mi maestro poseian la cualidad de la rectitud; y cuando sentian cerca a un ser malvado, con perversas intenciones o las manos manchadas de sangre, la piedra negra del anillo se ponia a sudar. Vendio muchas piezas. Todo el mundo queria saber con quien se trataba.

Estabamos una noche en una ciudad provinciana y pequena cuando nos vinieron a sacar de la pension en donde dormiamos. Era la policia y fueron muy bruscos. Nos enteramos, ya en comisaria, que habian degollado a una anciana no lejos de donde viviamos y le habian robado un buen collar de malaquita y oro. Un vecino de la muerta vio salir al ladron y aseguro que se trataba de mi maestro, a quien habia visto un par de dias antes en el mercado. No habia mas pruebas que ese testimonio; Jamas aparecio el collar ni el cuchillo del crimen, ni una gota de sangre en las ropas del acusado. Pero el vecino habia comprado una de las sortijas; y cuando fue a comisaria a efectuar el reconocimiento y mi maestro se acerco, la piedra del anillo comenzo a sudar y se perlo toda de un agua transparente. El juez no admitio formalmente el prodigio como prueba, pero todo el mundo estaba convencido de que la piedra habia senalado al asesino. Eso influyo con toda seguridad en su condena a muerte, de modo que puede decirse que a mi maestro le perdio su propia elocuencia. Yo fui a visitarle en la noche final y luego me entregaron sus pertenencias, porque no tenia ni conocidos ni familia. Me dijeron que habia pasado las ultimas horas leyendo serenamente un libro y que, cuando vinieron a buscarle para subir a la horca, puso una senal entre las hojas para marcar el lugar por donde iba. Recibi luego el libro: era una edicion francesa de Las mil y una noches y tenia, en efecto, un pico doblado entre dos cuentos. Aun guardo el volumen, y la senal. Para un narrador como el, doblar esa hoja con tanta entereza frente a la nada fue una digna manera de morir y un gesto muy elegante. Eso quisiera yo: morir de mi propia muerte, saber acabar con cierta grandeza. Ya que venimos al mundo como animales, ensangrentados y ciegos, inutiles e irracionales, salgamos de esta vida como humanos. Con muertes notorias y simbolicas, dignas del final de una novela: como los heroes que somos de la narracion de nuestras vidas. Porque lo que nos diferencia de las criaturas inferiores es que nosotros somos capaces de contarnos, e incluso de inventarnos, nuestra propia existencia. Desde este lado de las palabras, en fin, sin sortija, sin lago y sin paciencia, desesperada por tu ausencia, te escribe para recordarte tu Airelai.

Un dia, Segundo fue a hablar con la mujeruca del mostrador, la que daba las llaves; le vi acodarse sobre la madera despintada, mientras ella le miraba con gesto suspicaz y desabrido. Dijo algo Segundo, no le oi, y la vieja nego con la cabeza. Entonces el coloco sobre la mesa un fajo de billetes y luego otro. La mujeruca se apresuro a cogerlos; se ahueco con los dedos los rizos amarillentos y resecos, salio del chiscon, sonrio y se marcho. Asi fue como nos quedamos con toda la pension. Debiamos de ser ricos.

Dona Barbara vivia en dos habitaciones grandes que estaban comunicadas por un arco; habian sido en tiempos una academia de baile y todavia conservaban, en uno de los muros, una barra de madera y un espejo rajado. Luego estaba el cuarto de los gatos; el del sofa, que Segundo usaba como sala, y otros dos mas, cerrados a cal y canto. Chico y yo permanecimos en el mismo dormitorio en donde yo pase la primera noche, el de la mugrienta alfombra anaranjada; y enfrente, justo al lado del cuarto del sofa, en una habitacion grande y destartalada, dormian Segundo y Amanda, los padres de Chico. A veces se les oia gritar y se escuchaba despues un llanto entrecortado. Y en esas ocasiones, Chico se metia en la cama y apretaba los punos y los parpados. Y decia: «Estoy dormido. Estoy completamente dormido». Aunque aquello sucediera en la mitad del dia, con el sol entrando a borbotones por la ventana con su aliento de polvo incandescente.

Pero Chico no era el unico en meterse en la cama. Dona Barbara tambien se pasaba casi todo el tiempo tumbada en el enorme lecho de madera negra que habia hecho instalar en sus habitaciones. Ella decia que de ese modo no se desgastaba y que por lo tanto viviria para siempre. Un dia le pregunte cuantos anos tenia; y ella me contesto que los tenia todos: _Cuando yo naci, comenzo el mundo.

De lo cual deduje que habia conocido el Diluvio Universal, el Arca de Noe y a los Reyes Magos. La noticia me maravillo, pero a decir verdad no me sorprendio. Dona Barbara era tan sabia, tan fuerte, tan grande: no era de extranar que lo hubiera visto todo. Era una mujer muy alta y muy robusta; los huesos de su rostro, fuertes y prominentes, parecian mal ensamblados los unos con los otros, de modo que el lado derecho de su cara era muy distinto del izquierdo, aunque ambos resultasen igualmente fieros. La nariz era larga y ganchuda; los ojos, dorados y pequenos, intensisimos. Hubiera tenido cara de rapaz de no ser por su gran mandibula asimetrica.

