El Rey Leoncio se levanto sobre las almohadas para respirar el aire perfumado del atardecer. Estaba cayendo la noche. Y por las ventanas abiertas de par en par se veia la ciudad que resplandecia maravillosamente bajo los ultimos rayos del sol, los jardines floridos y, al fondo, una franja de mar celeste que parecia un sueno.

Se hizo un gran silencio. Y de repente los pajarillos se pusieron a cantar. Entraban por la ventana llevando cada uno en el pico una florecilla y, revoloteando graciosamente, la dejaban caer sobre el lecho del oso moribundo.

«Adios, Tonio», susurro aun el Rey. «Ahora tengo que partir. Os ruego, si no es demasiado trabajo, que me lleveis tambien a las montanas. Adios, amigos. Adios, amado pueblo. Adios tambien a ti, De Ambrosiis; ?un golpecito de tu varita magica quiza no seria inutil para devolver la razon a mis buenos animales!»

Cerro los ojos. Le parecio como si desde las amables sombras, los espiritus de los antiguos osos, de los parientes, de su padre, de los companeros caidos en combate, se acercaban a el para acompanarlo al lejano paraiso de los osos, donde florece eterna la primavera. Y acabo su vida con una sonrisa.

Y al dia siguiente los osos partieron.

Ante el estupor de los hombres (y tambien cierto disgusto, porque en general aquellas bestias habian resultado simpaticas), los osos dejaron los palacios y las casas tal como estaban, sin llevarse siquiera un alfiler, amontonaron en una plaza todas las armas, los vestidos, las condecoraciones, los penachos, los uniformes, etc., y lo prendieron fuego. Distribuyeron entre los pobres todo el dinero, hasta el ultimo centimo. Y en silencio desfilaron en columna por el camino que trece anos antes habian descendido de victoria en victoria.

Dicen que la muchedumbre de los hombres, apinada en lo alto de las murallas, prorrumpio en lamentos y sollozos cuando el cuerpo del Rey Leoncio, llevado a hombros por cuatro herculeos osos, salio por la puerta mayor rodeado de una selva de antorchas banderas (y quiza tambien a vosotros os disguste un poco verlo partir para siempre).

Los ninos:

Oseznos amigos, no nos dejeis tristes.

Pronto sera noche y oscura la via.

Por vuestro camino las brujas terribles

iran acosandoos hasta el nuevo dia.

Quedaos al menos algun tiempo mas

que os ensenaremos divertidos juegos

y nunca os haremos volver a enfadar;

os daremos nueces, frutas, caramelos,

jugaremos juntos a indios y vaqueros.

Haremos cometas, volcanes de arena;

con barcos y trenes, por dias enteros

nos divertiremos jugando a la guerra.

Luego, cada tarde contaremos cuentos

y cada dia que pase estareis mas contentos.

Los oseznos:

Adios, ninos, ya nos vamos.

No nos digais esas cosas.

Estamos tristes. Viajamos

hacia tierras misteriosas.

Tambien querriamos quedarnos

jugando con los amigos

aqui, en el alegre prado,

hasta que haya anochecido.

Pero, ?ay!, nunca mas podremos.

Dios nos llama a las montanas.

Asi acaban, como un sueno,

nuestra historia y nuestras hazanas.

Y asi, a lo largo de la blanca carretera que se perdia hacia las montanas, se alejaba el inmenso cortejo, hasta que el ultimo batallon dejo la ciudad, volviendose para saludar.

Poquito a poco la larguisima fila se hacia mas pequena y tenue. Hacia el ocaso ya no era mas que una sutil linea negra sobre el lomo de una colina lejana. (Pero mas remotas, a una distancia incalculable, refulgian las altisimas cimas, rodeadas de hielo y soledad.) Despues ya no se vio mas.

?Donde fue enterrado el Rey Leoncio? ?En que bosque de abetos, en que verde prado, en el corazon de que penasco? Nadie lo ha sabido nunca, probablemente no lo sabremos jamas. ?Y que hicieron despues los osos en su antiguo reino? Son secretos custodiados por la eternidad de las montanas.

Para recordar la estancia de los osos entre nosotros, solo quedo el monumento inacabado, con la mitad de la cabeza construida, dominando los tejados de la capital. Pero las tempestades, el viento, los siglos, han destruido poco a poco tambien aquello. El ano pasado no quedaban mas que algunas piedras, erosionadas e irreconocibles, amontonadas en el rincon de un jardin.

«?Que son esos extranos pedruscos?», preguntamos a un viejo patriarca que pasaba por alli.

«Pero, ?como?», dijo amablemente. «?No lo sabeis, senor? Son los restos de una antigua estatua. ?Ve? En los tiempos de Maricastana…»

Y empezo a contar.

***

Dino Buzzati

***
,

[1] Extrana planta tropical, muy apreciada por los indigenas.

Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×