Solia charlar a menudo con el. Me recordaba a mi padre y a mi abuelo, y era uno de los pocos cuya conversacion podia interesarme. Tenia exquisito cuidado de no hacer inventario de sus dolencias, aunque padecia tantas como el que mas. El asma era solo la principal, la que le impedia vivir en otro sitio. Cuando le oia hablar, fatigandose pero sin rendirse, aceptando con nobleza su exilio en el balneario, comprendia sin dificultad que era un ejemplo de lo que yo mismo habria podido decentemente ser. Yo no estaba alli por asma, pero en lo demas las similitudes eran muchas. Tampoco yo podia vivir fuera de aquel asilo.

Me levante, le deje sitio para que pasara y le senale la butaca contigua.

– Por favor.

– Se le ve cansado -dijo-. ?Ha estado trabajando mucho ultimamente?

– Si y no. Mas de lo que suelo. Menos de lo que supongo que todavia podria aguantar.

– Me llama la atencion esa manera de hablar de usted -observo-. Siempre anda con el todavia a cuestas, y siempre que se lo oigo me entra la misma curiosidad. ?Seria una indiscrecion preguntarle cuantos anos tiene?

– ?Por que iba a serlo? Treinta y ocho.

– Se por experiencia que son suficientes para tener una pesada carga que arrastrar. Pero le aseguro a usted que no hay nada que se compare a la impotencia que se padece a partir de los setenta. Amigo, esto si que es claudicacion. Un dia te levantas y eres un fardo inutil, sin paliativos.

– No se me queje, don Eladio. No es su estilo.

– Yo no me quejo. Tambien se que es bueno haber sobrevivido para verse envejecer. Trato de ofrecerle algun aliciente.

– ?Aliciente?

– Si, mi envidia. Le envidio, porque usted puede coger un autobus y marcharse de aqui. Por eso me subleva verle asi, como si fuera uno mas de los jubilados que infestan este lugar.

– No puedo irme de aqui, don Eladio.

– Tonterias. ?Que se lo impide?

– ?Se trata de una sugerencia? No creia que mi presencia le molestara.

– No diga bobadas. Se que usted esta aqui por renuncia. Es mas de lo que tengo derecho a preguntarle, pero me gustaria conocer la causa. No creo que sea bastante para condenarle a los anos grises que le esperan si se queda aqui.

– Es una larga historia, don Eladio. O quiza no sea precisamente larga. Podria contarse en tres palabras, a decir verdad. Es, mas que nada, penosa. A lo que yo no tengo derecho es a torturarle con ella. Pero no debe preocuparse por mi futuro. Mis anos siempre han sido grises, por lo que puedo recordar.

Las manos del anciano se apretaron al baston y su mirada se perdio en el horizonte oscuro. A un kilometro y medio se veian las luces del pueblo. Mucho mas alla, tenues destellos intermitentes en la oscuridad que intentaba engullirlas, las de otro pueblo de la comarca.

– ?Sabe, Juan? Llevo doce anos y medio en este balneario. Me cuesta toda mi pension y parte de mis ahorros. Quiza dentro de dos anos no pueda pagarlo. De manera que seria bueno que antes de dos anos lograse morirme. No dejo herederos, mis amigos han muerto o los he olvidado, y como unica familia recuerdo tener una sobrina a la que jamas se me ocurrira incordiar con mis miserias. Puede resultarle chocante, pero ahora vivo mejor que cuando tenia su edad. ?Sabe donde estaba yo con su edad?

– No.

– Le dire antes donde estaba con veintitres anos. Recluido en un caserio, en Vizcaya, preparando Notarias. ?Le sorprende?

– No.

– Porque juega con ventaja. Pues bien, con su edad estaba en Ifni, con el Tercio. Fui voluntario. Estaba a punto de ascender, a punto de conseguir para el resto de mi carrera militar un comodo puesto administrativo. Y me fui alli, y no me mataron. Aunque fue una guerra de verdad. He visto morir a cincuenta hombres en menos de dos dias, no mucho mas lejos de mi de lo que usted lo esta ahora. Pero yo, que fui a buscarla, escape a la muerte. Fue mi forma de aprender que no es bueno desear demasiado una cosa, porque se acaba siempre espantandola.

– Creo que es la primera vez que me cuenta batallas, don Eladio.

