– Un cuchillo es siempre util -dije quitandole importancia, porque de pronto aquel cuchillo por suizo que fuera, mas parecia un arma de defensa rudimentaria e insultante que un instrumento de auxilio para abrir botellas y cortar lianas, y pregunte-: ?Es cierto que el pais es seguro, incluso para una mujer que viaja sola?

– Es cierto, ya lo veras. Una mujer sola puede viajar si no tiene miedo a perderse – (y siempre que no sostenga la mirada a los hombres y vista con cierta decencia, decia la guia)

. Me conto entre otras cosas que el cambio oficial del dolar en Siria era tres veces inferior al cambio que se les hacia a los turistas, y el verdadero, es decir, el que se conseguia, por ejemplo en el Libano, cinco veces. Los hoteles resultaban muy caros para los extranjeros porque tenian que pagar en dolares un precio calculado sobre la base del cambio oficial. Se podia ir al Libano o recurrir al mercado negro, pero habia mucha vigilancia-. Ademas la vida en el pais es, en general, tan barata, que un turista, o tu -dijo corrigiendose enseguida-, que no vas a estar mas que unas semanas, no tienes por que crearte problemas.

Cuando a las diez de la noche, las nueve hora espanola, llegamos a Amman, nos citamos a cenar al cabo de tres semanas, el sabado 21 de mayo, en Damasco a donde el tenia que ir de todos modos, en el restaurante Sahara cuyo nombre y direccion anoto en arabe en mi agenda para que yo pudiera mostrarselo al taxista.

– Sin embargo -anadio-, todos lo conocen. Es el restaurante de la oligarquia y de los burocratas.

– Y ?que haremos nosotros alli?

– le pregunte.

– Has dicho que quieres verlo todo, ?no es asi?

– Asi es.

Nos despedimos en Amman y cuando se fue por la salida de control de pasaportes y recogida de equipajes aun me dijo adios con la mano tras el cristal, y yo, que estaba en transito y tenia ante mi una hora mas de viaje, subi la escalera que llevaba al piso superior para recoger la tarjeta de embarque del vuelo Amman – Damasco. Embarcamos con tal rapidez que apenas tuve tiempo de comprender por que ese aeropuerto parecia tan irreal.

Solo cuando dos meses mas tarde, ya de vuelta a Espana, tuve que permanecer en el mas de una hora junto con millares de blancos peregrinos que volvian de La Meca y se dirigian a sus respectivos paises, me di cuenta de que la opaca luz casi cenital que permanecia eterea en mi memoria, se debia a unos neones semiescondidos en los paneles del techo que se habian encendido porque habia caido la noche en el Levante, y no, como yo habia creido entonces abrumada por el cansancio y cierta inquietud, a que la neblina o la arena del desierto se hubieran filtrado por las rendijas de las puertas y ventanas dejando el vestibulo borroso como una quimera.

La llegada.

Al salir del avion en Damasco, en ese anonimo espacio de paso donde se conectan mecanicamente los pasillos, me detuvo mi propio nombre escrito en una pancarta de carton que sostenia en la mano un hombre vestido con un traje oscuro, y junto a el otro de pelo blanco y gafas con montura de oro intentaba adivinar que cara tendria ese nombre.

– Soy yo -dije acercandome.

Nasser Kadur, uno de mis tres contactos previos, era amigo de un amigo del marido de una amiga. Nos habiamos cruzado diversos fax y me habia insinuado que quiza fuera a esperarme. Era un alto ejecutivo, no habia mas que verle, y tambien vivia en Amman, Jordania, y aunque me habia dicho que iba a menudo a Damasco, no imagine que estuviera en el aeropuerto.

A partir de ese momento apenas guardo mas que vagas imagenes de mi llegada. Se que le entregue mi pasaporte y el billete como quien entrega sus credenciales y el los entrego a su vez al chofer que desaparecio mezclado con los pasajeros. Nosotros entramos en una gran sala con un unico, inmenso cuadro, la fotografia del presidente Hafez al Assad colgando del techo, y una apretada hilera de sillones a lo largo de las cuatro paredes. La luz era tenue y yo tenia, siempre tengo en los aeropuertos, la sensacion de que sigo llevando gafas de sol. Al poco nos sirvieron te azucarado con hojas de menta que bebimos mientras Nasser Kadur me contaba el programa que habia preparado para el dia siguiente. Era un hombre cordial y simpatico, nada impresionado por el hecho de que no nos conocieramos y que pretendia que yo le explicara entonces en que iba a consistir mi trabajo en Siria. Pero apenas me daba tiempo a responder, subyugado el mismo por una nueva pregunta que anteponia a las anteriores. Al poco aparecio el chofer con mis maletas. Me dio el pasaporte y me mostro un papel impreso y sellado que, dijo en un ingles muy correcto, no debia perder por nada del mundo ya que sin el no se me permitiria abandonar el pais. Creo que en aquel momento no le di al papel blanco de entrada la importancia que tenia y aunque lo volvi a guardar cuidadosamente con el pasaporte, me olvide de el.

