edad. Hacia 1810, cuando lo normal habria sido que aparentase setenta anos, el asunto empezo a espantarme, y en 1843, al cumplirse el centenario de mi nacimiento, ya sabia que me sucedia algo fuera de lo comun. Pero para entonces me habia acostumbrado. Nunca he consultado a ningun medico respecto a mi condicion, pues durante largo tiempo he seguido el lema «?Para que tentar a la suerte?». Y no soy como esos personajes de ficcion que rezan para que les llegue la muerte a fin de librarse del cautiverio de la vida eterna; los gimoteos y lamentos de los inmortales no me van. Despues de todo, soy muy feliz. Llevo una existencia constructiva. Aporto mi granito de arena al mundo en que vivo. Y quiza al final mi vida no sea eterna. El hecho de haber llegado a los doscientos cincuenta y seis anos no significa necesariamente que vaya a cumplir doscientos cincuenta y siete. Aunque sospecho que si.

Sin embargo, estoy anticipandome a los acontecimientos, de modo que permitidme que por un momento retroceda dos siglos y medio en el tiempo y vuelva a Philippe, mi padrastro, que sobrevivio a mi madre debido a que se excedio con los golpes que le propinaba. Una noche la pobre cayo al suelo y ahi quedo tendida, mientras la sangre le manaba de la boca y el oido izquierdo, para no levantarse mas. Por entonces yo era un chico de quince anos, y tras asegurarme de que mi madre tenia un entierro digno y Philippe era juzgado y ajusticiado por su crimen, abandone Paris con el pequeno Tomas de la mano en busca de fortuna en otro lugar.

Fue entonces cuando, viajando de Calais a Dover con mi medio hermano a cuestas, conoci a Dominique Sauvet, mi primer amor verdadero y posiblemente la chica con la que ninguna de mis diecinueve esposas y cerca de novecientas amantes puede compararse.

2

Conozco a Dominique

He oido decir muchas veces que el primer amor nunca se olvida; solo la novedad de la emocion bastaria para convertirla en un recuerdo imperecedero incluso para el corazon mas duro. Ahora bien, aunque eso no resulta nada extrano cuando se habla del hombre medio, que a lo largo de su vida tiene quiza una docena de amantes, aparte de una o dos esposas, es mas dificil para alguien como yo, que he vivido tanto tiempo. Me atrevo a afirmar que he olvidado el nombre y la identidad de cientos de mujeres con las que mantuve relaciones extraordinariamente satisfactorias; de hecho, cuando tengo un buen dia solo soy capaz de recordar a unas catorce o quince esposas… pero Dominique Sauvet permanece en mis pensamientos como un hito que senala el fin de mi ninez y el comienzo de una nueva vida.

El barco que hacia la travesia de Calais a Dover iba abarrotado y sucio, y no habia forma de escapar al aire viciado y el hedor a miseria, orines, sudor y pescado podrido. Sin embargo, pocos dias antes habia presenciado el ajusticiamiento de mi padrastro, y me sentia euforico. En medio de una pequena multitud, habia rezado para que el reo mirara en mi direccion. Al apoyar la cabeza sobre el tajo, me vio; por un instante nuestros ojos se encontraron, y temi que no me reconociera a causa del terror que lo embargaba. La sangre se me helo en las venas, pero aun asi me alegre de su muerte inminente. A pesar de los siglos transcurridos no he conseguido olvidar la vision del hacha cayendo y rebanando de un golpe el cuello de mi padrastro, el gemido de la muchedumbre, la gran ovacion que siguio y la aparatosa vomitona de un joven. Un dia, cuando tenia unos ciento quince anos, fui a escuchar a Charles Dickens leer una de sus novelas, y al llegar a una escena en que aparecia una guillotina, no pude evitar levantarme y abandonar la sala; asi de turbador era el recuerdo de ese suceso ocurrido un siglo antes, asi de espantosa la vision de mi padrastro sonriendome antes de morir, a pesar de que la guillotina no fue implantada hasta el estallido de la Revolucion, unos treinta y tantos anos despues. Recuerdo que mientras me iba el novelista me clavo una mirada gelida; quiza penso que su obra me disgustaba o que la encontraba aburrida; no podia estar mas lejos de la verdad.

