inflandose, transformandose en un verdadero y autentico globo: un hermosisimo globo aerostatico que volaba hacia el cielo. Despues un segundo, despues un tercero y despues un cuarto.

A medida que iban llegando, los fatales cochinos quedaban misteriosamente embrujados, se hinchaban como vejigas.

?Eh!, como despegan; van con los cefiros y los pajaritos, acunados dulcemente por la brisa.

Asi lo habia querido el destino. Habia habido que gastar el primero de los dos encantamientos y a De Ambrosiis no le quedaba mas que uno: otro golpe de varita magica y se convertiria en un hombre como cualquier otro, viejo y feo por anadidura. ?Para que habia servido entonces tanta avaricia?

Pero entretanto el encantamiento habia salvado a los osos. Se veia desaparecer el ultimo de los jabalies, ya no era mas que un puntito negro en lo alto de la boveda celeste.

De ahi los conocidos relatos ya lejanos

de los jabalies voladores molfetanos.

***

***

***

CAPITULO TERCERO

Habia en la vecindad un viejo castillo. Por alli habia mas bien muchos en aquellos tiempos, pero nosotros queremos decir precisamente la Roca Diabla, que estaba totalmente en ruinas, fea y llena de alimanas; era el mas famoso porque alli habitaban los fantasmas. En todos los castillos antiguos, como vosotros sabeis muy bien, vive generalmente un fantasma, o como maximo dos o tres. En la Roca Diabla ni se podian contar, eran centenares, o quiza millares, escondidos durante el dia hasta en el agujero de la cerradura.

Hay madres que dicen: «No consigo entender que gusto puede haber en contar a los ninos historias de fantasmas; luego se asustan y de noche se ponen a gritar porque han oido el ruido de un raton». Y quiza las mamas tengan razon. Pero hay que considerar tres cosas: primero, que los espiritus, admitiendo que existan, jamas han hecho mal a los ninos; ni siquiera han hecho dano a nadie. Son los hombres los que los quieren tener miedo; los espiritus o los fantasmas, si es que existen (y hoy dia practicamente han desaparecido de la faz de la tierra), son como el viento, la lluvia, las sombras de los arboles, la voz del cuco por la noche, cosas naturales e inocentes; y probablemente estan tristes por tener que estar solitos en viejas casas melancolicas y deshabitadas; probablemente, como no los ven casi nunca, tienen miedo de los hombres, y si demostrasemos un poco mas de confianza, se volverian amables o se pondrian a jugar encantados; por ejemplo, al escondite.

En segundo lugar, debemos decir que la Roca ya no existe, que ya no existe la ciudad del Gran Duque, que ya no hay osos en Sicilia y que la historia esta ya tan lejana que no hay por que impresionarse.

Surgia triste, taciturno y sombrio

sobre un precipicio el castillo aludido,

y fuese ignorancia o supersticion

gozaba de muy mala reputacion.

Se decia que quien durmiera entre sus muros

muerto de espanto amanecia de seguro.

?Fantasmas, larvas, espiritus, espectros,

[apariciones,

habia de noche a montones!

Muerto y tieso habia sido encontrado hasta el Martonella, famoso bandido que se jactaba de no tener temor ni de Dios. El hecho es que era fanfarron y prepotente cuando le rodeaban sus esbirros o cuando estaba borracho. Pero en el castillo derruido y desierto, sin un tabernero que le llevase las jarras de vino una tras otra, sin camaradas con los que poder bromear y darse valor, al encontrarse por primera vez completamente solo, el Martonella empezo a pensar en sus cosas, se acordo de pronto de todas las canalladas que habia hecho y ya empezaba a sentir en su cuerpo una inquietud jamas sentida antes, cuando casualmente pasaron por delante de el los espiritus de dos viejos barqueros a los que habia matado para robarles. Los fantasmas ni siquiera le miraron, no se dignaron ni darse cuenta de su presencia; pero el terror del bandido fue tanto que se le paro la respiracion. Y desde aquel dia la gente pudo circular de nuevo de noche por los caminos, sin temor a ser asaltada.

Ahora el profesor De Ambrosiis, enfadadisimo con el Rey Leoncio y con los osos por haber tenido que desperdiciar uno de sus dos hechizos disponibles, queria vengarse. Y penso que seria magnifico llevar a las fieras a la Roca Diabla: como eran tan ingenuos, a la vista de los fantasmas los osos se quedarian, como minimo, muertos de repente.

Dicho y hecho. De Ambrosiis aconsejo al Rey Leoncio que llevara a sus animales a pasar la noche en el castillo: encontrarian donde dormir, comer y divertirse. «Mientras tanto, yo voy por delante para hacer los preparativos».

Y corrio por delante de ellos a la Roca para poner sobre aviso a los fantasmas. Como mago, tenia gran confianza con los espiritus, sabia muy bien que no eran peligrosos y les trataba sin excesivos miramientos.

«?Arriba, arriba, amigos!», gritaba el profesor, corriendo por los salones ruinosos, invadidos ya por el crepusculo. «?Despertad, que llegan los huespedes!»

Y de los cortinajes polvorientos, de las armaduras herrumbrosas, de las tiznadas chimeneas, de los viejos libros, de las botellas, hasta de los tubos del organo de la capilla, salian en tropel los fantasmas. Feas caras, a decir verdad; cualquier cosa menos alentadoras para quien no tuviese practica. Pero a el, De Ambrosiis, personalmente le traian sin cuidado, el era como de la familia.

?Pero con esto no se contenta

y con el fuelle de la chimenea

va soplando por los intersticios

despertando a los nobles espiritus!

«?Arriba, condesa», susurra, «es el dia requerido

para imitar del gato el maullido.

Y tambien vosotros, ilustres senores,

hacedme el favor de ir a los salones.

Esta noche habra gran fiesta de espantos

maullidos, gemidos, estridor y llantos.

Cuanto mas miedo deis, mas bello sera

y el Rey Leoncio reventara».

?Medianoche, la hora de las brujas! Desde la torre mas alta, el espiritu de un antiguo reloj, ahora totalmente desvencijado, emitio doce debiles «?deng! ?deng!» y nubes de murcielagos se desprendieron de las ruinosas bovedas, desparramandose por el castillo. Justo en aquel momento, el Rey Leoncio, a la cabeza de su pueblo, avanzaba por los desolados corredores, maravillandose de no encontrar luces encendidas, ni mesas servidas, ni orquestas de musicos (como De Ambrosiis habia prometido).

?Si, si, musicos!

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