a mis ministros que estoy preparada para entrar en la eternidad en paz, a pesar de las opiniones del mundo. En otras palabras, soy un ave muerta que ya no teme el agua hirviendo.

Estoy quedandome ciega, cuando mi vision era perfecta. Esta manana me costaba ver lo que estaba escribiendo, pero mi ojo de la mente conservaba su lucidez. El tinte frances hace que mi cabello vuelva a ser lo que era: negro como la noche aterciopelada. Y no me mancha la cabeza como el tinte chino que he usado durante anos. ?Que no me hablen de lo listos que somos comparados con los barbaros! Es cierto que nuestros antepasados inventaron el papel, la imprenta, la brujula y los explosivos, pero nuestros antepasados tambien se negaron, dinastia tras dinastia, a construir defensas adecuadas para el pais. Creian que China era demasiado civilizada para que a alguien se le ocurriera siquiera desafiarla. Y ahora mira donde estamos: la dinastia es como un elefante descerebrado que tarda en agotar su ultimo resuello.

El confucianismo estaba equivocado; China ha sido derrotada. El resto del mundo no me ha ofrecido ni respeto, ni justicia, ni apoyo. Nuestros aliados vecinos contemplan como nos derrumbamos con apatia e impotencia. ?De que sirve la libertad sin honor? Lo que me resulta insultante no es esta intolerable manera de morir, sino la falta de honor y nuestra incapacidad para ver la verdad.

Me sorprende que nadie se de cuenta de que nuestra actitud en este final es comica hasta el absurdo. En la ultima audiencia no pude evitar gritar:

– ?Soy la unica que sabe que tengo el pelo blanco y endeble!

La corte se nego a escucharme. Mis ministros vieron el tinte frances y mi cabello tan bien arreglado como algo autentico. Golpeando la cabeza contra el suelo, salmodiaron:

– ?Celeste majestad! ?Diez mil anos de salud! ?Larga vida a su majestad!

Capitulo 1

Mi vida imperial empezo con un olor, un olor a podrido procedente del ataud de mi padre; llevaba muerto dos meses y aun lo transportabamos hacia Pekin, su lugar de nacimiento, para enterrarlo. Mi madre se sentia frustrada.

– Mi marido era el gobernador de Wuhu -dijo a uno de los criados que habia contratado para llevar el ataud.

– Si, senora -respondio humildemente el jefe de los porteadores-, y deseamos de corazon que el gobernador tenga un feliz viaje a casa.

Por lo que yo recuerdo, mi padre no fue un hombre feliz. Habia sido repetidamente degradado debido a sus pobres resultados en la represion de las sublevaciones de los campesinos Taiping. Hasta mas tarde no supe que no se le podia echar toda la culpa a mi padre por ello. Durante anos China habia sido hostigada por la hambruna y las agresiones extranjeras. Cualquiera en la piel de mi padre habria comprendido que era imposible cumplir la

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