– Ya no las hacen asi -respondio Juan en tono evasivo.

Al poco volvieron a encontrarse los tres en el salon. Parecian desanimados, como si se hubieran propuesto una tarea excesiva. Hablo Mercedes:

– Yo creo que con esto no acabamos nunca -dijo-. Propongo que cada uno coja lo que quiera (si dos quieren la misma cosa, se sortea) y luego llamemos a un trapero para que se lleve todo lo demas.

El tono que habia empleado resultaba de una dureza inconcebible, pero Mercedes siempre era asi cuando sacaba a relucir sus cualidades practicas. No obstante, Elena sintio por primera vez un impulso que la habria conducido al llanto de no efectuar tres o cuatro movimientos violentos con los musculos del rostro. Le habia resultado doloroso que cuanto habia alli -incluida su juventud- solo pudiera interesarle a un buscador de desperdicios.

– De acuerdo -dijo-, podeis repartiros todo entre Juan y tu. Yo no quiero nada y prefiero no pisar de nuevo esta casa.

Mercedes la miro con rencor, pero no hizo un solo gesto por detenerla. Su hermano la acompano hasta la puerta y le acaricio la cara antes de que se marchara. Ya en la calle, Elena tuvo que hacer un gran esfuerzo para recordar donde habia aparcado el coche. Finalmente, dio con el y se metio dentro con cierta urgencia, como si necesitara sentarse para aliviar algun malestar. Tenia el pelo mojado a causa de la nube de lluvia fina que envolvia la ciudad y parecia algo sofocada pese a que la temperatura no era alta. Apoyo las manos en el volante y realizo tres inspiraciones profundas dirigidas a neutralizar el estado de ansiedad. Despues, todavia sin arrancar el motor del coche, saco uno de los cuadernos del bolso y busco una pagina al azar. Leyo:

Algunos abren los ojos antes de despertar, como si amanecieran con un susto. Yo no; primero, pienso quien soy, me defino como quien dice, y despues levanto los parpados sabiendo de un modo preciso lo que veran mis ojos. Hoy al despertar, no senti ningun sintoma. Por el contrario, me parecio estar poseida de una fortaleza corporal incomprensible. Permaneci con los ojos cerrados mucho tiempo, recorriendo mis visceras, que parecian no existir de calladas que estaban. Pense que quiza no era yo y temi levantar los parpados por miedo a ver un armario diferente al mio frente a la cama. Pero al final una siempre es la misma, de manera que al incorporarme senti un dolor en el costado derecho y he estado todo el dia con una molestia rara que no se a que organo atribuir. Mi marido ha cogido frio y nos va a contagiar a todos.

Elena cerro el cuaderno y contemplo la calle, Los transeuntes precavidos iban con paraguas, aunque no todos lo llevaban abierto. Jadeaba ligeramente, como si se repusiera de algun esfuerzo fisico. Dirigio la mano derecha a la llave de contacto, pero la retiro en seguida. Cogio de nuevo el cuaderno y lo abrio por la ultima pagina. Leyo:

Realmente, un cuerpo es como un barrio: tiene su centro comercial, sus calles principales, y una periferia irregular por la que crece o muere. Yo no soy de aqui, de esta ciudad que denominan Madrid, capital del Estado. Vine a caer a este lugar por los azares de la vida y poco a poco deje de ser de donde era, que era un sitio con mar y mucho sol que no quiero nombrar porque en el transcurso de la existencia, no se cuando, deje de ser de alli. El caso es que llegue a este barrio roto que tiene una forma parecida a la de mi cuerpo y una enfermedad semejante, porque cada dia, al recorrerlo, le ves el dolor en un sitio distinto. Las unas de mis pies son la periferia de mi barrio. Por eso estan rotas y deformes. Y mis tobillos son tambien una zona muy debil de este barrio de carne que soy yo, donde anidan seres que han huido de alguna guerra, de alguna destruccion, de algun hambre. Y mis brazos son casas magulladas y mis ojos luces rotas, de gas. Mi cuello parece un callejon que comunica dos zonas desiertas. Mi pelo es la parte vegetal de este conjunto, pero ya hay que tenirlo para ocultar su ruina. Y, en fin, tengo tambien un basurero del que no quiero ni hablar, pero, como en todos los barrios arruinados, la porqueria se va acercando al centro y ya se encuentra una con mondas de naranja en cualquier sitio. Por mi cuerpo no se puede ni andar de sucio que esta y el Ayuntamiento no hace nada por arreglarlo.

Elena cerro el cuaderno con cierta violencia y lo guardo en el bolso. El alcohol, dijo, o las pastillas. Despues, como si tomara una decision transcendental, arranco el coche y huyo del barrio por su costado menos sordido.

