tornillo, una muesca, una suma, un empalme, una soldadura, un extracto de cuenta, un ajuste, una infinidad de hormigas freneticas sedientas de bienestar y, sin embargo, sus pensamientos -oh, le daban ganas de reir- en derredor, a lo largo de dichos kilometros y kilometros, eran semejantes a los suyos, indecentes y exquisitos, con la misteriosa voz que llama a la propagacion de la especie, transcendida en vicios extranos y ardientes -?por que nadie tenia nunca el valor de decirlo?-: pensamientos sobre ella, sobre ella, sobre aquella boca especial, aquellos labios con una factura determinada, con una perspectiva de musculos tensos -?recuerdas?-, suaves y fluidos, con una curvatura diferente de todas las demas, con un pliegue, una plenitud, una concavidad, un calor, una humedad, una ductilidad, una depresion, un abismo abrasador. Y los periodicos hablaban de endurecimiento sovietico, interpelaciones en la Camara de Diputados relativas al Alto Adigio, garantias de Nenni sobre la autonomia del PSI, incendio del cine Fiamma, crisis de la Junta Regional siciliana, ?que payasada mas demencial!

Encendio el quinto cigarrillo. Estaba de pie, con la excitacion particular que lo caracterizaba, a el, tan sensible y aprensivo («Soy Tonino, buenos dias, sen…» «?Es usted? ?Cuanto tiempo…!»), pero se encontraba bien, ninguna parte del cuerpo le molestaba: completamente tranquilo, fuerte y sereno. En realidad, era una manana como tantas otras. Fuera, el cielo se mantenia gris y uniforme, pero el se sentia bien.

Las proximas horas no le pesaban ni tampoco le daban miedo alguno los dias siguientes ni el inmenso futuro. El telefono se mantenia en silencio. Dorigo estaba tranquilo, las cosas le iban bien. Vestido con un traje gris, camisa blanca, corbata de color rojo magenta, calcetines tambien rojos, zapatos negros hechos a mano, como si…

Como si todo debiera continuar como hasta entonces, hasta aquel dia de febrero, que era un martes y llevaba el numero 9: todo seguro y propicio para un burgues inteligente, corrupto, rico y afortunado en la plenitud de la vida.

II

La senora Ermelina moraba en el sexto piso de una gran casa en las cercanias de la plaza Missori. El ascensor era de aquellos cuya puerta se abre por si sola automaticamente, pero a veces se cierra cuando menos te lo esperas. Una vez Dorigo habia quedado atrapado dentro y por un instante habia sentido el miedo a ser aplastado como una nuez, pero, en realidad, la presion de las dos valvas no era excesiva.

En la puerta no habia un rotulo con el nombre. El gran pasillo con pavimento de marmol estaba desierto, pero no era posible equivocarse de puerta precisamente por la falta de rotulo: todas las demas lo tenian.

Sentia la vaga impaciencia, si no la emocion, de esos casos. ?Que muchacha seria? Demoler el sentido de encuentros de aquella clase era -Dorigo lo sabia- la cosa mas facil del mundo. ?Que placer puede dar la posesion de una mujer, cuando se sabe que se entrega solo por el dinero? ?Que satisfaccion podia sentir el hombre, aparte de la exclusivamente fisica, tan rapida y en el fondo tan discutible? La vieja objecion.

Y, sin embargo, daba satisfaccion y grandisima, casi inverosimil incluso: no ya por los ejercicios carnales, mas o menos refinados. Todo lo que los precedia era lo que volvia estupenda aquella experiencia.

La senora Ermelina abrio al instante. Era emiliana, cordial, afable, aun hermosa, de caracter familiar, sin nada equivoco. Al oirla hablar, parecia que hiciera de alcahueta tan solo para ayudar a aquellas pobres muchachas.

Apenas habia tenido tiempo de entrar, cuando ya le susurraba con aquella expresion de complicidad:

«Ya vera usted que muchacha, ya vera…» (bajo aun mas la voz). «Pero tenga en cuenta que es menor de edad… una bailarina, bailarina de la Scala».

Y, entretanto, lo introducia en el salon.

'?Que cosa mas maravillosa es la prostitucion!', pensaba Dorigo: cruel, despiadada; cuantas resultaban destruidas por ella, pero, ?que maravillosa! Costaba creer que posibilidades semejantes pudieran existir en el mundo actual, tan reglamentado y gris: el sueno hecho realidad, como con una varita magica, por veinte mil liras.

