Isabel Allende

Eva Luna

© 1992

Dijo entonces a Scheherazada: “Hermana, por Ala sobre ti, cuentanos una historia que haga pasar la noche…”

(De Las mil y una noches)

1

Me llamo Eva, que quiere decir vida, segun un libro que mi madre consulto para escoger mi nombre. Naci en el ultimo cuarto de una casa sombria y creci entre muebles antiguos, libros en latin y momias humanas, pero eso no logro hacerme melancolica, porque vine al mundo con un soplo de selva en la memoria. Mi padre, un indio de ojos amarillos, provenia del lugar donde se juntan cien rios, olia a bosque y nunca miraba al cielo de frente, porque se habia criado bajo la cupula de los arboles y la luz le parecia indecente. Consuelo, mi madre, paso la infancia en una region encantada, donde por siglos los aventureros han buscado la ciudad de oro puro que vieron los conquistadores cuando se asomaron a los abismos de su propia ambicion. Quedo marcada por el paisaje y de algun modo se las arreglo para traspasarme esa huella.

Los misioneros recogieron a Consuelo cuando todavia no aprendia a caminar, era solo una cachorra desnuda y cubierta de barro y excremento, que entro arrastrandose por el puente del embarcadero como un diminuto Jonas vomitado por alguna ballena de agua dulce. Al banarla comprobaron sin lugar a dudas que era nina, lo cual les creo cierta confusion, pero ya estaba alli y no era cosa de lanzarla al rio, de modo que le pusieron un panal para tapar sus verguenzas, le echaron unas gotas de limon en los ojos para curar la infeccion que le impedia abrirlos y la bautizaron con el primer nombre femenino que les paso por la mente. Procedieron a educarla sin buscar explicaciones sobre su origen y sin muchos aspavientos, seguros de que si la Divina Providencia la habia conservado con vida hasta que ellos la encontraron, tambien velaria por su integridad fisica y espiritual, o en el peor de los casos se la llevaria al cielo junto a otros inocentes. Consuelo crecio sin lugar fijo en la estricta jerarquia de la Mision. No era exactamente una sirvienta, no tenia el mismo rango que los indios de la escuela y cuando pregunto cual de los curas era su papa, recibio un bofeton por insolente. Me conto que habia sido abandonada en un bote a la deriva por un navegante holandes, pero seguro esa es una leyenda que invento con posterioridad para librarse del asedio de mis preguntas. Creo que en realidad nada sabia de sus progenitores ni de la forma como aparecio en aquel lugar.

La Mision era un pequeno oasis en medio de una vegetacion voluptuosa, que crece enredada en si misma desde la orilla del agua hasta las bases de monumentales torres geologicas, elevadas hacia el firmamento como errores de Dios. Alli el tiempo se ha torcido y las distancias enganan al ojo humano, induciendo al viajero a caminar en circulos. El aire humedo y espeso, a veces huele a flores, a hierbas, a sudor de hombres y alientos de animales. El calor es oprimente, no corre una brisa de alivio, se caldean las piedras y la sangre en las venas. Al atardecer el cielo se llena de mosquitos fosforescentes, cuyas picaduras provocan inacabables pesadillas, y por las noches se escuchan con nitidez los murmullos de las aves, los gritos de los monos y el estruendo lejano de las cascadas, que nacen de los montes a mucha altura y revientan abajo con un fragor de guerra. El modesto edificio, de paja y barro, con una torre de palos cruzados y una campana para llamar a misa, se equilibraba como todas las chozas, sobre pilotes enterrados en el fango de un rio de aguas opalescentes cuyos limites se pierden en la reverberacion de la luz. Las viviendas parecian flotar a la deriva entre canoas silenciosas, basura, cadaveres de perros y ratas, inexplicables flores blancas.

