?No cambias, si quieres, las piedras en huevos,

las plantas en piedras preciosas

y los cerdos en rosas?

?Ay de mi! No estan los tiempos

como cuando Berta hilaba

y una varita bastaba

para tener a todos contentos.

La varita del profesor

sirve dos veces y basta;

despues para siempre se gasta

y su fuerza no tiene valor.

Inutil es la sangre del dragon

o el pico de cuervo asado,

dos veces y despues todo se acabo

y el mago ya no es tal mago.

Pero De Ambrosiis tiene una obsesion;

piensa siempre en las enfermedades.

Sus dos unicas oportunidades

las reserva para su curacion.

Podria ser rico, hacer

montones de dinero, comer

tres veces en un momento.

Pero todo le importa un pimiento.

Y ahora que os lo hemos presentado,

volvamos al relato comenzado.

Cuando el ejercito del Gran Duque partio a la guerra con los osos, De Ambrosiis se habia preguntado si no seria aquella una buena ocasion para ganarse de nuevo el favor del tirano y hacerse readmitir en la Corte. Bastaba con que consumiese uno de sus dos encantamientos; los osos serian barridos de en medio y el Gran Duque le levantaria, sin mas, un monumento. Por eso habia rondado sin ser visto por los alrededores del campo de batalla, dispuesto a intervenir en el momento oportuno.

La derrota del Gran Duque habia sido tan subita y fulminante que sorprendio al mismo mago. Cuando saco del bolsillo la varita magica para salvar al Gran Duque, ya los osos irrumpian desde la montana cantando victoria y el Gran Duque habia puesto pies en polvorosa. Asi que el mago se quedo con la varita levantada, atraido por un nuevo pensamiento: «?Y por que ayudar a aquel imbecil del Gran Duque, que me ha echado como a un perro? - meditaba el profesor-, ?por que no hacerme en cambio amigo de los osos, que deben de ser unos simplones?, ?por que no hacerme nombrar ministro suyo? Con los osos no hay necesidad de hacer encantamiento, bastara con algunas palabras dificiles y se quedaran con la boca abierta como unos babiecas. ?Esta si que es una buena ocasion!»

Entonces guardo la varita y, por la noche, cuando los osos victoriosos estaban acampados en un bosque, banqueteandose con las provisiones abandonadas en su fuga por el Gran Duque, cuando entre los pinos aparecio la luna iluminando dulcemente las praderas (porque en el valle no habia nieve), cuando empezo a oirse en la soledad de la noche la melancolica llamada del buho, el profesor De Ambrosiis se armo de valor, se dirigio hacia los osos y se presento al Rey Leoncio.

Oid ahora como habla, cuanta sabiduria sale de su boca.

Explica que es mago, nigromante (que es mas o menos lo mismo), adivino, profeta, hechicero. Dice que sabe hacer magia blanca y magia negra, leer en el curso de los astros; en suma, conoce una gran cantidad de cosas extraordinarias.

«Bien», responde el Rey Leoncio con mucha cordialidad. «Estoy contento de que hayas venido; porque ahora me encontraras a mi hijito».

«?Y donde esta ese hijito tuyo?», pregunta el mago, dandose cuenta de que el asunto no es tan simple como habia imaginado.

«?Hombre!», exclama Leoncio. «Si lo supiese, ?que necesidad tendria de preguntartelo a ti?»

«O sea, ?tu querrias un encantamiento?», balbucea el profesor, confuso.

«?Pues claro, exactamente eso, un encantamiento. ?Y que es eso para un sabiondo como tu? ?No te estoy pidiendo la luna!»

«Majestad», suplica entonces De Ambrosiis, olvidando los aires que se habia dado un momento antes. «Majestad, ?me quieres arruinar! Yo solo puedo hacer un encantamiento, uno solo en toda la vida!» (decia, mintiendo como un bellaco). «?Tu quieres arruinarme realmente!»

Empezaron, por tanto, a discutir; Leoncio, decidido a que le dijeran donde habia ido a parar su hijito, el mago obstinado en no soltar prenda. Los osos, cansados y satisfechos, se durmieron, y ellos dos discutian aun.

La luna alcanzo la cuspide del cielo y empezo a descender por el otro lado, y ellos dos discutian.

La noche se consumio pedacito a pedacito, y la discusion no acababa todavia.

El alba despunto, mientras el mago y el Rey seguian aun disputando.

Pero como las cosas en esta vida suceden cuando menos se las espera, asi, con los primeros rayos del sol, de una colina cercana se levanto un nubarron negro y amenazante, como un ejercito que avanzase.

«?Los jabalies!», grito un centinela apostado en el limite del bosque.

«?Los jabalies?», pregunto Leoncio sorprendido.

«?Exactamente, los jabalies, Majestad!», respondio el oso centinela, entendido como todos los buenos centinelas.

Eran realmente los jabalies del senor de Molfetta, primo del Gran Duque, que buscaban la revancha. En lugar de soldados, este importante principe habia adiestrado para la guerra un ejercito de grandes puercos salvajes, que eran fieros y muy valientes ademas de famosos en todo el mundo. Agitaba el latigo el senor de Molfetta desde lo alto de la colina (en donde permanecia apartado para evitarse disgustos), ?y los terribles cerdos al galope! ?Los colmillos silbaban al viento!

?Ay de mi, los osos dormian aun! Dispersos aqui y alla por el bosque, en torno a los apagados fuegos del vivac, estaban sonando los dulces suenos de la manana, que siempre son los mas bonitos. Tambien dormia el corneta, y no podia dar la alarma. En su trompeta, abandonada sobre la hierba, el fresco viento de la floresta soplaba gentilmente, ejecutando debiles melodias con un sonido suave que no llegaba a despertar a los animales.

Con Leoncio vigilaba solamente un escaso peloton de osos fusileros; eran los centinelas de servicio, armados con las escopetas arrebatadas al Gran Duque; y nadie mas.

Los jabalies, con la cabeza baja, se precipitaban al asalto.

«?Y ahora», balbuceo el profesor De Ambrosiis.

«?No lo ves?», contesto con cierta amargura el Rey Leoncio. «Nos hemos quedado solos. Y ahora nos toca morir. ?Intentemos, al menos, morir decentemente!» Desenvaino la espada. «?Moriremos como valientes soldados!»

«?Y yo?», suplicaba el astrologo. «?Y yo?»

?Morir tambien el, De Ambrosiis? ?Y por una cuestion tan estupida? No tenia, ciertamente, ningun deseo. Pero los jabalies estaban ya a poco mas de cien metros, parecian una avalancha.

Y entonces el mago rebusco en sus bolsillos, saco la varita, pronuncio en voz baja algunas extranas palabras, trazo unos signos en el aire. ?Que facil era hacer un encantamiento con tanto miedo en el cuerpo!

Y he aqui un jabali, el primero, el mas gordo de todos, que se separa de repente de la tierra, inflandose e

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