Fernando Marias

Todo el amor y casi toda la muerte

© Fernando Marias, 2010

Para Silvia Perez Trejo, que desencadeno el huracan y, de paso, esta novela.

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TODO ES NADA, TODO ES A LO SUMO TIEMPO QUE FLUYE

Juan Bastian siente que estas once palabras, garabateadas en mayusculas rojas sobre un papel ajado con la firma de Vera al pie, dirigen su viaje hacia el pasado igual que en los cuatro ultimos anos han simbolizado su terror por el presente y por el futuro, esa exclusiva mazmorra intangible de incertidumbre sin horizontes de remision entre cuyos muros ha sobrevivido acongojado e impotente, resignado al castigo como un martir de si mismo. Las once palabras han sido sus companeras fieles, perennes, durante cada uno de los dias de cada una de las semanas de cada uno de los meses de cada uno de los anos que ya han rebasado la cifra de cuatro. Respiran con el, laten en el, se nutren de el. Incluso podrian ser ellas las que lo han mantenido con vida, si puede llamarse asi a su fuga sin fin de los hombres de Humberto, esos sicarios del serrucho y el alfiler aterradoramente invisibles que nunca han dejado de perseguir su rastro.

Numeros, numeros, numeros.

Once. Cuatro.

Palabras. Anos.

Tambien horas, ciento ochenta y siete consumidas junto a Vera. Arrebatado, traicionado y muerto por Vera en el pasado. Y hoy, cuatro anos mas tarde, resucitado por causa de ella.

Mientras conduce junto al borde del acantilado se figura que la sentencia de once palabras flota en el aire como un cometa de sangre seca, iluminado de tanto en tanto por los relampagos que desgarran desde la lejania el cielo matinal de la carretera sobre el mar, y en cada curva sobre el abismo siente que las diecisiete silabas que la componen, otro numero, borbotean jubilosas y lacerantes por sus venas como malvados ninos felices, recordandole que han despertado y no piensan regresar al pozo de olvido donde tal vez habria logrado llegar a enterrarlas, de no ser porque unos dias atras choco de frente con la imagen en apariencia trivial e inocente, aunque para el demoledora, de una solitaria mujer ciega que tomaba el menu del dia en el restaurante economico donde entro por fatidico azar. Aniquilacion y resurreccion en el mismo latido. Juan Bastian casi se habia acostumbrado a sobrevivir acomodado en el interior de su propia muerte. Y de pronto, aquella ciega…

Las olas espumean contra las rocas, mucho mas abajo. A lo lejos yacen ocasionales bancos aislados de arena, diminutos como playitas de juguete olvidadas a merced de la lluvia. Cada color se difumina y desvanece, empastado por los tonos opacos de la atmosfera. Todo es gris o casi gris. Bastian podria creerse dentro de una pelicula en blanco y negro de no ser por la intensidad luminosa del GPS que, parpadeando como un corazon digital de amarillos y azules saturados, lo guia sin error ni remedio hacia el destino tantas veces eludido. Ha conectado el aparato por simple capricho, pues conoce de sobra el camino. Quedan veintitres kilometros hasta el punto de su pasado en que todo cambio: el tiroteo, dos cadaveres. El de Vera, uno de ellos. El de Vera, el principal.

Numeros. Mas numeros. Veintitres. Dos. Uno. Kilometros y cadaveres que amontonar sobre las palabras y los anos, sobre las silabas. Tentaculos de las ciento ochenta y siete horas debatiendose en el aire debilitados e inofensivos, pero todavia dolorosos y cargados de peligros.

?Hace cuanto no pronuncio tu nombre?

