Y todos nos alegramos especialmente de que en esta ocasion haya sido una ninita. -Un pitido sono medio ahogado bajo la fila de ropa de abrigo que colgaba de un perchero-. El telefono movil -apunto mecanicamente-. Dam-di-rum-ram.

Yngvar Stubo se levanto y se puso a palpar freneticamente las chaquetas y los abrigos que colgaban en un caos hasta encontrar lo que estaba buscando.

– Hola -dijo con escepticismo-. Aqui Stubo.

Tranquilamente, Kristiane se volvio a quitar la ropa. Primero el gorro, despues el abrigo.

– Un momento -dijo Yngvar al aparato-. ?Kristiane! No… Espera un poco.

– No.

La chiquilla ya se lo habia quitado casi todo. Solo le quedaban la camiseta y las braguitas rosas. El leotardo se lo puso en la cabeza.

– Ni hablar -dijo Yngvar Stubo-. Tengo quince dias de baja por paternidad. Llevo despierto mas de veinticuatro horas, Sigmund. Por Dios, hace menos de cinco horas que ha nacido mi nina y ya…

Kristiane se coloco las piernas del leotardo como si fueran largas trenzas que bajaban por su tripita.

– Pipi Calzaslargas -dijo alegremente-. Tarari tarara.

– No -dijo Yngvar tan cortante que Kristiane pego un respingo y rompio a llorar-. Estoy de baja. He tenido una hija. Yo…

El llanto de la nina se convirtio en aullidos. Yngvar no conseguia acostumbrarse a los broncos sollozos de la criatura.

– Kristiane -dijo abatido-. No estoy enfadado contigo. Hablo con… ?Hola? No puedo. Por muy espectacular que sea todo el asunto, no puedo abandonar a mi familia en estos momentos y ya esta. Adios. Suerte.

Cerro la tapa de un golpe y se sento en el suelo. Hacia ya rato que deberian estar en el hospital.

– Kristiane -repitio-. Mi pequena Pipi. ?No podrias ensenarme al senor Nilson?

No se le ocurrio la mala idea de abrazarla, sino que se puso a silbar. Jack se tumbo en su regazo y se echo a dormir. Bajo la boca abierta, una mancha de humedad se fue entendiendo por el muslo de su pantalon. Yngvar tarareo y canturreo y entono todas las canciones infantiles que consiguio recordar. Pasados cuarenta minutos, el llanto de la nina se acallo. Sin mirarlo, Kristiane se quito los leotardos de la cabeza y empezo a vestirse lentamente.

– Ya es hora de visitar a la heredera al trono -dijo sin tono en la voz.

El telefono movil habia sonado siete veces.

Yngvar lo apago vacilante, sin escuchar el contestador.

Transcurridos ocho dias era obvio que la policia no habia avanzado un solo paso. Cosa que no le sorprendia.

Los periodicos de Internet son desastrosos, penso la mujer, sentada ante el ordenador portatil. Al no haberse tomado la molestia de contratar una conexion local, navegar le resultaba sangrantemente caro. Se estaba agobiando al pensar en el dinero que iba desapareciendo mientras ella esperaba la respuesta de una parsimoniosa linea analogica que se mostraba reticente en la conexion con Noruega. Obviamente podia irse al Chez Net. Cobraban cinco euros por cuarto de hora y tenian banda ancha. Desgraciadamente el sitio estaba desagradablemente lleno de australianos borrachos y britanicos ruidosos, incluso ahora en invierno. Pasaba, por lo menos por ahora.

Era sorprendente lo poco que habia llamado la atencion el asesinato los primeros dias. La nina de la realeza llenaba ella sola todo el circo mediatico. El mundo verdaderamente queria que lo enganaran.

Pero ahora, por fin, habian empezado a cubrir la noticia.