Decidi que Inglaterra seria nuestro nuevo hogar porque se trataba de una isla completamente desligada de Francia, y me gustaba la idea de vivir en un pais soberano y autosuficiente. No fue una travesia larga y pase la mayor parte del tiempo cuidando de mi hermano de cinco anos, que estaba muy mareado y parecia empenado en arrojar por la borda todo cuanto su estomago apenas podia contener. Lo lleve hasta la barandilla y lo sente junto a esta para que el viento fresco le diese en la cara, confiando en que eso lo aliviase. Fue en ese momento cuando vi a Dominique Sauvet, de pie a pocos pasos de nosotros. Con su abundante y oscura cabellera al viento, sostenia una luz en lo alto mientras contemplaba la costa francesa, sumida en el recuerdo de sus propios problemas.

Me descubrio observandola y me miro un instante. Poco despues volvio a fijarse en mi. Sonrojado y ya enamorado, cogi en brazos a Tomas, que en el acto se echo a llorar otra vez.

– Calla -rogue-. ?Chist!

No queria dar la impresion de que era incapaz de cuidar del nino, pero me resistia a permitir que chillara, llorara u orinase alli donde le viniera en gana, como hacian otros ninos del pasaje.

– Tengo agua fresca. -Dominique se aproximo y me toco levemente el hombro; sus finos y niveos dedos rozaron la piel que dejaba al descubierto el largo desgarron de mi camisa barata, y la excitacion me hizo arder de pies a cabeza-. Tal vez lo calme un poco.

– Gracias, se repondra -respondi nervioso.

Dirigirme a esa bella aparicion me daba miedo y, al mismo tiempo, en mi fuero interno me maldije por mi torpeza. No era mas que un nino y no podia pretender ser otra cosa.

– Tomala, no la necesito, de verdad -insistio-. De todos modos, no falta mucho para llegar. -Se sento y, mientras me volvia lentamente, vi que deslizaba una mano por debajo del vestido y sacaba un pequeno frasco de agua limpia-. Pense que seria mejor esconderlo -explico-. Por si intentaban robarmelo.

Sonrei y lo acepte, y mientras desenroscaba el tapon observe a la muchacha. Le di el agua a Tomas, que, agradecido, bebio un poco. Parecia mas tranquilo.

– Gracias -dije, aliviado-. Eres muy amable.

– Antes de partir de Calais cogi algunas provisiones por si acaso. Por cierto, ?donde estan vuestros padres? ?No deberian hacerse cargo del nino?

– Ambos descansan a dos metros bajo tierra en un cementerio de Paris. Mi madre murio a manos de su marido; en cuanto a mi padre, lo asesinaron unos ladrones.

– Lo lamento. Asi pues, te encuentras en la misma situacion que yo: viajas solo.

– Tengo a mi hermano.

– Ya. ?Como os llamais?

Le tendi la mano y me senti mayor, como un adulto, como si el simple acto de estrechar la mano de una persona confirmara mi independencia.

– Matthieu -respondi-, Matthieu Zela. Y este crio vomiton es mi hermano Tomas.

– Dominique Sauvet -se presento y, sin hacer caso de mi mano tendida, nos dio sendos besos en la mejilla, alterandome aun mas-. Encantada de conoceros.

En ese momento empezo nuestra relacion, y mas tarde, esa misma noche, prosiguio en la diminuta habitacion del albergue de Dover donde nos hospedamos los tres. Con diecinueve anos cumplidos, Dominique era cuatro mayor que yo y, como es natural, me aventajaba un poco en experiencias amorosas. Compartimos la cama y nos apretujamos para darnos calor, atenazados por el deseo. Al rato deslizo una mano por debajo de la fina y apolillada sabana que a duras penas nos cubria y la deslizo por mi pecho y un poco mas abajo, hasta que nos besamos y dimos rienda suelta a nuestra excitacion.

Cuando despertamos a la manana siguiente, el recuerdo de lo ocurrido me asusto. Contemple su cuerpo a mi lado; la sabana la cubria recatadamente, pero no lo suficiente para impedir que me acometiera el deseo una vez mas, y temi que se arrepintiera de nuestro comportamiento de la noche anterior. De hecho, cuando al fin abrio los ojos, se produjo una situacion embarazosa, pues se tapo del todo con la unica sabana de que disponiamos y, para mi gran turbacion, dejo expuestas a su mirada mas partes de mi anatomia. Finalmente se ablando y me atrajo hacia si con un suspiro.

Pasamos el dia deambulando por Dover con Tomas a remolque; la gente debia de tomarnos por un joven

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