Y osa entonces susurrarlo muy quedo entre los labios, como si temiera que ella, aunque este muerta, pudiera escucharlo y acudir a el:

– Vera…

Una curva cerrada surge inesperada, y Bastian piensa que tal vez las dos silabas, magicamente, han convocado ante el morro del coche al subito recodo de piedra cubierta de musgo. Roza el freno, rebasa con limpieza la curva, vuelve a acelerar embrujado por la profusion de numeros que lo envuelven en cabala azarosa, imposible de interpretar: veintidos kilometros para el lugar donde ella cayo, veintiuno, veinte kilometros para el instante en que comenzo su exilio en el desierto de los no vivos… Se pregunta como senalaria el GPS una repentina resolucion suicida, un volantazo brusco de su voluntad hacia el acantilado. ?Enloquecerian los microchips durante la caida al mar, quedaria registrado su panico a la profundidad submarina? Hace un esfuerzo por imaginar el coche sumergido, se visualiza muerto dentro de el. Silencio y quietud en el fondo, excepto por el parpadeo agonico amarillo y azul del numero ultimo, el unico que de verdad importa: cero kilometros hasta el propio final. Y despues, ?cuanto sobreviviria el GPS al impacto contra el mar? Tiempo que fluye, todo es nada. No obstante, su biografia congelada durante cuatro anos exige ya el desenlace que legitimamente le corresponde, y no es este el suicidio. Al menos de momento. Porque es aqui, Bastian sabe que solo puede ser aqui, en este escenario de aire varado sobre si mismo bajo la tormenta hacia el que se aproxima, donde por fuerza han de habitar los espectros de los dos viejos cadaveres que decidieron su salto al abismo. Por supuesto, el de Vera el mas importante. Tu fantasma, amado amor odiado. Va a enfrentarse con muertos, unicamente con muertos. Entonces, ?por que ha traido consigo el revolver? Aunque nunca ha llegado a usarlo, lo lleva consigo desde aquel dia de cuatro anos atras como si fuera el antidoto contra todo mal. Echa un rapido vistazo a la guantera y se tranquiliza al verificar que el arma, como ya ha comprobado supersticiosamente varias veces a lo largo del viaje, sigue alli, inmovil y en cierto modo viva. Una vez leyo en un articulo especializado que cuando un arma aparece dentro de cualquier forma de ficcion, una novela o una pelicula, el lector o el espectador saben que antes o despues va a ser disparada. ?Cuando disparare la mia? ?O la regla solo vale para el cine? Los dedos se aferran al volante, la voluntad acata sumisa las indicaciones del GPS: «Continue en linea recta, faltan dieciseis kilometros para su destino». Once palabras escritas por una mujer muerta anos atras, caligrafia fragil nacida para solidificarse alrededor de el como una mortaja con memoria propia y obcecacion inquisidora.

Tiempo que fluye. Nada mas.

El GPS enfila el tramo recto previo a la entrada del pueblo. Al pisar instintivamente el acelerador, Bastian desata tambien el bombeo de su corazon. Nunca, lo comprende de repente y la revelacion tiene un matiz de alivio inexplicable, ha existido forma de evitar este encuentro, a lo sumo cabia aplazarlo. Pero es ahora cuando deja por fin de huir, este el instante en que repta hacia la guarida de sus alimanas interiores, incorporeas e invisibles, pero al acecho.

Los pueblos de veraneo suelen ser cadaveres en noviembre, y Padros no es una excepcion. El aire fantasmal de la calle ancha escenifica el recibimiento idoneo para un visitante que, como Bastian, no se siente vivo. A causa de la lluvia las calles se encuentran desiertas, aunque podria interpretarse que los lugarenos, percatados del duelo entre espectros que va a tener lugar, se han ocultado temerosos. Un nino cruza con una barra de pan bajo el brazo y corre acera arriba, hacia la casa donde su madre, en el zaguan, le urge a refugiarse del aguacero. Apenas el nino lo atraviesa, la mujer cierra la puerta con un golpe seco tras mirar de reojo hacia el coche de Bastian, eso le ha parecido a el. Siente que la poblacion entera de Padros lo rechaza, que son sus tres mil y pico habitantes quienes pegan este portazo.

Desconecta el GPS para que los recuerdos propios tomen el relevo de las gelidas indicaciones digitales. Lo traia conectado para no confundirse en los nuevos tramos de carretera, para concentrar toda su atencion en evocar el pasado, pero no imagino que se inquietaria al apagarlo. Es desconectar la realidad. Su memoria sale a escena para protagonizar el siguiente acto, y lo encamina en linea recta hacia la plaza del pueblo. Por esta misma calle, cuatro anos atras, Bastian, que entonces aun no era Bastian ni imaginaba que llegaria a serlo, condujo el coche, tambien un coche distinto, hacia la plaza donde tenia su parada

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