El aeropuerto esta al borde del desierto, pero a menos de un kilometro enfilamos una carretera oscura y entramos en una zona de frondosos arboles (el Guta, el oasis de Damasco, supe mas tarde)

y seguimos en linea recta durante unos treinta kilometros. Cuando aparecieron las primeras luces y atravesamos la ciudad casi vacia, eran las dos de la madrugada. Pasamos ante un edificio cubierto con carteles del presidente Hafez al Assad -la antigua estacion de donde partian los trenes que iban a La Meca, me dijo Nasser- y llegamos al Cham Palace Hotel donde yo tenia reservada una habitacion para un mes. Mientras rellenaba los impresos, sin darme cuenta apenas de donde estaba, Nasser me dijo que al dia siguiente, a las nueve de la manana, vendria Fathi, el chofer, a buscarme para iniciar las entrevistas que habia preparado con los ministros y directores generales.

– ?Ministros? ?Por que ministros?

– Tenemos que ver al director general de Informacion. Es un requisito que han de cumplir todos los periodistas y escritores que vienen a Siria. Iremos tambien a Turismo y a Cultura, a Exteriores…

Estaba demasiado cansada para indagar.

– Buenas noches -dijo Nasser-, descansa. -Y se alejo a paso rapido, con la misma energia con que habia aparecido y esa prisa nunca acelerada que caracteriza a los ejecutivos poderosos y ocupados.

Iba a entrar en el ascensor cuando me cerro el paso un caballero corpulento, vestido con un impecable blazer azul marino, camisa azul celeste y un panuelo de seda con borrosos arabescos. Tenia esa tez morena que los elegantes lucen en pleno invierno y cierto parecido con don Juan de Borbon, aunque mas joven.

– Soy Gil Armengue, embajador de Espana en Siria -me dijo.

Mi segundo contacto habia venido a darme la bienvenida y a invitarme a cenar al dia siguiente en su residencia.

Bien, me dije, mientras subia a mi habitacion, derrengada por el viaje y sin otro deseo que dormir, ya tengo trabajo para manana.

Mi unica preocupacion cuando desde Espana imaginaba por donde comenzaria a conocer el pais, habia sido que iba a hacer el primer dia: llego por la noche, me decia, duermo, me levanto por la manana y deshago las maletas. Y luego ?que?

?A donde voy? ?Por donde empiezo?

Pues bien, ya esta salvado ese temido primer dia, pense un instante antes de caer dormida sobre los mullidos colchones de la cama del Cham Palace. El Cham, el antiguo nombre de Damasco, la capital de la Gran Siria que durante milenios abarco un vasto territorio que se extendia desde el sur de la actual Turquia hasta el Mar Rojo y desde el Mediterraneo hasta el Eufrates en el noreste o las fronteras con el Iraq y las estepas de Arabia en el sureste. Todo lo que hoy llamamos el Libano, Palestina, Jordania y Siria. Cham, que significa “un pedazo de tierra en el ‘firdaus’”, en el paraiso.

Mi casa.

Me desperte muy pronto y corri a la ventana. Diez pisos mas abajo y opaca por el cristal ahumado, la calle bullia de animacion. Los coches y las gentes se entorpecian unos a otros tratando cada uno de avanzar, pero en silencio. En un tenue y lejano sonido de fondo descubri las bocinas apagadas, en sordina, intente abrir la ventana sin lograrlo, y esa primera vision sin color y sin sonido de Damasco, la ciudad con la que habia sonado durante dias y noches, me dejo indiferente. Mi habitacion, ademas, tenia ese punto de frescor artificial que parece mantenernos en formol.

En la mesita de noche, como un presagio, una premonicion o quiza una advertencia, descubri la figurilla en metal dorado de los tres monos: uno se tapaba los oidos, el segundo la boca, el tercero los ojos.

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