La mujer, sentada ante el ordenador, no soportaba a Fiona Helle, simple y llanamente. Sus sentimientos, por supuesto, eran de una inquietante correccion politica, pero asi iba a tener que ser. Los periodicos usaban la expresion «apreciada por la gente». Ciertamente, ya que mas de un millon de personas seguian sus programas, todos y cada uno de los sabados durante cinco temporadas consecutivas. Ella no habia visto mas que un par de ellos, justo antes de marcharse. Mas que suficiente para constatar que, por una vez, iba a tener que estar de acuerdo con el modo en que la elite cultural, tan insoportablemente arrogante como de costumbre, calificaba ese tipo de entretenimiento. De hecho, fue uno de esos agresivos analisis, un articulo en el periodico Aftenposten, escrito por un catedratico de sociologia, el que hizo que una noche de sabado se sentara ante la pantalla y desperdiciara una hora y media con Fiona en faena.

Claro, que tampoco fue en balde. Hacia siglos que nada la provocaba tanto. O los participantes eran idiotas o eran profundamente infelices. Pero dificilmente se les podia reprochar ninguna de las dos cosas. Fiona Helle, en cambio, era una mujer calculadora y de exito, que ni siquiera era consecuente con su populismo, ya que entraba en el estudio engalanada con ropa de diseno comprada muy lejos de H &M. Sonreia sin pudor a la camara mientras aquellas pobres criaturas revelaban sus suenos sin esperanza, sus falsas expectativas y desde luego tambien, su extremadamente limitada inteligencia. Prime time.

La mujer que se levanto de la mesa y se puso a dar vueltas por un salon ajeno sin saber exactamente lo que queria no participaba en el debate publico. Pero tras un episodio de Fiona en faena se vio tentada de hacerlo. Cuando llevaba ya escrita media encendida carta al director, tuvo que sonreir e ironizar sobre si misma antes de borrar el documento. Habia pasado el resto de la noche alterada. El sueno se negaba a llegar y, para colmo, se permitio consumir un par de horrorosas peliculas nocturnas de TV3, de las que de todos modos saco cierto provecho, segun creia recordar.

Sentirse provocada era al menos una forma de emocion.

Y su forma de expresion no eran las cartas al director de Dagbladet.

Manana iria a Niza para buscar prensa noruega.

Capitulo 2

Era de noche en Tasen. En la casa vivian dos familias, una en el primer piso y la otra en el segundo. En la calleja tras la valla del fondo del jardin habia tres tristes farolas. Hacia mucho que la furia de los ninos habia reventado las bombillas con bolas de nieve dura. El vecindario parecia tomarse en serio el llamamiento al ahorro de electricidad. El cielo estaba claro y negro. Hacia el noreste, sobre el cerro de Grefsen, Inger Johanne veia una constelacion de estrellas que le parecia reconocer. Le produjo la sensacion de estar bastante sola en el mundo.

– ?Estas otra vez aqui? -pregunto Yngvar, abatido.

Estaba bajo el marco de la puerta de la entrada y se rascaba la entrepierna con gesto somnoliento. Los calzoncillos se le cenian a los muslos. Sus hombros desnudos eran tan anchos que casi rozaban el marco de la puerta.

– Si, aqui estoy…

– ?Cuanto tiempo vas a seguir asi, bonita?

– No lo se. Vuelvete a acostar, anda.

Inger Johanne se giro de nuevo hacia la ventana. El cambio entre la vida en un piso y una zona residencial habia sido mayor de lo esperado. Estaba acostumbrada al lamento de las tuberias, al llanto de bebe arraigado en las paredes, a los adolescentes peleandose y al sonido del televisor de la senora del primero, que realmente oia mal y con frecuencia se quedaba dormida viendo los programas nocturnos. En un piso se podia hacer cafe en mitad de la noche, escuchar la radio, mantener una conversacion, incluso. Aqui casi no se atrevia a abrir la nevera. El olor del meado de Yngvar impregnaba el bano todas las mananas, le habia prohibido molestar a los vecinos de abajo tirando de la cadena antes de las siete.

– Andas por aqui de puntillas -dijo el-. ?No podrias al menos sentarte un rato?

– No hables tan alto -dijo Inger Johanne en voz baja.

– Dejalo ya. Tampoco es para tanto. ?Tu estas acostumbrada a tener vecinos, Inger Johanne!

– Si, muchos. Mas o menos anonimos. Aqui es como si estuvieramos demasiado pegados. Al estar solo ellos y nosotros es como si… No se.

– Pero ?si es una alegria tener ahi a Gitta y a Samuel! ?Por no decir al pequeno Leonard! Si no fuera por el,

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