garganta que no lograba hacerle pronunciar ni una palabra. Desde entonces, camino en silencio, sin mirar en torno mas que lo estrictamente necesario, con sus pensamientos vueltos hacia lo que dejaba atras.

Cuando el sol estaba en lo mas alto alcanzaron el gran camino, la destrozada carretera que se extendia como una cinta interminable, hasta perderse mas alla de las colinas de arena y rocas desnudas que dominaban el horizonte. El contador senalo que la carretera estaba libre de radiactividad, pero los cuatro hombres, tras haberlo hollado durante un trecho optaron por caminar por el borde, porque la cinta de asfalto quemaba como brasas sus pies aun a traves del gastado calzado de goma deshilachada, impidiendoles dar un paso.

Asi siguieron hasta que la noche les cubrio, sin detenerse mas que el tiempo imprescindible para comer unas pocas provisiones. Estaban habituados al hambre y con muy poco les bastaba. Cuando el sol se oculto detras del lejano horizonte monotono, buscaron un lugar resguardado, recogieron ramas secas de un arbusto muerto y, con pedernal y yesca, tal como el Viejo les habia ensenado tantos anos antes, encendieron una fogata.

Los cuatro se sintieron intimidados ante lo desconocido que les rodeaba. Algo -ninguno de ellos habria sabido decir que- les transmitia una sensacion de inseguridad, como si la lejania del valle y de sus gentes les dejase indefensos en medio de un mundo hostil y muerto que les amenazaba con su sequedad y su silencio. Ahora, el fuego y la mutua compania, unidos a la excitacion de todo lo nuevo que habian contemplado a lo largo del dia, les habia quitado el sueno. Hank consulto largo rato el mapa rudimentario que trazaron con la ayuda del Viejo y pudo comprobar que habian avanzado mucho mas de lo previsto.

– Si seguimos al ritmo de hoy -dijo-, antes de que se ponga el sol manana habremos llegado a la ciudad.

Rad levanto la cabeza, ansioso de saber.

– ?Como sera la ciudad?

Wil se encogio de hombros.

– Ya puedes imaginarlo: un monton de piedras y arena.

– Tal vez haya aun muertos.

– Huesos -dijo, sordamente, Hank.

– Ni eso siquiera -completo Wil.

Pero Rad era muy joven y aquello de los muertos se le olvido pronto, ante la excitacion por lo desconocido.

– A lo mejor encontramos una de aquellas maquinas voladoras de que nos hablaba el Viejo, ?no?… ?Me gustaria contemplar la Tierra desde arriba… como las aguilas!

Hank se tumbo junto al fuego y lo avivo con una rama.

– Del cielo vino la muerte y la destruccion… Eran maquinas malditas…

– Eran maquinas -completo Phil-. Y nunca hemos visto una de cualquier clase. Si las tuvieramos, no sabriamos ni como manejarlas…

Rad guardo silencio un instante muy corto. Luego siguio sonando.

– Pero las maquinas daban poder…

– Y muerte.

– Y habia miles de personas en una ciudad… Millones… Y todas tenian maquinas… para hacerlo todo.

Callo de nuevo. Sus companeros dormian o parecian dormir. En cualquier caso, nadie le atendia. Se echo junto al fuego a su vez y respiro hondo, completando para si su pensamiento.

– Y las maquinas servian a la gente… y les daban una fuerza que nunca tendremos nosotros… Bueno, al fin y al cabo, no les sirvio de nada… Todos han muerto.

– Tal vez no -musito Wil, desde su rincon entre las rocas.

