Michael Peinkofer

Las puertas del infierno

Sarah Kincaid III

Traduccion de Lidia Alvarez Grifoil

Titulo original: Am Ufer des Styx

A las personas mas audaces

que conozco, Alois y Hedwig

Prologo

Palacio de Alejandria, enero del ano 246 a. C.

Los gritos se hicieron mas debiles.

El hombre que los proferia seguia aferrandose con todas sus fuerzas a la vida. Pero cada vez respiraba mas laboriosamente y sus gritos se fueron transformando en un angustioso jadeo.

Al otro lado de las columnas que limitaban el aposento por el noroeste se divisaba el puerto de Alejandria, dominado por el gran faro, simbolo del poder ptolemaico, que podia verse desde muy lejos. Sin embargo, ese poder se habia desmoronado y, mientras la actividad comercial proseguia en el puerto, mientras se desembarcaban y se despachaban mercancias, mientras marineros, artesanos, esclavos y prostitutas se dedicaban a sus queaceres, el soberano de ese centro de comercio y progreso, de ciencia y cultura, pero tambien de infamia y decadencia moral, agonizaba.

– Ar… Arsinoe -susurro Ptolomeo en un resuello, y alargo sus manos huesudas y adornadas con anillos de oro como si buscara algo-. Mi amada esposa y hermana… ?Donde esta?

Los hombres que rodeaban el lecho de su soberano, generales con amplias capas y cortesanos con vestimentas largas y holgadas, intercambiaron miradas de consternacion.

– La… La reina ya no vive -explico uno de ellos finalmente-. Se os anticipo, senor, hace muchos anos.

Un nuevo jadeo salio del cuerpo del rey. En los ojos enrojecidos de Ptolomeo centelleo un brillo de comprension; y un instante de clarividencia retiro el velo que la muerte cercana habia tendido sobre su espiritu.

– Me… me dejo una cosa -mascullo con esfuerzo-. Una redoma… Una redoma de cristal azul…

– Vuestra divinidad ya ha mandado a por ella -le recordo discretamente el cortesano-. Un criado ya ha abandonado vuestros aposentos para ir a buscar la redoma.

– Lie… de beber… el contenido -susurro Ptolomeo entre dos severos ataques de tos que sacudieron su fragil cuerpo-. El legado de Arsinoe me salvara la vida, por el bien de Egipto y la gloria de Alejandria…

El cortesano enarco las cejas. No solo porque con el sobrino del rey moribundo ya tenian asegurado un digno sucesor al trono y, por lo tanto, no habia ninguna necesidad de aferrarse al antiguo, sino tambien porque se preguntaba como era posible que un soberano a quien en vida no le habia importado la ley, que habia contraido matrimonio con su propia hermana y se habia hecho venerar como sucesor de Osiris, temiera tanto la muerte…

Ptolomeo tosio de nuevo. Un esputo sanguinolento humedecio la sabana blanca y anuncio el fin inminente del soberano, pero el viejo seguia aferrandose a la esperanza de que seguiria con vida y reinaria eternamente.

– ?Josefo? -susurro-. Mi buen Josefo.

– ?Si, mi senor?

Un hombre enjuto, con barba, y cabello largo y cano que sujetaba con una cinta de cuero cenida a la frente, se adelanto. En una mano sostenia una tabla de madera sobre la cual habia un papiro extendido; en la otra, una pluma.

– De todos los escribas y sabios de la corte tu siempre has sido mi predilecto.

– Os lo agradezco, senor.

– Se que me odiaste por no haberte permitido regresar despues de que tu y los tuyos concluyerais el trabajo y trajeseis las palabras de tu Dios a la lengua de los sabios…

El escriba no replico. En otros tiempos, ese silencio elocuente habria merecido latigazos o incluso la muerte. Pero, en sus ultimas horas, Ptolomeo Filadelfo parecia indulgente.

– Lo se, viejo amigo -dijo el rey-. Por eso debes saber que te libero de mi servicio.

– ?Senor?

– Eres libre de regresar a tu tierra y con tu Dios, si lo deseas. Sin embargo, antes te pido un favor.

– ?Si, senor?

– Haz de escriba para mi una ultima vez y anota para la posteridad lo que veas. -En la mirada aterrorizada del soberano agonizante se encendio una chispa-. Ocurriran milagros, amigo mio. Milagro tras milagro, y mis adversarios comprenderan que fue una insensatez alzarse contra mi. Antigonos, aquel infame advenedizo, esta muerto, pero yo no pienso seguirlo en el camino hacia el oscuro Hades. Jamas, ?me oyes? Jamas…

Con sus ultimas fuerzas encabritadas, Ptolomeo se habia medio incorporado del lecho. Con su huesuda mano derecha habia agarrado el dobladillo de la tunica de Josefo y miraba al escriba tan profundamente a los ojos que este alcanzo a reconocer la locura en ellos.

En ese instante aparecio el criado a quien habian mandado a buscar la redoma. Llevaba un cojin de seda en las manos sobre el cual reposaba una modesta vasija de cristal azul.

A pesar de su estado, Ptolomeo lanzo un chillido triunfal.

– ?Vida eterna! -grito, antes de ordenar a su criado de camara que destapara el frasco sellado con cera y se lo acercara a los labios.

El liquido que contenia le humedecio la lengua y el paladar, y Ptolomeo se lo bebio avidamente. Apenas habia tragado lo que aun quedaba en la botella despues de tanto tiempo, lo atenazo una tos grave que hizo temblar su fragil figura.

Los cortesanos y los generales intercambiaron de nuevo miradas elocuentes mientras se preguntaban cuanto duraria aun la lucha contra la muerte que libraba su soberano, que habia reinado durante un periodo tan largo y lleno de vicisitudes. Se acerco otro criado para recostar la cabeza rapada de Ptolomeo sobre un cojin limpio, pero el ataque de tos del rey no ceso. Se retorcia en busca de aire entre jadeos y temblores. Se llevo la mano cubierta de anillos de oro al cuello mientras sufria salvajes convulsiones y sus ojos casi se salian de las orbitas.

En ese instante, los palaciegos de Ptolomeo comprendieron que aquel ataque de

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