Era facil distinguir a Consuelo aun desde lejos, con su largo pelo rojo como un ramalazo de fuego en el verde eterno de esa naturaleza. Sus companeros de juego eran unos indiecitos de vientres protuberantes, un loro atrevido que recitaba el Padrenuestro intercalado de palabrotas y un mono atado con una cadena a la pata de una mesa, al que ella soltaba de vez en cuando para que fuera a buscar novia al bosque, pero siempre regresaba a rascarse las pulgas en el mismo sitio. En esa epoca ya andaban por aquellos lados los protestantes repartiendo biblias, predicando contra el Vaticano y cargando bajo el sol y la lluvia sus pianos en carretones, para hacer cantar a los conversos en actos publicos. Esta competencia exigia de los sacerdotes catolicos toda su dedicacion, de modo que se ocupaban poco de Consuelo y ella sobrevivio curtida por el sol, mal alimentada con yuca y pescado, infestada de parasitos, picada de mosquitos, libre como un pajaro. Aparte de ayudar en las tareas domesticas, asistir a los servicios religiosos y a algunas clases de lectura, aritmetica y catecismo, no tenia otras obligaciones, vagaba husmeando la flora y persiguiendo a la fauna, con la mente plena de imagenes, de olores, colores y sabores, de cuentos traidos de la frontera y mitos arrastrados por el rio.

Tenia doce anos cuando conocio al hombre de las gallinas, un portugues tostado por la intemperie, duro y seco por fuera, lleno de risa por dentro. Sus aves merodeaban devorando todo objeto reluciente encontrado a su paso, para que mas tarde su amo les abriera el buche de un navajazo y cosechara algunos granos de oro, insuficientes para enriquecerlo, pero bastantes para alimentar sus ilusiones. Una manana, el portugues diviso a esa nina de piel blanca con un incendio en la cabeza, la falda recogida y las piernas sumergidas en el pantano y creyo padecer otro ataque de fiebre intermitente. Lanzo un silbido de sorpresa, que sono como la orden de poner en marcha a un caballo. El llamado cruzo el espacio, ella levanto la cara, sus miradas se encontraron y ambos sonrieron del mismo modo. Desde ese dia se juntaban con frecuencia, el para contemplarla deslumbrado y ella para aprender a cantar canciones de Portugal.

– Vamos a cosechar oro, dijo un dia el hombre.

Se internaron en el bosque hasta perder de vista la campana de la Mision, adentrandose en la espesura por senderos que solo el percibia. Todo el dia buscaron a las gallinas, llamandolas con cacareos de gallo y atrapandolas al vuelo cuando las vislumbraban a traves del follaje. Mientras ella las sujetaba entre las rodillas, el las abria con un corte preciso y metia los dedos para sacar las pepitas. Las que no murieron fueron cosidas con aguja e hilo para que continuaran sirviendo a su dueno, colocaron a las demas en un saco para venderlas en la aldea o usarlas de carnada y con las plumas hicieron una hoguera, porque traian mala suerte y contagiaban el moquillo. Al atardecer, Consuelo regreso con el pelo revuelto contenta y manchada de sangre. Se despidio de su amigo, trepo por la escala colgante desde el bote hasta la terraza y su nariz dio con las cuatro sandalias inmundas de dos frailes de Extremadura, que la aguardaban con los brazos cruzados sobre el pecho y una terrible expresion de repudio.

– Ya es tiempo de que partas a la ciudad, le dijeron.

Nada gano con suplicar. Tampoco la autorizaron para cargar con el mono o el loro, dos companeros inapropiados para la nueva vida que la esperaba. Se la llevaron junto a cinco muchachas indigenas, todas amarradas por los tobillos para impedirles saltar de la piragua y desaparecer en el rio. El portugues se despidio de Consuelo sin tocarla, con una larga mirada, dejandole de recuerdo un trozo de oro en forma de muela, atravesado por una cuerda. Ella lo usaria colgado al cuello durante casi toda su vida, hasta que encontro a quien darselo en prenda de amor. El la vio por ultima vez, vestida con su delantal de percal destenido y un sombrero de paja metido hasta las orejas, descalza y triste, diciendole adios con la mano.

El viaje comenzo en canoa por los afluentes del rio a traves de un panorama demencial, luego a lomo de mula por mesetas abruptas donde por las noches se helaban los pensamientos y finalmente en camion por humedas llanuras, bosques de platanos salvajes y pinas enanas, caminos de arena y de sal, pero nada sorprendio a la nina, pues quien ha abierto los ojos en el territorio mas alucinante del mundo pierde la capacidad de asombro. Durante

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