oido con el sordo estruendo de una explosion.

Despues adverti que no era mi pulso sino el eco en mi espiritu de la conmocion del derrumbe.

Cuando ese sordo fragor se acabara de extinguir, iba a estar muerto, sin saberlo. Como habia nacido.

4

La duena de casa me llevaba caldos que mis labios rotos por el choque de una laja en el tunel solo podian sorber a tragos lentos y espaciados. Me aflojo la venda de la cabeza.

Reconoci el sitio donde las mujeres me habian guarecido: el triangulo escaleno que va desde la catedral al antiguo seminario, convertido en carcel; desde el viejo Cabildo, pasando por el enorme castillo de la Escuela Militar, hasta el Departamento de Policia.

No habia corrido en mi fuga mas de quinientos metros, hasta caer por el derrumbadero de los basurales en el hondon del potrero, lejos de las casas altas que los mercenarios enriquecidos del regimen habian hecho levantar en su lugar de origen de barro y miseria.

Empece a oir las campanadas de la catedral dando las horas. Esas campanadas me recordaban la queja de los presos contra el reloj catedralicio: En lugar de tocar horas, por que no tocas siglos…

Un refran viejo como la carcel pegada a la iglesia metropolitana.

Un preso pregunto al pai Ramon Talavera, capellan de la carcel, por que eran tan lentas las horas en las campanadas de la catedral.

El cura, protector de los presos y complice de alguna que otra evasion, le respondio guinandole un ojo: «Seguramente para recordarnos la lentitud con que arden los carbones del infierno.»

5

Cuando pude emitir un ruido parecido a la voz, pregunte a la anciana por que se exponia al riesgo inutil de tenerme escondido en su casa.

Al principio no entendio lo que mi voz estropajosa le queria decir.

Le repeti la pregunta, tartamudeando mis palabras silaba por silaba.

– Por mi hijo… -respondio la mujer, luego de un largo silencio.

Bajo el manto oscuro que le cubria la cabeza solo podia verle el hueco oscuro de la boca.

6

Fui recobrando lentamente el movimiento de los miembros. La memoria tambien empezo a surgir de la oscuridad en que mi mente habia fondeado.

Imagenes, hechos difusos, figuras deformes que transcurrian en un solo dia hecho de innumerables dias. Un solo dia fijo, inmovil. Ese que me hallaba expiando por estar vivo, me tenia clavado en una zanja, como en una sepultura anticipada.

No era sino una inmundicia mas en el basural del baldio.

La grieta resplandeciente en lo alto del tunel encandilaba mis ojos a toda hora a traves de los parpados desgarrados. Era como el embudo vitrificado de la fulgurita que el rayo deja al pasar a traves de los terrenos arenosos.

Con ansia mortal sonaba en lluvias torrenciales, en avalanchas de agua y barro que arrojaran mi cuerpo a la laguna muerta de la bahia.

En la hondonada cenagosa zumbaba la vida desnuda, potente, pestilencial, esponjada en las burbujas de su propia fermentacion.

Con el resto de mis fuerzas trataba de absorber por todos los poros esa energia ciega y elemental.

Sobre mi cuerpo escurrido y flaco se habia apostado una sombra que me impedia pensar, respirar, dormir, mover un solo musculo, recordar quien era yo.

En la total inmovilidad de mi cuerpo, mi corazon se movia en contracciones dolorosas con los movimientos de la tierra.

Me acosaba la sensacion continua de que una rata, de las muchas que recorrian la zanja, mordisqueaba mis vendas como queriendo liberarme de esa mortaja. Sus colmillos agudos y nacarados se deslizaban muy cerca de mis ojos fulgurando en la oscuridad.

Empezo a roerme el labio partido, la punta de la nariz. No sufria ningun dolor. Solo una nausea atroz.

Al atardecer siguiente, un gato barcino, enorme y flaco, con ojos de tigre, se acerco, husmeo mi cuerpo y monto guardia a mi lado, inmovil y sombrio.

Se quedo alli toda la noche. Al amanecer se fue.

7

A traves de la grieta fulgida acudieron a mi mente otras vidas, otras historias, otros recuerdos.

Maria Regalada, hija y nieta de los sepultureros de Costa Dulce, cuidando las tumbas en el cementerio. Cristobal Jara, el jefe montonero, escondiendose en la tumba recien abierta para el juez de paz Climaco Cabanas, muerto la noche anterior por los guerrilleros en la accion de Numi.

Otra vez, el azar y sus encrucijadas.

Maria Regalada estaba internada en el hospital para tener al hijo que Sergio Miscovski habia dejado en sus entranas.

El ataud del juez fue descendido sobre el cuerpo vivo de Cristobal Jara, sin que el sepulturero venido de un pueblo vecino se percatara del doble enterramiento.

De este modo, el jefe de las milicias seccionaleras de la zona apresaba, bajo el cajon de su cadaver, al cabecilla de los guerrilleros, al que venia persiguiendo desde hacia meses.

El acompanamiento se disperso bajo una lluvia torrencial que duraria dias.

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