esfumarse los cerros ondulados y, mas cerca, las alamedas protegiendo la estancia y entre esas imagenes le parecia vislumbrar, confuso y vago, el resplandor de una mirada que rememoraba en un sueno doloroso.

Blanca no volvio a acercarsele desde que habia sufrido el acceso de panico y sin embargo era la mirada de sus ojos la que banaba el alma del indio. El sentimiento sin nombre lo mantenia despierto en las largas noches, inquietantemente desvelado. Asi fue dejando pasar los dias y, como nadie se ocupaba de el -que iba y venia a su antojo con la eventual compania de Roque-, fue enterandose de los pormenores de su llegada. Aunque el mismo no pudiera precisar como ocurrio, al tiempo de cerrarse las heridas de su cuerpo, fueron suavizandose tambien las asperezas que el odio habia levantado en su alma, bien que el latente resquemor permanecia esperando su revancha.

CAPITULO V

1

Entretanto Bernabe y su compinche habian llegado al Paso donde, luego de presentar el informe sobre el estado de los campos y los caminos de las montanas, como asimismo del incendio que raleara los bosques del lago, se apresuraron a negociar el producto del robo en el unico comercio existente, que desde luego era propiedad de la compania. A las preguntas que les formularon, contestaron vagamente aludiendo a una compra hecha a los indios que se marchaban al norte y el asunto fue olvidado sin mayores inconvenientes. Si Mateo Sandoval llego a enterarse, como era de presumir, nada manifesto a sus hombres, ocupado en otros proyectos mas importantes.

Una manana hizo llamar a Pavlosky, el que fue companero de Bernabe en su viaje al lago. El motivo de la llamada era mas bien trivial, pero cuando el hombre entro en la pieza que le servia de despacho a Sandoval, este se lo quedo mirando detenidamente, con una mirada escrutadora que lo recorria de pies a cabeza. El hombrachon empezo a inquietarse retorciendo entre sus manos nerviosas el peludo gorro, y desviando su mirada fue a detenerla justamente en el unico rincon de la pieza donde nada habia que contemplar. La voz fria y pausada de Sandoval lo saco de su confusion.

– Caramba, Pavlosky, veo que anda muy bien calzado en estos ultimos tiempos. Esas botas le deben costar lo menos cincuenta pesos. ?De donde ha sacado tanto dinero? Porque segun me cuenta el proveedor anda bebiendo fuerte, lo mismo que Bernabe, y pagando contante y sonante.

Las palabras de Sandoval dejaban traslucir una intencion intimidatoria.

– Y… senor… hemos hecho un buen negocio con pieles -respondio vacilante el polaco.

– ?Y puede saberse cuando y donde lo hicieron?

– Cuando fuimos a la cordillera se las compramos a unos indios que se iban al Norte, creo que a las colonias…

– ?Indios… colonias…? ?Hum! Que yo sepa, los indios del Norte no se vienen tan lejos y los de la zona no se han movido de sus toldos… ?no me estara mintiendo, amigo?

– Vea, patron, yo le aseguro que no. Puede preguntarle al capataz -le contesto profundamente alarmado Pavlosky. “Demasiadas preguntas”, pensaba… Y decidio callar.

– ?Te estoy preguntando a vos y es suficiente!… -le atajo Sandoval, con fria colera, bollandole los ojos peligrosamente-. Me vas a decir ya mismo a quien le sacaron las pieles y el caballo vendido en la proveeduria, o te vas a arrepentir de haber pisado estos pagos… ?Vas a hablar o no?

Y como el hombre continuara en su silencio, mas por temor que otra cosa, Sandoval se movio hacia el y sacando el revolver que llevaba al cinto, le grito:

– Habla, desgraciado; o venis, conmigo a dar un paseo bastante desagradable. Sos demasiado zonzo para enganarme… ?se muy bien de donde salieron las pieles, pero sos vos el que me lo va a decir ahora mismo!…

Pavlosky tuvo un gesto de rebelion y exclamo tartajeando en su idioma.

– ?Seguro que el capataz ya le vino con el cuento!