– Se equivoca. No le voy a contar nada de la guerra. Todo se reduce a una cosa: mueren los mejores y algunos de los peores, y los demas, si se descuidan, quedan atrapados en su recuerdo. Depende de la voluntad que se tenga para arrancarselo. Yo creo haberlo conseguido, en parte. Cuando alguno de los pocos que saben que existio me pregunta como fue aquella guerra, solo respondo: a tiro limpio. Y cambio de tema. A algunos les parezco un maleducado. Pero es un asunto peligroso, demasiado para supeditarlo a las reglas de la urbanidad.

Observe su gesto orgulloso, su frente amplia y su ceno energico. Tenia los ojos humedos, pero resistia. Habia hecho de la resistencia su modo de entender el mundo.

– ?Por que me cuenta todo esto a mi? -le interrogue-. No sabe si merece la pena el riesgo, si yo merezco su confianza.

– Creo saberlo. Puedo imaginar muchas cosas de usted, porque yo he sido como usted.

– ?Esta seguro? Yo he abusado de personas indefensas, he traicionado a mi mejor amigo y creo que quise, o quiero, a la peor de todas las mujeres que encontre.

No se por que dije eso. No solo no se lo habia dicho a nadie, en diez anos; ni siquiera lo habia dicho a solas, ni siquiera me habia permitido pensarlo, asi de nitidamente. Oi mi propia voz como si fuera la de un extrano. Un pobre idiota que se apresuraba a confesar su intimidad al primero que se sinceraba con el, como si quisiera impresionarle, en una insensata competicion de confidencias. Entonces me di cuenta de que la inminente visita de Claudia me afectaba mucho mas de lo que conscientemente habia consentido en admitir.

– Efectivamente, su historia podia contarse en tres palabras -juzgo, malicioso, el viejecillo-. Y le dire algo: nos parecemos todavia mas de lo que habia pensado.

Subitamente exasperado conmigo mismo, intente una defensa indigna:

– No me diga que se fue al Tercio por una mujer, don Eladio.

– ?Por que no? Dudo que sea usted de los que no conciben que la memoria de los ancianos pueda guardar violentas historias de amor.

– Desde luego.

– Pero no fue esa la causa. Me fui al Tercio para purgar traiciones, lo mismo que usted hace aqui. No deseo contarle la historia; no esta noche, al menos. Lo que me importa decirle es otra cosa. Que regrese y continue purgando, y no deje de negar la vida. En justicia, la vida me habia ensenado una cara tan miserable que nada podia disuadirme de mi actitud. Pero esto es lo que he aprendido en treinta anos de negacion: no vale la pena ser riguroso. Al final, ahora, poco importa si uno fue piadoso o un desalmado, si fue coherente o un juguete del viento. Creo que nadie se molesta en juzgarnos, porque no valemos el trabajo de pensar para nosotros un castigo o una recompensa. Los unicos que pierden son aquellos que cometen la ingenuidad de juzgarse a si mismos. Yo he perdido y se de lo que estoy hablando. Podria verle caer en mi mismo error sin mover un dedo, porque eso me ayudaria a creerme menos estupido. Pero no quiero vivir de esos consuelos. Prefiero avisarle de que todo lo que hace es innecesario, por si desea escucharme.

Procure sonreir, ser honrado con aquel anciano que parecia estar siendolo conmigo.

– No hara falta que le diga que ya no busco nada, don Eladio. Tampoco creo que le sorprenda si le confio que, mas que pagar por lo que hice, me importa esconderme y alejarme de todo aquello.

La noche era muy limpia. Se oyo el ulular de una lechuza y una estrella fugaz cayo en veloz diagonal hacia el Oriente. Don Eladio permanecia absorto en los lomos oscuros de las encinas que se extendian bajo el promontorio desde el que las mirabamos.

– Tampoco yo voy a sorprenderle si adivino que suena con frecuencia que vuelve alli, y que tiene derecho a pisar donde piso, a pelear, incluso a poseer a esa mujer -sentencio el anciano, mientras le brillaba la mirada-. Si yo fuera un mentecato le diria que tiene que ir a ganar su batalla al lugar donde esta. Lo que le digo es que mas vale que a uno le destruyan las cosas que reconoce su corazon, y no acabar como un perro, en tierra extrana.

Descubri que en aquel viejo la rabia estaba intacta. Que lo mismo que estaba dandome aquel consejo podia odiarme y me lo haria ver con la misma falta de miramiento. Quiza intentaba enardecerme. Como ultima defensa,

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