Alejandro Gandara

Nunca Sere Como Te Quiero

© Alejandro Gandara, 1995

A la tripulacion del Viantos II,

arrastrero de Santander, hundido.

In memoriam.

1

JACOBO habia pasado por la darsena de Maliano a las nueve de la noche, pero el Gran Sol no habia llegado todavia. Estuvo sentado un rato largo en el muelle, viendo como soltaban cabos los barcos de bajura y observando las maniobras de una pareja de arrastreros que regresaba del Suroeste de Inglaterra. El muelle estaba bastante vacio y alrededor de las farolas encendidas se apreciaban coronas brillantes de humedad que parecian ir descendiendo al suelo como aguanieve. La bahia se prolongaba a su izquierda en una lengua oscura y tranquila, mas profunda cuanto mas inmovil, empujada por las luces lejanas y temblorosas de los diques de Astillero.

El Barrio Pesquero era distinto a la ciudad vieja y al otro puerto. Jacobo habia pensado muchas veces que se parecia a una reserva india donde vivia gente de tribus que ya no existian. Casas blancas y pequenas entre darsenas y diques, muchos bares de los que salia olor a pescado y muchos crios a todas horas jugando en la calle, bajo la ropa tendida, entre los contenedores de basura, a veces hasta la madrugada. La lonja y la via del tren lo aislaban de las miradas de los que pasaban por la avenida, y para encontrarlo habia que acertar con la calle de la barrera y no tener miedo si se iba a pie. Era su mundo, aunque no vivia alli. Ellos, su padre y el, ocupaban una buhardilla justo al otro lado de la via del tren. Mas alla de la Raya. En realidad, su padre no era marinero, aunque llevase doce anos faenando en el Gran Sol, un barco de arrastre que salia al Atlantico y que volvia cada dos semanas o dos semanas y media, segun fuese la captura. Su padre habia sido maestro hasta hacia doce anos, cuando paso todo. Su madre, a la que no podia recordar y de la que no quedaba ninguna imagen, se marcho y ellos se trasladaron del cuarto piso a la buhardilla. Un dia su padre se puso a andar y se encontro pidiendo trabajo a un armador que conocia. Jacobo siempre penso que el Barrio Pesquero era lo que estaba mas cerca y que a su padre le habian pasado demasiadas cosas como para buscar en un sitio que estuviera lejos. Y, ademas de eso, un barco era un lugar pequeno donde se quedaban quienes tenian miedo a los grandes. Su padre no podia ir muy lejos, ni quedarse en un lugar grande.

Desde muy pequeno se habia acostumbrado a ir a esperarle cuando Lupe, la mujer del cocinero del Gran Sol, iba a la escuela y le decia que estaban de regreso. Cuando era mas pequeno, iba de la mano de Lupe y entretenian las noches en que habia que esperar mas de la cuenta limpiando caracoles de tierra, el plato preferido de Roncal, su hombre. No estaban casados, ni tuvieron hijos. Lupe decia que Roncal era alguien con el que podia entenderse la vida, que eso era lo maximo que uno podia tener, y solo decia eso. Era una mujer delgada, quiza demasiado fragil, un poco monja, que tenia la vocacion de esperar a Roncal, un tipo bajo, duro, con el cogote pelado, que salvo de un golpe de mar al padre de Jacobo durante el primer viaje. Lupe fue una especie de madre hasta que el muchacho cumplio once anos. No tenia nada que hacer en su casa y se pasaba la vida en la buhardilla, haciendole comidas y durmiendo con el en su cama. Ella le acompanaba a la escuela y le recogia y escuchaba lo que decian los profesores sobre Jacobo: es muy inteligente, pero no sabe esforzarse. Asi que el consejo de Lupe mientras le peinaba o mientras se dormian era siempre el mismo. En esta vida todos tenemos algo que aprender y tu tienes que aprender el esfuerzo porque, gracias a Dios, lo demas ya lo tienes. Jacobo nunca entendio esas palabras. Por un lado, porque para sacar buenas notas le bastaba con ir a clase y escuchar. Nunca leia libros o leia las solapas o leia un poco del principio y otro del final. Y solo hacia los deberes cuando Lupe los hacia por el. Por otro lado, porque el jamas entendio la palabra «esfuerzo». ?Que se hacia con el esfuerzo? ?Se iba a algun sitio desconocido? ?Cambiaba uno? La gente trabajaba, comia, dormia, pero nunca habia visto a nadie «aprendiendo el esfuerzo». Su padre era como era y siempre habia sido asi, lo mismo que Lupe y lo mismo que Roncal. ?Es que ellos lo habian aprendido antes de que el los conociera? ?O es que el tenia que aprender lo que ellos no habian aprendido? Demasiado incomprensible. Lupe murio poco despues de que el empezara a quedarse solo en la buhardilla, a hacerse la comida, a lavarse la ropa y a tenerlo todo listo para cuando llegara su padre con aquel olor a gasoil que tardaba en irse el mismo tiempo que tardaba en volver su padre del viaje siguiente. Habian pasado cinco anos y Jacobo se acordaba de ella todas las mananas. De vez en cuando, decia su nombre en voz alta, como si la llamara, y se sentia mejor. No le dejaron verla. Murio en casa de Roncal y luego la llevaron al Tanatorio de Valdecilla. El se quedo esperando a su padre y a Roncal en la puerta grande de la Plaza de Toros y notando en el aire un olor especial. Es el olor de la muerte, le dijo Roncal completamente sereno.

Cuando Jacobo se canso de mirar el reflejo de las luces en la Bahia, se levanto del muelle y se fue paseando hacia el interior. Tenia hambre. En la calle grande habia un par de restaurantes iluminados con turistas detras de las cristaleras y las sardinas asandose en la entrada mientras los cocineros daban voces para llamar la atencion. El campo de cemento tambien estaba iluminado. Dos equipos jugaban a futbol cinco con una docena de mirones alrededor de la valla.

En el Ciaboga, era Fermin el que estaba asando las sardinas y dando voces. Fermin habia sido ayudante de cocina de Roncal y, antes de eso, camionero, aunque no tenia mas de treinta anos. Era alto, grande y rubio como un vikingo, y le gustaba que le mirasen como a un vikingo.

– Si quieres, hoy te las puedes comer aqui. Y me haces compania un rato -le dijo Fermin antes de que llegara, poniendole sardinas en un plato de carton.

– ?Te echo mucha bronca el jefe el otro dia? -pregunto Jacobo subiendose a una pila de sillas.

– Que dices, chaval. Lo que pasa es que los jefes tienen que decir esas cosas para sentirse bien, igual que yo te doy a ti las sardinas para sentirme como me da la gana -y echo el cuerpo hacia atras para reirse como un vikingo atronador.

A Jacobo no le duraron mucho las sardinas. Fermin volvio a llenarle el plato con la pala.

– ?Estas esperando a tu padre?

– Viene hoy.

– ?Y no es mejor que le esperes en tu casa?

– ?Por que?

– Pues no lo se.

Y Fermin volvio a reirse. Pero enseguida se puso serio, como para decir algo importante.

– ?Cuando empiezas en el colegio ese de ninos bien?

– El martes. Me ha tocado alli. Aqui no hay COU.

– Cuidate de los terricolas. Tienen ideas raras. Creen que la mar la hizo Dios para que ellos pudieran mirar por la ventana.

– Cuando acabe el COU sere marinero.

Fermin pego un par de voces a la calle, que cada vez estaba mas desierta. No era un buen domingo para el barrio. Y septiembre solia ser un mes triste. Del dique del otro lado del campo de cemento subia la niebla y

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