Durante el fin de semana habian recibido setenta y dos correos electronicos. Como norma general, cualquier numero que rebasara la cincuentena significaba que no iba a volver a casa antes de las ocho de la noche en toda la semana. Se puso a ojearlos, apuntando cosas en una endemoniada lista de Cosas Pendientes: una lista que jamas menguaba, por muy duro que trabajara.

Hoy Patrick tenia que llevar unas drogas al laboratorio del Estado…No es que fuera un asunto de importancia, pero eran cuatro horas enteras que se le iban de un plumazo. Tenia un caso de violacion en marcha, cuyo autor habia sido identificado a partir de un anuario de la universidad; habia prestado declaracion y estaba todo preparado para presentarlo en las oficinas del fiscal general. Luego habia el caso de un mendigo que habia sustraido un telefono movil de un vehiculo. Habia recibido los resultados del laboratorio de un analisis de sangre para un caso de robo con violencia en una joyeria, y tenia una vista en el tribunal, y encima del escritorio estaba ya la nueva denuncia del dia, un carterista que habia utilizado las tarjetas de credito robadas y que habia dejado asi una pista que ahora Patrick debia seguir.

Ser detective en una pequena ciudad exigia ocuparse de todos los frentes a tiempo completo. A diferencia de otros policias que conocia que trabajaban en departamentos de ciudades mas grandes, y que tenian veinticuatro horas para un caso antes de que este se considerara antiguo, el trabajo de Patrick consistia en ocuparse de todo cuanto caia sobre su escritorio, sin poder seleccionar aquello que le pareciera mas interesante. Era dificil motivarse al maximo por un cheque falso, o por un robo que le supondria al ladron una multa de doscientos dolares cuando los impuestos empleados en ello supondrian cinco veces mas con que el caso solo tuviera a Patrick ocupado una semana. Pero cada vez que le daba por pensar que sus casos no eran particularmente importantes, se encontraba cara a cara con alguna de las victimas: la madre histerica a la que le habian robado el bolso; los propietarios de la pequena joyeria de la esquina a los que les habian quitado los ahorros para su jubilacion; el profesor preocupado por haber sido victima de un robo de identidad. La esperanza, como bien sabia Patrick, era la medida exacta de la distancia que mediaba entre el y la persona que acudia a el en busca de ayuda. Si Patrick no se involucraba, si no se entregaba al cien por cien, entonces esa victima iba a seguir siendo victima para siempre. Razon por la cual, desde que Patrick habia ingresado en la policia de Sterling, se las habia arreglado para resolver todos y cada uno de los casos que se le habian ido presentando.

Y aun asi…

Cuando Patrick se encontraba tumbado en la cama, solo, dejando que su mente vagara por el conjunto de su vida, no recordaba los exitos conseguidos…sino solo los potenciales fracasos. Cuando recorria en todo su perimetro una granja destrozada por actos de vandalismo, o cuando encontraba un coche desguazado y abandonado en el bosque, o cuando le tendia un panuelo de papel a una chica sollozante de la que habian abusado sexualmente drogandola en una fiesta, Patrick no podia evitar la sensacion de haber llegado demasiado tarde. El, que era detective, no detectaba nada. Los asuntos llegaban a sus manos cuando todo el mal estaba ya hecho.

Era el primer dia calido de marzo, ese en el que se empieza a creer que la nieve va a fundirse pronto, y que junio esta a la vuelta de la esquina. Josie estaba sentada encima del capo del Saab de Matt, en el estacionamiento para estudiantes, pensando que faltaba menos para el verano tras el cual empezaria su ultimo ano escolar; que en escasos tres meses seria miembro oficial de la clase de los veteranos.

A su lado, Matt estaba reclinado contra el parabrisas, con la cara levantada hacia el sol.

– Faltemos a clase-dijo-. Hace demasiado buen tiempo como para pasarse el dia metidos ahi dentro.

– Si faltas a clase, no podras jugar.

El torneo del campeonato estatal de hockey sobre hielo empezaba aquella misma tarde, y Matt jugaba de extremo derecho. Sterling habia ganado el ano anterior, y todos esperaban que repitiera titulo.

– Vas a venir al partido-dijo Matt, pero no como una pregunta, sino como una afirmacion.

– ?Piensas marcar algun tanto?

Matt esbozo una sonrisa maliciosa y la atrajo sobre si.

– ?No lo hago siempre?-dijo, pero habia dejado de hablar de hockey, y ella noto que se ruborizaba.

De pronto, Josie recibio una lluvia de calderilla en la espalda. Ambos se sentaron y vieron a Brady Pryce, un jugador de futbol, caminando cogido de la mano de Haley Weaver, la reina de la fiesta de antiguos alumnos. Haley arrojo un segundo diluvio de peniques, que era la forma que tenian en el Instituto Sterling de desearle suerte a un deportista.

