Salvador Garcia Aguilar

Regocijo en el hombre

***

Primera parte. Confesiones de un obispo inconfesado

Fabricar suenos con la vida

y tejer vida con los suenos.

J. L. Vaudoyer

I

Los que en atencion a mi ancianidad, al usar extremada benevolencia y caridad, llegan a senalarme como santo, desconocen que antes de sentir vanagloria por mi presente, lloro con amargura por el tiempo perdido, las energias dilapidadas, el despilfarro de una vida en contravencion de los Mandamientos, que ya nunca podre recuperar.

Tan temeroso de Dios me siento ahora como respetuoso conmigo mismo, pues la vida me enseno ambos sentimientos como inseparables. Y duele en lo mas intimo del alma que mi falta de humildad me niegue la ventura de comportarme como el siervo de los siervos. Apenas puedo imaginar que otrora fuera mi estupidez tanta que pecara por hablador empedernido, pues que mis palabras y mis obras resultaban el peor ejemplo para los que a mi acudian. Y aun inspirado por los mejores deseos, que duermen siempre en el fondo del alma como un anhelo de perfeccion, jamas obre como me propuse, sino como Dios dispuso, para que mi soberbia fuera humillada.

Algun tiempo permaneci juramentado de guardar silencio. En mas de una ocasion, no obstante, hube de quebrantarlo por lo que consideraba deber, en evitacion de grave dano para otros. Aun cuando comprendiese despues que solo eran justificaciones de mi debilidad. Mas es ahora llegado el momento, tras profunda meditacion, de no perder el tesoro de experiencia acumulada con los anos y las andanzas, provechosa para los venideros hombres, segun entiendo. Y como tal la escribo, juzgando que mi Senor quedara servido de cuanto haga para que redunde en beneficio de sus criaturas. Pues promesa hice de unir esta mi historia a la de mis senores, Avengeray y el principe Haziel, en que relatan sus particulares aventuras, que las tres son una completa, para que sirvan de ejemplo.

Tanto mas tranquila queda mi conciencia que al convertirme en escribidor no quebranto mi servidumbre. Pues prometi no hablar, aunque faltase con harta frecuencia para verguenza mia, pero de escribir no medio pensamiento ni intencion.

Cuando miro hacia mis anos pasados veome como charlatan de feria que derrama su palabra en una torrentera salvaje, que mas sirve de narcotico del entendimiento que de sano ejercicio inteligente; gloton de andorga redondeada que mas correspondia a un timbalero que a un galan, para no escapar de la gula; impenitente cazador furtivo de mujeres, fueran mozas de figon o posada, sin distinguir para el caso si era camarera o milady, que jamas levante reparos a la ocasion.

Me aterra pensar en el momento en que mi Dios me exija cuenta del uso que hice de la palabra. Embaucador de ingenuos fui ante aquellos que mas atencion prestaban ociosamente a mi secreta historia que al significado de las palabras, mientras apuraban las jarras por mi pagadas. Comia con ellos para ahuyentar el tedio y, en presentandose, cabalgaba bajo doseles y baldaquinos; me fingia criado cuando era propio, otras veces senor, sobre los camastros, jergones y pajares, buscando siempre fastidiar al projimo como secreta venganza; que no iba a soportar en mi soledad el displacer que otros me causaban, pues al haber perdido lo que ansiaba despertabase mi resentimiento, aunque lo disimulase, y al no poder vengarme contra los causantes abusaba de los que no habian culpa. Que a tanto llega la ruindad.

En las treinta jornadas crecidas que reclamaba el condado para dejarse pisar, ningun projimo ignoraba que fui alumbrado por una rolliza posadera que acabo trocando la posada por el castillo, pues bien encelado mantenia al conde, mi padre, por el buen oficio que le desempenaba en la alcoba.

Gustaba visitarla en cuarto creciente, que era cuando mas alta sentia la fiebre, y debia de encontrar con ella remedio santo, pues volvia encalmado. Entonces abundaban los trozos de carne con que regalaba a los mastines.

Del conde decia su fisico que era lunatico y el influjo de las fases le inducia a consecuencias extranas. Y no era mala receta, pues de tal modo cuanto hiciera, ademas de por las ballestas y lanzas de sus soldados, quedaba sancionado por la via de la ciencia. Que nunca fue mal justificante. Y nadie iba a ser tan osado que le contradijera cuando en callar le iba la vida.

Por grande que sea mi esfuerzo, profunda la concentracion, constante el empeno, no he hallado momento en mi vida en que pueda enorgullecerme de mi progenitor. Pues jamas el conde se comporto como un padre.

Hasta su muerte le servi como paje y bufon primero, sintiendome afortunado por excluirme de los puntapies tan prodigamente distribuidos entre coperos y criados, y aun alcanzaban a los perros cuantos sobraban, pues la cantidad se correspondia siempre con el enojo.

De mayor me tuvo por escudero, y recorrimos el reino de justas en torneos, que en cada corte se disputaban por los santos patronos, fuera San Edelfindo o Santa Melfrisa, o bien por cumpleanos de bodas reales, por fastos dignos de senalarse y celebrarse, y hasta para que el juicio de Dios dictaminase sobre el honor entredicho de alguna dama venal o no, cuando dos caballeros dilucidaban en combate la querella, dejando lavado con su sangre el honor y la injuria.

Tuviera asi ocasion de conocer las cien cortes y adiestrarme en el mundo de la caballeria, lo que para disimular mi origen me servia, que mejor eres si bien pareces. Y aunque mis damas fueron doncellas y sirvientas de camara o cocina, tan bien las trataba que en mi compania sonaban convertirse en senoras principales, y ello era causa de que me aguardasen siempre mayor numero de las que alcanzaba a visitar.

Escogio mi padre un cuarto creciente aciago en que el fisico andaba ajeno por el descampado persiguiendo luciernagas con la pretension de averiguarles el uso que daban al farolillo, para abusar una noche de la pina escalera de caracol, aspera como una penitencia, tan estrecha que le permitia apoyar los codos en las paredes para ayudarse, pues las tres alcobas que visito le cogian desparejas: la una en lo alto del torreon, la otra en el sotano y la tercera en el almenar del contrafuerte. Semejante arrebato, despues de devorar dos ancas de ciervo y tres azumbres de buen vino Tornay, que era fama levantaba el espiritu de los muertos. El pobre, Dios le haya acogido con benevolencia, al no tener a mano un barbero que le sangrara cuando le tomo el ahogo subiendo aquellos peldanos asesinos, vino en tornarse rojo, despues morado, hasta acabar amarillo de cera y rigido, pues doblegarse no lo hizo ni despues de muerto.

Como no habia lugar para que le llorase, me preocupaba de lo que seria mi porvenir, incierto y tenebroso, por lo que llegue a lamentar su desaparicion. Y no fue por carino. Mas al cabo la incognita me la despejo el testamento. De mis dos hermanos se confirmo la sucesion al titulo y posesiones al primero, nuevo conde Montfullbriey; el segundo legitimo vino en ser nombrado cardenal. Procedio segun costumbre, pues jamas tuvo una idea original. Y cuando me temia que la misma consideracion tuviera para mi que la que se usaba con los bastardos, cual era ignorarlos, me sorprendio con un otrosi que rezaba: «Mando que al terceron se le paguen de renta quinientos dineros de oro cada luna nueva y se le niegue el nombre y regalias».

Вы читаете Regocijo en el hombre
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×