– Habla te digo… -se limito a expresar Sandoval, manteniendolo siempre cubierto con su arma. La cara de Pavlosky reflejaba claramente la lucha que libraba entre la duda, la conveniencia de hablar, y el temor a su patron. Tenia referencias de la crueldad de Sandoval y de que sus amenazas jamas eran en vano. El respeto que inspiraba entre aquellos rudos aventureros, a pesar de su delicada y contenida apariencia, descansaba en hechos de inaudita ferocidad.

– Bueno, patron, yo no voy a andar enganandolo. El cargamento de pieles que trajimos se lo quitamos a un indio solitario que sorprendimos en los bosques.

– ?Y que hicieron del indio? -pregunto Sandoval.

– Y… alli lo dejamos… vivo estaba.

– ?No sabes acaso que si cazaba en tierras de la Compania tenian que habermelo traido y secuestrado las pieles?

– No, patron, le aseguro que no.

– ?Que no vas a saber! Lo que ustedes buscaron fue quedarse con el producto del robo. Porque es un robo, entendelo bien, y seguro que al indio lo mataron para que no hablara -callo un momento, pensativo, agregando despues-: Bueno, ?largo de aqui! Ya arreglare cuentas con ustedes… ?fuera, he dicho!…

Pavlosky se dio vuelta rapidamente, contento de haber salido tan bien del trance, aunque no del todo tranquilo respecto de las intenciones futuras de su patron. Pero este, una vez cerrada la puerta, se rio despaciosamente con abierta satisfaccion, murmurando: “Ahora si que estos se van a saludar con ganas… Creo que sera mejor que me apure a evitar el encuentro antes que hagan una barbaridad”, pero, a pesar de que descontaba que Pavlosky iria derecho a camorrear al capataz por lo que sospechaba una delacion, se mantuvo tensamente calmo. Cuando abrio la puerta para salir, el viento lo inmovilizo un instante. Se encasqueto fuertemente el sombrero y ladeandose se dirigio a la proveeduria, doscientos metros mas alla. Iba pisando fuerte sobre las desiguales piedras de lo que oficiaba de calle y ya cerca del enorme galpon de chapas de zinc y madera, se detuvo contemplando el edificio.

Alli se realizaban los arreglos comerciales, almacenandose provisiones y herramientas de trabajo. Alli se suministraba el alcohol que envenenaba la sangre de los paisanos y encendia en sombria fiesta la de los pobladores. El alcohol era el fuego que consumia sus vidas y sin embargo para los pobladores constituia el unico estimulante capaz de permitirles soportar la ruda existencia de las deshumanizadas mesetas, luchando con el frio, la soledad, la falta de lazos afectivos que dulcificaran la jornada. El boliche, en aquellos parajes de largas noches invernales, era el obligado e inevitable punto de reunion. En ellos se olvidaban los remotos dias felices; se comerciaba, se sonaba y tambien se moria. La ley del mas bravo era la unica ley.

Sandoval no se habia equivocado: frente al mostrador, Bernabe y Pavlosky se median desafiantes. El polaco, hirviendo de colera, apretaba sus gruesos punos, mientras su antiguo compinche y eventual enemigo, mas sereno, buscaba la forma de abatir aquella fuerza ciega.

– ?Traidor! -gritaba Pavlosky-, ?te voy a deshacer los huesos!

Sandoval se corrio a un costado, pasando inadvertido para los que saboreaban la lucha inminente. De improviso, Bernabe se desplazo veloz y, agarrando una banqueta, la esgrimio contra su adversario, quien alcanzo a atajar el golpe cubriendose con los brazos. La madera del banco se rompio en pedazos y con un rugido de rabia el polaco se abalanzo sobre Bernabe asentandole tremendos punetazos. La pelea era seguida alegremente por los parroquianos, que celebraban entusiasmados el gratuito espectaculo. Una botella esquivada a tiempo fue a estrellarse violentamente contra una vidriera, haciendola anicos. Las exclamaciones de burla o incitacion se mezclaban al jadeo de los luchadores. Fuera de aquel apretado circulo, no se escuchaba otro rumor que el viento azotando el vasto galpon. Desde la puerta, Sandoval seguia observando la pelea de sus hombres, dejando vagar por sus labios una sonrisa ironica. Cuando lo creyo oportuno y en el momento en que los rivales rodaban por el suelo, golpeandose con sana, entre un coro de carcajadas y denuestos, lanzo un grito que tuvo la virtud de paralizar las risas y exclamaciones.

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