Wil habia vivido siempre solo. Su madre sobrevivio al desastre apenas el tiempo suficiente para echarle al mundo. Wil se habia criado entre los demas chicos de la comunidad del valle, pero, mientras los otros tenian una madre hacia quien correr cuando barruntaban peligro, Wil tenia que buscar solo un saliente de roca donde ocultarse. Toda su vida la habia pasado buscando a alguien a quien amar y, cuando habia encontrado a Hilla, la muchacha le habia postergado prefiriendo a Hank, que un dia -nadie lo dudaba -seria el jefe de la comunidad. Wil habia sido siempre el mas atento oyente del Viejo, cuando reunia en torno suyo a los ninos y a los jovenes para contarles del mundo pasado, de aquel mundo del que, probablemente, ya nada quedaba en pie mas que la colonia de seres famelicos del Valle de las Rocas. Y Wil habia asimilado en su interior todos los conocimientos que para muchos otros pasaban desapercibidos y que el Viejo les transmitia, como leyendas, sin que para nadie mas que para el -y, tal vez, para Hank, pero eso el mismo lo ignoraba- tuvieran un sentido. Wil, inconscientemente, estaba seguro de que un dia habria de volver a existir aquel mundo remoto, con sus gentes por las calles, sus vehiculos automoviles, sus casas construidas con cemento para preservar del frio y de la canicula, los alimentos variados en las tiendas… la fruta… el pescado… y hasta aquello que nunca habia llegado a comprender totalmente, el dinero, que servia para tener cosas y para pagarse comodidades… Tal vez para tener tambien a Hilla, penso alguna vez, aunque tenia que rechazar aquel pensamiento, convencido de que Hilla preferia a Hank porque tenia que ser asi y no de otro modo…

– Si, tal vez encontremos a alguien mas… -murmuraba Hank en aquel momento, desde su puesto en la orilla de la fogata.

Todo quedo luego en silencio en torno a ellos. El silencio de la muerte del mundo, apenas turbado por el crepitar de los rescoldos.

***

Con las primeras luces del alba se adentraron nuevamente por el camino de asfalto, que ahora comenzaba a serpentear hacia un valle profundo donde crecian algunos matojos de jara y unos cardos amarillentos. Un tramo de la carretera se internaba en el valle; el otro brazo seguia hacia la derecha, y segun el mapa tosco que habian trazado, pronto alcanzarian una aldea derruida.

Llegaron cuando el sol comenzaba a hacer arder el asfalto. Y tuvieron que detenerse, subitamente aterrados por el espectaculo insolito que se les ofrecio. Ya antes habian visto la tierra muerta, como un inmenso desierto calvo; estaban casi acostumbrados a aquella vision. Pero el desierto podria haber estado siempre muerto, desde el principio del mundo, sin que nada cambiase sobre sus rocas ardientes o sobre sus arenas lunares. En cambio, ahora, la aldea les ofrecia la muerte horrible del hombre y de sus cosas: las paredes desmoronadas, reventadas, con las vigas de madera podridas, saliendo como huesos negros de entre los escombros, como brazos esqueleticos que asomaban por encima de los tejados hundidos. Cristales reducidos a polvo brillante, enormes postes metalicos doblados, como de cera; los restos informes de lo que debieron ser maquinas y cuya utilidad, entre el orin y los hierros retorcidos, escapaba a la comprension de los cuatro hombres.

Y, sobre todo, el hedor. No el hedor de cuerpos podridos, porque ya la podredumbre lo habia deshecho todo. Era algo mas penetrante, el hedor horrible de la muerte remota. Y la vision esporadica de los craneos mondos, confundidos con los escombros.

Wil y Rad, dominando su terror, quisieron lanzarse a la carrera, para ver desde cerca todo aquello. Pero Hank les detuvo.

– Esperad…

El contador marcaba una radiactividad que no llegaba a ser peligrosa. Los cuatro avanzaron lentamente detras del tubo de acero. Sus pasos resonaron en la soledad de la aldea muerta, donde cada piedra y cada ladrillo reventado parecian subsistir por el milagro silencioso de la muerte y se desmoronaban y se convertian en polvo al contacto de sus pies. Recorrieron las calles como sombras llegadas de otro planeta imposible de seres todavia vivos. Rad se llenaba los ojos de todo lo desconocido y no cesaba de preguntar:

– ?Y eso?… ?Y eso otro?…

Y Hank, o Wil, trataban de explicarselo, con los recuerdos informes amontonados en las largas noches de recuerdos del Viejo:

– Cables electricos. Una corriente daba la luz… Ahi.

– ?A esos palos? ?Los encendia?

– Encendia unas capsulas de cristal que habia en el extremo, que estaban llenas de un gas que se encendia.

Rad meditaba profundamente:

– Bueno… No lo entiendo…

Вы читаете La Maquina De Matar
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×