por ahi tratarian de escapar.

– ?Y entonces?

Aunque ella no pudo verle encogerse de hombros, lo noto por el roce de la chaqueta en el respaldo del sillon.

– Cualquiera sabe -dijo el finalmente.

– Pero el hermano dijo… -empezo Paola.

– El hermano -la interrumpio Brunetti-, siendo el chico, seguramente era el encargado de la operacion. Y dejo morir a su hermana. -Antes de que Paola pudiera protestar, prosiguio-: Ya se, ya se, no fue culpa suya. Pero no hablo de lo que ocurrio realmente, sino de como lo vio el. Ariana iba con el y, si algo le ocurria, suya era la culpa. -Estuvo un rato en silencio y dijo-: Pero, si la arrojaban desde el tejado, el no tendria nada que reprocharse. - Rapidamente, sin darle tiempo a hacer objeciones, explico-: Solo trato de enfocarlo como lo veria el. -Callo, y hasta ellos llegaron los ruidos de la ciudad: pasos en la calle, la voz de un hombre desde la ventana de un piso inferior, un televisor lejano.

– Entonces, ?por que los Fornari parecen sentirse culpables? -pregunto Paola finalmente.

– Quiza no sea eso lo que sienten -dijo Brunetti.

– ?Y que puede ser si no lo que sienten?

– Miedo.

– ?De los gitanos? -pregunto ella, sorprendida-. ?De una especie de vendetta? -Su tono indicaba incredulidad-. Pero, por lo que has dicho, nadie, excepto la madre y el hermano, parecia muy apenado por lo ocurrido.

– Miedo de los gitanos, no -dijo Brunetti, preguntandose donde habia estado su mujer durante tantos anos.

– ?Pues de quien? -pregunto ella, sin verlo todavia.

– Del Estado. De la policia. De ser acusados y verse atrapados en el mecanismo de la justicia.

?Que mayor temor puede asaltar al ciudadano? Ser victima de un robo no es nada, comparado con eso.

– Es que ellos no han hecho nada. Dices que comprobaste su declaracion, que cuando llegaron a casa la nina ya habia muerto. Y el padre estaba en Rusia realmente.

– No temen por si mismos -dijo Brunetti-, sino por la hija, por lo que pudiera haber visto y no haberles dicho y que ellos no dijeron a la policia, o por lo que ella pudiera haber visto hacer a su novio. -Decidio confiarle tambien esta otra idea-: O lo que pudiera haber hecho ella.

La oyo aspirar bruscamente.

– Pero el nino hablo del hombre tigre, no de una muchacha -dijo ella.

– Es solo un nino, Paola. Probablemente, escapo corriendo al oir salir a alguien del dormitorio. Y dejo alli a su hermana. -Brunetti se puso en pie-. Razon de mas para que se sienta culpable y razon de mas para decir que el responsable fue otro. -No le satisfacia la explicacion, pero se limito a decir-: Me parece que ahora lo que mas me gustaria es acostarme.

– ?Dejandolo asi? -pregunto ella, escandalizada.

– Esto no es una de tus novelas, en las que, en el ultimo capitulo, los personajes se reunen en la biblioteca y todo queda perfectamente explicado.

– Los libros que yo leo no son asi -se indigno ella.

– La vida tampoco -dijo Brunetti extendiendo la mano para ayudarla a levantarse.

Dos dias despues Ariana Rocich era enterrada en San Michele, en una tumba pagada por la comune de Venecia. Nadie sabia cual era la religion de la nina, y el funcionariado decidio darle sepultura cristiana. Brunetti y Vianello asistieron al entierro y enviaron sendas coronas, las unicas flores que llevaba el feretro.

El padre Antonin Scallon, capellan del hospital, leyo el responso ante la fosa. El roquete se confundia con las blancas rosas de las coronas. La ceremonia se celebraba en un lugar del cementerio alejado de la tumba de la madre de Brunetti, pero los arboles eran iguales.

Las flores habian caido y en la hierba no quedaba rastro de ellas, pero las ramas estaban cubiertas de brotes verdes que pronto se convertirian en las primeras hojas de la estacion, y los pajaros iban y venian, atareados con sus preparativos.

El sacerdote termino el rezo y se volvio hacia los dos hombres: no habia acudido nadie mas. Alzo la mano e hizo la senal de la cruz sobre la tumba, luego sobre el feretro y por ultimo bendijo tambien a los dos hombres que acompanaban a la difunta en este dia. Cuando el sacerdote bajo la mano, los sepultureros se acercaron desde el otro lado de la tumba y asieron las cuerdas.

Vianello dio media vuelta y se alejo por el sendero que daba a la explanada y al portone del imbarcadero. El padre Antonin cerro el libro, alzo la mano sobre el feretro que los dos hombres deslizaban hacia la tumba e hizo una senal, medio despedida, medio bendicion, antes de volverse de espaldas.

Brunetti se acerco y le puso la mano en el brazo.

– Gracias, padre -dijo e, inclinandose, lo beso en las mejillas. Cogidos del brazo se alejaron, de regreso a la ciudad.

Donna Leon

***
,

* El heraldo Taltibio. (N. de la T.)

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