Siempre iba vestida de manera imponente, incluso cuando permanecia acostada; y se sentaba en el lecho de la misma manera que una reina en su trono almohadillado: no estaba reclinada, sino expuesta. Crujian sus trajes al menor movimiento, pesados ropones de tafetan y seda, de terciopelos y brocados, en color verde oscuro, azul fondo de mar, rojo sangre reseca; el cabello, muy blanco, lo llevaba apretado en un mono perfecto. Alrededor de su cama, sobre las mesas de noche, brincaban las llamitas de las lamparillas de aceite y se enroscaba el atufante humo de las varas de incienso. Parecia una diosa en su capilla; y por eso la unica vez que entre en la vieja iglesia del Barrio crei que el retablo del altar mayor, brillando en la penumbra en oro viejo, con sus velas perfumadas y goteantes, sus claveles y su Virgen en medio, no era sino un homenaje a dona Barbara, un recuerdo de su poder y de su gloria.

Esa inmensa mujer me mandaba llamar de vez en cuando. Me hacia entrar en su cuarto y yo acudia dando diente con diente. Entonces ella me ordenaba sentarme a los pies de la cama y me ofrecia unas riquisimas pastas de pinones. Y hablabamos un poco, o. para ser exactos, hablaba ella. A veces me contaba cosas que yo no entendia; y a veces hacia preguntas absurdas: «?Estas bien?». «Si, senora.» «?Necesitas algo?» «No, senora.» Pero en otras ocasiones se quedaba tan quieta y callada que parecia dormida: y yo no me atrevia ni a roer los pinones para no meter ruido.

Luego, por la noche, Chico me pedia que le contara que habia dicho la abuela. Porque a el dona Barbara nunca le hacia pasar: parecia ignorarlo casi por completo. A Chico eso le resultaba normal, porque nadie le hacia mucho caso; pero tiempo despues la enana nos diria que no era culpa de Chico, sino de su padre. Que era a su padre, a Segundo, a quien dona Barbara queria mortificar no recibiendo al nino. A Chico le gusto muchisimo esa explicacion y a menudo preguntaba, con cara de inocencia, por que la abuela no le llamaba nunca.

– Porque dona Barbara no soporta a su hijo, es decir, a este hijo, y nunca le ha soportado. Ese es el asunto. Y tu tienes la mala suerte de que Segundo sea tu padre -repetia la enana por milesima vez, pacientemente.

– Ah… -decia siempre Chico, embelesado- Cuando ellos llegaron, Amanda me dijo que Segundo era mago. Y que hacia aparecer y desaparecer objetos y cortaba en siete pedazos a una persona. Pero yo no veia que trabajara nunca, ni le conocia cualidades magicas, ni tenia los baules de colores ni las ropas bonitas que yo habia visto en los magos de la television. Y en cuanto a lo de cortar a alguien en siete pedazos, de eso si le creia muy capaz; pero dudaba mucho que luego pudiera recomponer el estropicio. Lo unico que parecia hacer Segundo era pasarse la mitad del tiempo en los bares del Barrio, y la otra mitad dormitando en su cuarto. Dormia de dia, y a la caida de la tarde se metia en el cuarto de bano y tardaba muchisimo; al cabo salia recien afeitado, la chaqueta impecable, la camisa muy limpia, tirandose de los punos y mirandose de refilon en el espejo del lavabo mientras cruzaba la puerta.

A veces llegaba de visita gente extrana. Por las tardes, e incluso por las noches; a Chico y a mi nos desperto mas de una vez el barullo de voces y de pasos. En esas ocasiones Chico siempre me decia: «No te levantes». Y se tapaba las orejotas con la almohada. Pero una madrugada que se reian mucho sali de la cama de puntillas y entreabri la puerta. Les vi conversar al fondo, de pie en el pasillo: o venian o se iban. Dos hombres con chaqueta, dos chicas muy chillonas y Segundo. Les estuve contemplando durante un buen rato: parecian estar contandose cosas muy chistosas. De pronto, uno de los tipos se volvio y miro hacia mi: era bajo, moreno, vestido de negro, el labio remangado por una cicatriz, las cejas muy juntas. Me estremeci; el pasillo estaba iluminado, mi cuarto muy oscuro y yo solo habia abierto una rendija: no podia verme. ?0 quiza si? No me atrevia a moverme por si me delataba y permaneci asi, quieta como un madero, un rato larguisimo. El grupo hablaba y reia y el hombre me miraba; y a traves del pequeno triangulo que la cicatriz abria en su boca se veia brillar un diente de oro.

Hasta que al fin se fueron y se apago el cuchillo de luz que se colaba por el filo de la puerta entreabierta; el corredor quedo vacio y a oscuras, el lugar en silencio. Regrese a la cama y sone toda la noche con hombres de labios cortados que me perseguian; y luego con un caseron gelido y sombrio en donde nos encerraban a los ninos que no teniamos padres. Me desperte llorando, como en muchas otras madrugadas; y tambien en esa ocasion, como las demas veces, solo pude encontrar algun consuelo repitiendo «Baba», mi palabra secreta, que venia de las profundidades de mi infancia y cuyo significado, si es que tenia alguno, no recordaba. Y asi, aprete los punos y los parpados y bisbisee furiosamente: «Baba, Baba». Como en una letania contra la desolacion de las tinieblas: «Baba, Babita, Baba». Y esa palabra sin sentido aliviaba mi tristeza y dejaba en mi boca un sabor dulce.

En la habitacion de dona Barbara, en la mesilla de la derecha, habia dos fotos grandes enmarcadas. Dos fotos de hombres. Uno era mayor, con los ojos azules muy abiertos; no tenia una cara desagradable, pero habia algo

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