Poco despues, como cada ano, la inundacion cubriria las zonas bajas de Manora.

8

El rumor popular quiso que Cristobal Jara pudiera zafarse con vida de ese entierro y que fuera despues un heroe mas entre los camioneros del Chaco que llevaban el agua a los frentes de combate y que permitieron ganar la guerra de la sed.

Apoyado en ese rumor escribi la historia imaginaria y romantica de Cristobal y Salu'i, que se inspiro en el tragico relato narrado por el gran escritor boliviano Augusto Cespedes, que fue tambien un heroe en la guerra.

En la posterior reconciliacion de los dos pueblos hermanos, Cespedes vino como embajador a Asuncion.

Le conoci en las tertulias de la embajada. Hombre admirable. Duro como el hierro. Nacionalista fanatico en su pais bolivariano, una especie de Tibet aymara y castizo, mas cerrado aun que Paraguay, en sus mesetas y cumbres andinas.

Le pedi autorizacion para usar el argumento de su relato, uno de los mas hermosos de la literatura latinoamericana.

Me miro hondamente, apoyado en su muleta de lisiado de guerra.

– Las historias del sufrimiento humano no tienen dueno -dijo-. Nadie ha escrito algo sobre eso por primera vez.

9

Escribi Mision.

Lo hice morir a Cristobal Jara ametrallado en el camion que llevaba agua al batallon cercado en un canadon de Yujra.

No sucedio asi. Quedo alli, en el cementerio de Costa Dulce, enterrado vivo bajo la pesada caja del juez Climaco Cabanas, en la sepultura cubierta de tierra bien apisonada.

Salu'i, la prostituta convertida en enfermera de guerra, enamorada hasta los huesos de Cristobal Jara, le acompano y murio con el en la aventura imaginaria del camion aguatero. Desaparecieron devorados por la inmensidad del desierto chaqueno, con otros cien mil combatientes.

Fue asi como escritores de dos pueblos hermanos, enfrentados en una absurda guerra instigada y financiada por el petroleo, escribieron un relato con parecido final. El episodio ambivalente podia darse en cualquiera de los dos campos, sin negar en ninguno de ellos la idea de patria ni el heroismo de los anonimos servidores del agua que luchaban y morian en los frentes de batalla del inmenso desierto.

10

Yo visitaba a Salustiana Rivero en un prostibulo de Asuncion, en la calle General Diaz, cerca del Hospital Militar. La apodaban ya Salu'i, apocope de su nombre, de su oficio, de su armoniosa figulina. Pequena-salud.

Pero entonces su vida no estaba cumplida aun. Su cuerpo diminuto y ardiente brillaba en su desnudez como una flor oscura, como una estatuilla de greda modelada por los alfareros de Tobati.

Yo no hacia el amor con ella. Pagaba mi obolo a madame Paulette, la patrona del burdel, y aguardaba pacientemente mi turno.

Me gustaba mucho conversar con Salu'i. Tenia la sabiduria y la dignidad natural de los seres simples, la calidad profetica de la mujer, propagadora de la especie, que conserva la pureza del corazon.

Me enseno cosas mas importantes que hacer el amor en la soledad de dos en compania.

Amaba su oficio de dadora de placer.

– Yo puedo entregarme a los hombres que me pagan -decia-, porque no he encontrado todavia el hombre a quien yo pueda pagar con mi amor.

Cuando se declaro la guerra, Salu'i entro en el hospital. Se alisto como voluntaria y marcho al frente como caba de sanidad.

11

De la sombra mortecina surgio la silueta alta y desgarbada de Sergio Miscovski, el medico ruso. En un principio, antes de que le sobreviniera la catastrofe de su alma, fue el protector de los pobres del lugar.

Sergio Miscovski fue un tiempo el mas pobre entre los pobres. Solitario, austero, poco atado a las palabras. No tenia mas patrimonio que su tabuco de paja y adobe, su pipa de arcilla, su perro siberiano, que estaba siempre junto a el y al que le hablaba en ruso cuando iba a visitar a sus enfermos.

En sus ratos libres, Maria Regalada venia a cocinarle su frugal refrigerio y a limpiarle el tabuco. El le dejaba de vez en cuando algun dinero sobre la mesa de la cocina.

Nunca cambiaron una sola palabra. El medico ruso tenia siempre la mirada perdida en la lejania de estepas y recuerdos.

Maria Regalada estaba habituada al silencio de sus muertos. Le daba igual que estuviera o no el doctor. Ella limpiaba y aseaba el tabuco como lo hacia con las tumbas del cementerio.

12

Un paciente trajo al doctor una talla muy antigua de san Roque y su perro.

Una siesta, mientras el doctor dormitaba en su hamaca, la talla cayo de la mesa donde la habia depositado. Salto la tapa del zocalo. Del hueco de la imagen rodaron varias monedas de oro y plata y se desparramo un sartal de joyas de artesania.

Vestigio tardio de plata yvyguy, aquellos tesoros privados, escondidos durante la Guerra Grande en los sitios mas increibles, hacia mas de un siglo.

Sergio Miscovski exigio a los enfermos mas acomodados que le

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