– Hoy dales duro, Royston-dijo Brady a gritos.

Su profesor de matematicas estaba cruzando el estacionamiento, con un gastado maletin de piel negro y un termo de cafe en la mano.

– Hola, senor McCabe-llamo Matt-. ?Que tal lo hice en el examen del viernes pasado?

– Por fortuna tiene usted otros talentos en los que apoyarse, senor Royston-dijo el profesor, mientras se metia la mano en el bolsillo. Le guino el ojo a Josie al tirarles las monedas, unos peniques que cayeron sobre los hombros de ella como confeti, como estrellas que se desprendieran del firmamento.

«Sera posible», penso Alex mientras volvia a meter en el bolso todas las cosas que acababa de sacar. Al cambiar de bolso, se habia dejado en el otro la llave maestra gracias a la cual podia entrar en el Tribunal Superior por la entrada de servicio, situada en la parte trasera del edificio. Aunque habia pulsado el boton del portrero electrico cien veces, no parecia que nadie lo oyera para ir a abrirle.

– Demonios…-mascullo entre dientes, mientras rodeaba los charcos formados por las ultimas nevadas, para evitar que se le estropearan los zapatos de tacon de piel de cocodrilo: precisamente una de las ventajas de estacionar en la parte de atras era no tener que hacer aquello. Tal vez podria cortar por la oficina de la escribania hasta su despacho, y si los planetas estaban alineados, quiza hasta llegar a la sala de audiencias sin ocasionar un retraso en la agenda.

A pesar de que en la entrada del publico habia una cola de unas veinte personas, los porteros reconocieron a Alex de inmediato, porque, a diferencia del circuito de los juzgados de distrito, en que se iba saltando de uno a otro, alli, en el Tribunal Superior, iba a permanecer durante seis meses enteros. Los porteros le hicieron gestos para que pasara, pero como en el bolso llevaba llaves y un termo de acero inoxidable y sabe Dios que cosas mas, hizo saltar el detector de metales.

La alarma consistia en un potente foco, por lo que todos los presentes en el vestibulo se volvieron para ver quien era el infractor. Con la cabeza gacha, Alex se precipito sobre el suelo embaldosado de forma que trastabillo y estuvo a punto de perder el equilibrio. Un hombre rechoncho extendio las manos para sujetarla.

– Eh, nena-le dijo con mirada lasciva-, me encantan tus zapatos.

Sin responder, Alex se libero de aquellas manos y se dirigio a la escribania. No habia ningun otro juez de Tribunal Superior que tuviera que lidiar con ese tipo de cosas. El juez Wagner era un buen tipo, pero tenia una cara que parecia una calabaza dejada a pudrirse despues de Halloween. La jueza Gerhardt llevaba unas blusas mas viejas que la propia Alex. Al acceder a la magistratura, Alex habia pensado que el hecho de ser una mujer relativamente joven y moderadamente atractiva seria algo bueno, un punto en contra de los encasillamientos, pero en mananas como aquella, no estaba tan segura.

En la oficina, solto el bolso de cualquier manera, se enfundo la toga y se dio cinco minutos para tomarse un cafe y repasar la agenda de casos pendientes. Cada uno de ellos tenia su propio expediente, aunque los de los reincidentes estaban sujetos por una misma goma elastica y, algunas veces, los jueces se dejaban unos a otros anotaciones con Post-it dentro de cada expediente. Alex abrio el primero y vio un dibujo de lineas simples que representaba a un hombre con barrotes delante de la cara: una senal dejada por la jueza Gerhardt de que aquella era la ultima oportunidad para el acusado, y que a la proxima iria a la carcel.

Hizo sonar el intercomunicador para advertir al ujier que estaba preparada para dar comienzo a la sesion, y acto seguido espero a escuchar la presentacion de rigor:

– En pie. Preside la sesion Su Senoria Alexandra Cormier.

Para Alex, la sensacion que tenia al entrar en la sala era siempre la de aparecer primera en el escenario en un estreno de Broadway. Ya sabias que alli habria gente, que sus miradas estarian pendientes de ti, pero eso no te ahorraba el momento critico en que te quedabas sin respiracion, en que no podias creer que tu fueras la persona a la que todos ellos habian ido a escuchar.

Alex paso con brio por detras del banquillo y tomo asiento. Habia setenta vistas programadas para aquella manana, y la sala estaba atestada. Se llamo al primer acusado, que se acerco arrastrando los pies hasta situarse

Вы читаете Diecinueve minutos
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×