investigacion.

Feltrinelli no dijo nada.

– Me gustaria que mirase el retrato de un hombre y me dijera si lo conoce o sabe quien es.

Feltrinelli se acerco a la mesa de dibujo, tomo el cigarrillo, le dio una avida calada y lo aplasto en el cenicero con ademan nervioso.

– Yo no doy nombres -dijo.

– ?Como? -pregunto Brunetti, que le habia entendido pero no queria demostrarlo.

– No doy los nombres de mis clientes. Puede usted ensenarme todos los retratos que quiera, pero no reconocere a ninguno, ni se sus nombres.

– No le pregunto por sus clientes, signor Feltrinelli -dijo Brunetti-. Ni me interesa quienes sean. Sospechamos que usted podria saber algo de este hombre, y le agradecere que mire este dibujo y nos diga si lo reconoce.

Feltrinelli se aparto de la mesa y fue a situarse al lado de una ventana pequena de la pared de la izquierda, y Brunetti descubrio entonces por que el mobiliario de la habitacion estaba colocado de aquel modo: la finalidad era desviar la atencion de la ventana y de la fea pared de ladrillo que se levantaba a dos metros de ella.

– ?Y si me niego? -pregunto Feltrinelli.

– ?Si se niega a reconocerle?

– No. Si me niego a mirar el retrato.

No habia aire acondicionado ni ventilador, y la habitacion olia a cigarrillo barato, un olor que Brunetti sentia que le impregnaba la ropa humeda y el pelo.

– Signor Feltrinelli, le pido que cumpla con el deber civico de ayudar a la policia en la investigacion de un asesinato. Por el momento, solo queremos identificar a este hombre. Mientras no lo consigamos, no podremos empezar la investigacion.

– ?Es el que encontraron ayer en el descampado?

– Si.

– ?Y piensan que pueda ser uno de nosotros?

No era necesario que Feltrinelli explicara quienes eran «nosotros».

– Si.

– ?Por que?

– No es necesario que usted sepa eso.

– ?Pero piensan que es un travesti?

– Si.

– ?Y chapero?

– Quiza -respondio Brunetti.

Feltrinelli se aparto de la ventana y cruzo la habitacion hacia Brunetti.

– Dejeme ver el retrato -dijo extendiendo la mano.

Brunetti abrio la carpeta y saco una fotocopia del dibujo. Observo que tenia la palma de la mano humeda y tenida del azul intenso de la carpeta. Entrego el dibujo a Feltrinelli, que lo miro un momento con atencion, luego, con la mano libre, cubrio el nacimiento del pelo, siguio mirando y, finalmente, devolvio la hoja a Brunetti al tiempo que movia la cabeza de derecha a izquierda.

– No; no lo he visto nunca.

Brunetti le creyo. Guardo el dibujo en la carpeta.

– ?Sabe de alguien que pudiera ayudarnos a averiguar quien era este hombre?

– Supongo que preguntaran a todos los que tenemos antecedentes- dijo Feltrinelli, en actitud menos beligerante.

– Si. No tenemos forma de abordar a otras personas.

– Supongo que se refiere a aquellos de nosotros que aun no han sido arrestados -dijo Feltrinelli, y pregunto-: ?Tiene otro ejemplar del dibujo?

Brunetti saco el papel de la carpeta y se lo dio. Luego le entrego tambien una tarjeta.

– Puede llamar a la questura de Mestre. Pregunte por mi o por el sargento Gallo.

– ?Como lo mataron?

– Lo dice el periodico de la manana.

– No leo periodicos.

– Lo mataron a golpes.

– ?En el descampado?

– Eso no puedo decirselo.

Feltrinelli se aparto, dejo el retrato encima de la mesa de dibujo y encendio otro cigarrillo.

– Esta bien -dijo regresando junto a Brunetti-. Ya tengo el retrato. Lo ensenare por ahi y, si descubro algo, les llamare.

– ?Es usted arquitecto, signor Feltrinelli?

– Si. Es decir, tengo la laurea d'architettura. Pero estoy sin trabajo.

Senalando con el menton el papel vegetal del tablero, Brunetti pregunto:

– Pero esta trabajando en un proyecto, ?no?

– Solo para distraerme, comisario. Me despidieron.

– Lo siento.

Feltrinelli hundio las manos en los bolsillos y alzo la cara hacia Brunetti. Con voz perfectamente serena, dijo:

– Estaba en Egipto, trabajando para el gobierno en unos proyectos de viviendas sociales. Un dia, se ordeno que todos los extranjeros debian someterse anualmente a analisis de sangre, para saber si eran portadores del sida. El ano pasado di seropositivo, y fui despedido y deportado.

Brunetti no dijo nada, y Feltrinelli prosiguio:

– Cuando llegue a Italia, busque trabajo, pero, como usted debe de saber, aqui los arquitectos abundan tanto como las uvas en tiempo de vendimia. Asi pues -se interrumpio, como buscando la manera de expresarlo-, decidi cambiar de profesion.

– ?Se refiere a la prostitucion?

– En efecto.

– ?Y no le preocupa el riesgo?

– ?El riesgo? -pregunto Feltrinelli y casi repitio la sonrisa que habia dedicado a Brunetti cuando le abrio la puerta. Brunetti no dijo nada-. ?El riesgo de pillar el sida? -pregunto innecesariamente.

– Si.

– Para mi ese riesgo ya no existe -dijo Feltrinelli dando la espalda a Brunetti. Volvio a la mesa de dibujo y tomo el cigarrillo-, Por favor, cierre la puerta al salir, comisario.

Y Feltrinelli se sento e inclino sobre el tablero.

8

Brunetti salio al sol y al ruido de la calle, y entro en un bar que estaba a la derecha del portal. Pidio un vaso de agua mineral y luego otro. Cuando casi habia terminado el segundo vertio el resto del agua en el panuelo y froto inutilmente el tinte azul de la palma de la mano.

?Era un acto criminal que un portador del sida practicara el sexo? ?Sin tomar precauciones? Hacia tanto tiempo que la policia habia dejado de tratar la prostitucion como delito que a Brunetti le resultaba dificil considerarlo asi. Pero sin duda, todo individuo seropositivo, que, consciente de su estado, practicara el acto sexual sin tomar precauciones cometia un delito, aunque era posible que en esto la ley fuera a remolque de la realidad y que tal proceder no se considerara ilegal. Al advertir la perversion moral a que podia dar lugar este vacio legal, el comisario pidio un tercer vaso de agua y busco el siguiente nombre de la lista.

Francesco Crespo vivia a solo cuatro bocacalles de Feltrinelli, pero era como si estuviera en otro planeta. Su

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