Rosa Montero

Bella y oscura

De lo que voy a contar yo fui testigo: de la traicion de la enana, del asesinato de Segundo, de la llegada de la Estrella. Sucedio todo en una epoca remota de mi infancia que ahora ya no se si rememoro o invento: porque por entonces para mi aun no se habia despegado el cielo de la tierra y todo era posible. Acababa de crearse el universo, como se encargo de explicarme dona Barbara: «Cuando yo naci», me dijo, «empezo el mundo». Como yo era pequena y ella ya muy vieja, aquello me parecio muchisimo tiempo.

Por buscarle a mi relato algun principio, dire que mi vida comenzo en un viaje de tren, la vida que recuerdo y reconozco, y que de lo anterior tan solo guardo un punado de imagenes inconexas y turbias, como difuminadas por el polvo del camino, o quiza oscurecidas por el ultimo tunel que atraveso la locomotora antes de llegar a la parada final. De modo que para mi memoria naci de la negrura de aquel tunel, hija del fragor y del traqueteo, parida por las entranas de la tierra a una fria tarde de abril y a una estacion enorme y desolada. Y en esa estacion entrabamos, resoplando y chirriando, mientras las vias muertas se multiplicaban a ambos lados del vagon y se retorcian y brincaban, se acercaban a las ventanillas y se volvian a alejar de un brusco respingo, como las tensas gomas de ese juego de ninas al que probablemente habia jugado alguna vez en aquel tiempo antiguo del que ya no me acordaba ni me queria acordar.

Bajaron todos del tren antes que yo, impulsados por la ansiedad habitual de los viajeros, que mas que caminar parecen ir huyendo. Veia perderse sus espaldas anden adelante, las espaldas de los gabanes y los impermeables, de las mujeres y los hombres que se habian interesado tanto en mi durante el trayecto, que me habian preguntado, y ofrecido chocolate y caramelos, y acariciado amistosamente las mejillas, y ahora esas espaldas se alejaban afanosas arrastrando maletas y me dejaban sola, el tren ya muerto y callado tras de mi, por encima una boveda de hierros oscuros y cristales sucios, por abajo un pavimento gris que despedia un desagradable aliento helado. Mis piernas, desnudas entre los calcetines blancos y la falda de vuelo, tiritaron de frio.

Entonces una sombra azul se inclino sobre mi cabeza y me envolvio en un perfume dulce y pegajoso.

– Hola… Eres tu, ?verdad?

No supe que contestar. Olia a violetas.

– Pues claro que eres tu, que pregunta tan boba… -continuo la mujer atropelladamente-: Yo soy Amanda, ?te acuerdas de mi? No, claro, como vas a acordarte, si eras tan chica cuando te llevaron… Soy tu tia Amanda, la mujer de tu tio… Antes, hace anos, viviamos juntas. Antes de que te llevaran al orfanato. Tu madre y yo eramos muy amigas. ?Te acuerdas de tu madre? Ay, me parece que tampoco deberia hablarte de esto… Fijate si soy tonta, estoy un poco nerviosa… Y bueno, pues aqui estamos…

Habia hablado de un tiron, sin respirar. Tenia cara de susto. Levanto la mano a la altura de la boca y la dejo ahi unos instantes, blanda y colgante, como si hubiera pretendido morderse las unas y se hubiera arrepentido en el ultimo segundo. Era joven, con los ojos muy redondos y las mejillas carnosas y palidas. Llevaba un abrigo largo de color azul claro y una gorrita de punto que parecia hecha en casa. Me miro, sonrio, removio los pies en el suelo, carraspeo: era la imagen misma de la indecision. Al fin se agacho y levanto sin esfuerzo la pequena maleta.

– Que bien, pesa poco… Me alegro porque tendremos que caminar un rato. Bueno, mejor nos vamos, ?no?

Me agarro de la mano de la misma manera que habia cogido la maleta: apretando fuerte, como si me fuera a escurrir de entre sus dedos. Recorrimos el anden, cruzamos unas puertas automaticas y nos zambullimos en el vestibulo central y en un estruendo barbaro de altavoces y gritos. Avanzo Amanda entre los remolinos de gente agachando la cabeza y apretandome la mano hasta hacerme dano. Un nuevo par de puertas automaticas se abrio ante nosotras con un suave bufido y nos encontramos en la calle. A nuestro alrededor se extendia la ciudad, cegadora como un incendio. Torres de cristal, escaparates luminosos y recargados, hipnotizantes anuncios de colores. Arriba, un trocito de cielo rosa y un chisporroteo de vidrios encendidos por el sol de la tarde.

