Son dos semanas antes de Navidad. George tiene ya dieciseis anos y no siente como en otro tiempo la emocion de la fecha. Sabe que el nacimiento de nuestro Salvador es una verdad solemne, que se celebra anualmente, pero ya ha dejado atras la exaltacion nerviosa que todavia embarga a Horace y a Maud. Tampoco comparte las esperanzas triviales que sus antiguos condiscipulos de Rugeley solian expresar francamente: de una clase de regalos frivolos que no existen en la vicaria. Tambien les ilusionaba todos los anos la promesa de la nieve, y hasta degradaban su fe rezando para que cayera.

A George no le interesa patinar, deslizarse en trineo o construir munecos de nieve. Ya se ha embarcado en su futura carrera. Ha abandonado Rugeley y estudia Derecho en el Mason College de Birmingham. Si se esfuerza y aprueba el primer examen, se convertira en un pasante. Tras cinco anos de practicas habra examenes finales y llegara a ser abogado. Se ve en posesion de un bufete, una coleccion de libros de leyes encuadernados y un traje con una leontina colgada entre los bolsillos del chaleco como una cuerda de oro. Se imagina a si mismo como un hombre respetado. Se imagina tocado con un sombrero.

Casi ha oscurecido cuando llega a casa a ultima hora de la tarde del 12 de diciembre. Cuando alcanza la puerta de la vicaria advierte un objeto que descansa en el escalon. Se agacha y luego se acuclilla para examinarlo mas de cerca. Es una llave grande, fria al tacto y pesada en la mano. No sabe que hacer con ella. Las llaves de la vicaria son mucho mas pequenas; esta, por tanto, es como la de la escuela. La de la iglesia tambien es distinta, y no parece ser la llave de una granja. Pero su peso sugiere una utilidad seria.

Se la lleva a su padre, que asimismo la mira perplejo.

– ?En el escalon, dices?

Otra pregunta de la que su padre conoce la respuesta.

– Si, padre.

– ?Y no has visto a nadie ponerla alli?

– No.

– ?Y no has visto a nadie saliendo de la vicaria cuando venias desde la estacion?

– No, padre.

La llave es enviada con una nota a la comisaria de Hednesford y, tres dias despues, cuando George vuelve de la facultad, el sargento Upton esta sentado en la cocina. El padre esta todavia haciendo sus rondas parroquiales; la madre deambula por alli, inquieta. A George se le ocurre pensar que hay una recompensa por encontrar la llave. Si fuese una de esas historias que encantaban a los chicos de Rugeley, la llave abriria una caja fuerte o el arcon de un tesoro y el heroe necesitaria a continuacion un mapa arrugado con una X marcada en algun punto. El no es aficionado a tales aventuras, que siempre le parecen demasiado inverosimiles.

El sargento Upton es un hombre de cara colorada y la complexion de un herrero. Le oprime su uniforme oscuro de sarga, y quiza por eso resuella de ese modo. Mira a George de arriba abajo, asintiendo para si entretanto.

– ?Asi que tu eres el joven que encontro la llave?

George se acuerda de sus intentos de jugar a detective cuando Elizabeth Foster escribia en las paredes. Ahora hay otro misterio, pero esta vez involucra a un policia y un futuro abogado. Parece tan conveniente como emocionante.

– Si. Estaba en el umbral.

El sargento no responde, pero sigue asintiendo para sus adentros. Al parecer, necesita ponerse a sus anchas y George procura ayudarle.

– ?Hay una recompensa?

El sargento le mira sorprendido.

– Dime, ?por que preguntas si hay una recompensa? ?Tu, precisamente?

George lo interpreta como que no la hay. Quiza el agente solo haya ido a felicitarle por haber devuelto un objeto perdido.

– ?Han descubierto de donde procede?

Upton tampoco contesta a eso. En su lugar, saca una libreta y un lapiz.

– ?Nombre?

– Ya sabe mi nombre.

– Nombre, he dicho.

George piensa que el sargento podria ser mas educado.

– George.

– Si. Que mas.

– Ernest.

– Sigue.

– Thompson.

– Sigue.

– Ya sabe mi apellido. Es el mismo que el de mi padre. Y el de mi madre.

– Sigue, te digo, chaval insolente.

– Edalji.

– Ah, si -dice el sargento-. Ahora creo que sera mejor que me digas como se escribe.

Arthur

El matrimonio de Arthur, como su vida rememorada, comenzo con la muerte.

Obtuvo el titulo de medico; trabajo de suplente en Sheffield, Shropshire y Birmingham; despues ocupo un puesto de medico en el vapor ballenero Hope. Zarparon de Peterhead rumbo a los hielos del Artico en busca de focas y cualquier otra cosa que pudiesen perseguir y matar. Las tareas de Arthur resultaron ligeras, y como era un joven normal, alegremente dado a la bebida y, de ser necesario, a pelear, enseguida se granjeo la confianza de la tripulacion; tambien cayo al mar tantas veces que le pusieron de sobrenombre «el buceador del Gran Norte». Y al igual que cualquier britanico saludable, disfrutaba de una buena caza: su bolsa de capturas en el viaje contenia cincuenta y cinco focas.

Sentia poco mas que una vigorosa rivalidad viril cuando salian al hielo interminable para matarlas a golpes. Pero un dia cazaron una ballena de Groenlandia y le parecio una experiencia de una categoria distinta a todas las anteriores. Pescar salmones puede ser un deporte senorial, pero cuando tu presa artica pesa mas que una mansion suburbana empequenece toda comparacion. A un brazo de distancia, Arthur observo como el ojo de la ballena -para su sorpresa, no mayor que el de un buey- se apagaba poco a poco hasta la muerte.

El misterio de la victima: algo habia cambiado en su forma de pensar. Siguio disparando a patos en el cielo nevoso y se preciaba de su punteria, pero mas alla de esto afloraba un sentimiento que captaba pero no retenia. Cada pajaro que derribabas transportaba en la molleja guijarros de un pais desconocido en los mapas.

Mas tarde navego hacia el sur en el Mayumba, que zarpo de Liverpool con rumbo a las Canarias y la costa occidental de Africa. A bordo siguio bebiendo, pero solo se luchaba en la mesa del bridge y las timbas de naipes. Aunque lamento trocar las botas de marinero y la ropa informal de un ballenero por los botones dorados y el traje de sarga de un pasajero de un

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