Llego a su casa en un estado de excitacion indeseable. Se acomodo en el salon sin quitarse la gabardina y observo los cuadernos; eran cinco, sin embargo estaban numerados del uno al seis. Comprobo que faltaba el correspondiente al numero tres. Temio no haberlo visto y le molesto la idea de que pudieran encontrarlo sus hermanos. Tomo el numero cuatro y leyo las primeras lineas:

He destruido el cuaderno anterior porque hablaba en el demasiado de los hijos. De los hijos no sabemos que decir porque son buenos y malos al mismo tiempo y he comprobado que una solo los quiere cuando responden a la idea que una se hace de ellos. Ademas, los hijos son una parte separada de tu cuerpo y eso, aunque estemos acostumbradas, es muy raro. Los hijos son como de otro barrio, aunque esten en este. Yo sufri mucho con los tres para darles a luz y me han quedado secuelas de los partos. Ahora tengo un libro de un doctor yugoslavo que habla por orden alfabetico de las enfermedades y de sus remedios. Por eso se que mi utero esta descolgado por una especie de flojera de los ligamentos a que estaba sujeto. Eso hace que se desplome sobre la vagina arrastrando a la vejiga en su caida. Por eso, al toser o al reirme con fuerza se me escapa involuntariamente algo de orina y por eso tambien vivo con esa sensacion de que algo, dentro de mi, ha cambiado de lugar. Segun el doctor yugoslavo, esta enfermedad se llama prolapso uterino.

El parto mas dificil fue el de Elena, que es la que mas disgustos me da. Mi marido dice que discutimos tanto porque somos iguales de caracter. Pero yo digo que este diario, o lo que sea, no es para hablar de los hijos. A los hijos los quiero y los atiendo, pero como tema de conversacion prefiero el pancreas.

Elena cerro el cuaderno. Parecia asombrada y perpleja, como si aun no hubiera decidido si el hallazgo constituia un tesoro o una inmundicia. En cualquier caso, se trataba de algo profundamente ligado a su existencia, como si por debajo de la caligrafia de su madre o de las conversaciones que parecia mantener con sus visceras se ocultara una advertencia que solo ella pudiera comprender y que parecia referirse a su futuro.

Comio una ensalada de frutas con la esperanza de que este regimen la ayudara a limpiar el intestino, donde parecia haber algo solido que cambiaba de lugar caprichosamente, pero que se negaba a ser expulsado de su cuerpo. Despues se fumo un canuto y se acosto. Tuvo, antes de dormirse, una ensonacion: paseaba por la orilla de una playa desierta; de subito, una mujer cuya presencia no habia advertido se dirigia hacia ella y la traspasaba filtrandose atraves de su cuerpo como un angel a traves de un tabique. La mujer continuaba caminando y atravesaba una roca. Despues se recostaba en la arena, con la actitud de quien se tumba al sol, y desaparecia poco a poco absorbida por el suelo de la playa, como el agua de la orilla. Elena se acercaba al lugar del suceso, pero en ese instante su paquete intestinal sufrio una conmocion y presintio que se iba a marear. Entonces saco el pie derecho de la cama y lo coloco en el suelo, como habia oido que hacian algunos borrachos para no perder todas las referencias. El contacto con el suelo frio alivio el malestar y al poco se quedo dormida.

Le desperto a las seis y media el timbre de la puerta. Se levanto aturdida, se puso la bata y atraveso la casa despojandose de las obscuras adherencias que el sueno habia fijado en su rostro y en el resto del cuerpo. Era su hermano. Parecia sudoroso y feliz. Dijo:

– Mira lo que te he traido.

A su lado habia una vieja pero solida butaca tapizada en piel y un reloj de pendulo de las dimensiones de un ataud infantil.

– Me ha costado mucho subirlo todo desde el coche, pero no te podias quedar sin nada -anadio.

La butaca habia pertenecido a su madre y se trataba de un objeto raramente valioso y habitado. En otro tiempo habia sido el lugar preferido de Elena, que se lo disputaba a su madre para ver la television o leer. En cuanto al reloj, habia pertenecido a la familia desde tiempo inmemorial y su valor estribaba en funcionar a pesar de ser antiguo.

– Os dije que no queria nada -respondio Elena con un gesto de agradecimiento que desmentia su afirmacion.

Su hermano se empeno en colgar el reloj en un lugar adecuado del salon y despues, desplazando otro mueble, situo la butaca debajo, para que ambos objetos guardaran una relacion similar a la que habian mantenido en la casa de su madre.

– ?Y tu marido? -pregunto Juan mientras contemplaba el efecto de su obra.

– Tenia una convencion de ventas o algo asi; no regresara hasta manana.

– ?Va todo bien? -insistio Juan.

– Voy a preparar un cafe -respondio Elena.

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