– Cuantas luces… -exclame, admirada.

– Es bonita, ?verdad? -contesto Amanda con un suspiro-.

Por esta parte la ciudad es muy bonita. Claro que yo tampoco la conozco mucho. Llegue anteayer, y ellos creo que llegaran manana. Pero vamonos antes de que anochezca.

Yo no sabia quienes eran ellos, pero tampoco me atrevi a preguntar. Las ninas no preguntan, y menos si vienen de donde yo venia. Asi que echamos a andar, Amanda a buen paso y la maleta y yo colgando de cada una de sus manos. Era la primera vez que veia una ciudad tan llena, tan aturullante, tan cubierta de brillos. No parecia real: era una verbena, una embriaguez de oro. Las aceras estaban adornadas con canastas de piedra llenas de flores naturales, y los escaparates de las tiendas se sucedian los unos a los otros, repletos de tesoros indecibles y derrochando luces. Y luego estaba la gente, todos esos hombres y mujeres que iban y venian con crujientes paquetes en las manos, crujientes sus sonrisas, crujientes sus trajes, todos ellos crujientes desde la coronilla a la punta de sus finos zapatos, como si fueran nuevos, personas a estrenar, sin nada desgastado. Todos ellos, todos, aun siendo muchisimos, vivian en esa ciudad maravillosa, y sin duda tenian casas luminosas y nuevas y eran felices. Y entonces empece a pensar que quiza tambien nosotras tuviesemos una bonita casa a la que ir; y que seguramente estabamos a punto de llegar, porque el cielo se iba apagando y la noche bajaba mas y mas, y las ninas, sabia yo, no podian estar por la noche en las calles. De modo que cada esquina que doblabamos me decia: sera aqui. Pero nunca era y continuabamos andando.

Y anduvimos tanto que los escaparates empezaron a escasear y se acabaron las canastas de piedra con flores. Ya no habia tantas luces como antes y el aire tenia el color azulon de mi falda tableada. Baba, dije para mi; Baba, que lleguemos pronto. Empezaba a sentirme muy cansada. Las casas eran todas iguales y bonitas, con molduras blancas que parecian merengues; y habia muchos arboles, y en cada arbol un perro husmeante, y junto a cada perro un hombre o una mujer, un nino o una nina. La ciudad, por aqui, ya no era una verbena, sino un lugar limpio y quieto, calles primorosas en las que parecia facil ser feliz. Todo el mundo se preparaba para cenar, la ciudad entera desplegaba ruidosamente sus servilletas, y se acercaba ya la linea de oscuridad definitiva, la noche secreta, adulta e inhabitable. Amanda apretaba el paso y yo la seguia. Y atras iban quedando los perros, los arboles, las ventanas de visillos cremosos y luz caliente.

Bordeamos parques negrisimos que ya habian sido devorados por las tinieblas, cruzamos calles que parecian carreteras, dejamos atras las vias del tranvia. ?En que momento habia desaparecido la gente? Mire hacia atras y hacia delante y no pude ver a nadie. No habia un solo comercio y los portales estaban cerrados. Tropece: el suelo ya no era regular y habia baches, losetas desmigadas, agujeros. En la acera de enfrente aparecio una gasolinera iluminada pero vacia; el viento hacia chirriar un anuncio de aceites hecho en chapa. Le eche una ojeada a Amanda: bajo la fria luz de neon se la veia palida y extrana, con la boca apretada y la mirada fija. Dejamos la estacion de servicio atras y a cada paso se espesaban las sombras. Ahora si que era de noche; y por la calle ni tan siquiera circulaban coches.

Estaban abandonadas. Las casas por las que pasabamos ahora estaban abandonadas y ruinosas. Ciegas ventanas con los vidrios rajados. Puertas tapiadas con cartones. Muros desconchados. Negros almacenes con la techumbre rota. El aire olia a orines y dejaba en los labios como un sabor a hierro. Alguien aparecio en una esquina. Una sombra gris apoyada en la pared. La mano de Amanda apreto la mia y caminamos un poco mas deprisa. La sombra nos sonrio cuando pasamos a su lado: Amanda no miro, pero yo si. Era una mujer muy grande que parecia un hombre. 0 quiza fuera un hombre y parecia mujer. Pantalones, gabardina y unos hombros tan anchos como un boxeador. Pero el pelo rubio chillon lleno de rizos, la cara muy pintada y una boca mezquina del color de la sangre. Mire hacia atras: alla al fondo, muy lejos, la gasolinera parecia flotar, como un fantasma,

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