Por veinte mil liras, por menos incluso, tener al instante, sin dificultad ni peligro algunos, chicas estupendas que en la vida habitual, fuera del juego, habrian costado cantidad de tiempo, fatigas, dinero y que, ademas, a la hora de la verdad, podian dejarte plantado. ?Mientras que alli! Un telefonazo, un breve recorrido en coche, seis pisos de ascensor y listo: la ninfita estaba ya quitandose el sosten y sonriendo.

?Que mal habia en ello? Dorigo no carecia de escrupulos morales, pero, pese a haber pensado en ello por extenso, no habia logrado encontrar el punto debil. 'Si todos hicieran como yo, ?seria mejor o peor?', se preguntaba y no veia el posible perjuicio.

Y, sin embargo, habia algo obsceno en ello. Tal vez lo atrajera la prostitucion precisamente por su cruel y vergonzoso absurdo. La mujer, tal vez por su educacion familiar, siempre le habia parecido un ser extranjero, con una mujer nunca habia logrado tener la misma confianza que con los amigos. La mujer era siempre para el un ser de otro mundo, vagamente superior e indescifrable. Ante la idea de que, para ganarse quince mil liras, una jovencita de dieciocho anos se acostara, sin preambulo alguno, con un hombre al que nunca habia visto ni conocido, le dejase gozar de todo su cuerpo y participara incluso con arrebatos lujuriosos mas o menos simulados, Dorigo experimentaba una sensacion de incredulidad y rebelion, como si hubiera en ella algo completamente impropio, pero de ese pensamiento aspero y doloroso, de esa incapacidad para admitirlo, nacia el deseo. Una mujer decente que se hubiera acostado con el por amor desinteresado le habria gustado infinitamente menos.

?Sadismo tal vez? ?El perverso contento de ver a una joven hermosa y limpia someterse como esclava a las practicas mas indecentes? ?Saborear el espasmo de la humillacion corporal de la que la muchacha no es, desde luego, consciente, sino que, al contrario, casi se divierte y rie, si bien en el fondo de su alma algo se retuerce al mismo tiempo y se rebela y vomita, pero ella rie, pone las posturitas, echa la cabeza hacia atras con los ojos cerrados, la boquita anhelante, como si estuviera en el Paraiso?

Pero tal vez hubiera sobre todo en aquel sentimiento suyo la huella imborrable de la educacion recibida - catolica, severamente contraria a las realidades sexuales-, razon por la cual entre las mujeres jovenes y el habia habido siempre una barrera: las mujeres eran algo prohibido y el acto carnal algo asi como un mito. A eso se debia la sensacion de que, para una mujer, acostarse con un hombre era un episodio importantisimo, que, aunque fuera por pocos minutos, afectaba, por decirlo asi, a toda su vida y la comprobacion de que no debia de ser cierto, de que miles de mujeres estaban dispuestas a tratar, por una retribucion exigua, con hombres desconocidos y su propia frecuentacion de ellas durante decenios habian servido para acabar con esa idea. Todas las veces, cuando la prostituta se desnudaba delante de el, le parecia un fenomeno casi inverosimil, estupendo, comparable con un cuento.

De modo que, todas las veces que iba a las citas de la alcahueta (y lo mismo le sucedia en tiempos, cuando estaban abiertos los prostibulos publicos), no le habria asombrado que le hubieran dicho:

«Pero, ?esta usted loco, senor? ?Que ocurrencia! ?Una muchacha de pago? ?Acaso cree estar aun en tiempos de Heliogabalo? ?Hay que ver que tipo!»

En cambio, todas las veces se realizaba el milagro. Una muchacha magnifica -por desgracia, no siempre, pero en casa de la senora Ermelina raras eran las feas-, una criatura estupenda, una de esas que hacen volver la cabeza a todos en la calle, se desnudaba delante de el diez minutos despues de la presentacion y el podia besarla y abrazarla para gozar de todos los recursos carnales. Todo ello por veinte mil miserables liras.

En esos momentos intentaba adivinar que sentiria ella. ?Asco? ?Resignacion? ?Sensacion de degradacion? A juzgar por su actitud, nada de todo eso. Las muchachas actuaban como si se tratara de la cosa mas sencilla y natural de este mundo, acaso con el deseo, no lo suficientemente disimulado, de acabar pronto, pero sin el menor sintoma vago de sacrificio o aversion nunca.

Y eran tantas, esas muchachas, y de origen, educacion y nivel social tan diversos, que resultaba legitimo considerar la prostitucion una actitud normal de todas las mujeres; solo, que en ciertos ambientes, por culpa de una rigurosa disciplina contra natura, esa instintiva propension resultaba coartada y apagada, pero dispuesta a reavivarse, si los azares de la vida ofrecian la ocasion.

La muchacha, la bailarina de la Scala, estaba ya esperando en el salon.

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