Sentado en la parte trasera de un taxi, con la maleta a sus pies y un paquete bajo el brazo, Mathias no comprendia nada de lo que le decia el chofer. Por educacion, le respondia con un si o con un no timido, al tiempo que intentaba interpretar su mirada en el retrovisor. Al subir, habia escrito la direccion a la que iba en el dorso de su billete de tren, y se habia puesto en manos de aquel hombre que, a pesar de un problema de comunicacion flagrante y de un volante colocado en el lado erroneo, le parecia, no obstante, de toda confianza.

El sol aparecia al fin por entre las nubes, y sus rayos iluminaban el Tamesis, convirtiendo las aguas del rio en un largo lazo plateado. Al atravesar el puente de Westminster, Mathias descubrio el contorno de la abadia en la orilla opuesta. En la acera, una joven pegada al parapeto, con un microfono en la mano, recitaba su texto frente a una camara.

– Cerca de cuatrocientos mil compatriotas nuestros habrian cruzado La Mancha para venir a instalarse a Inglaterra.

El taxi dejo atras a la periodista y se adentro en el corazon de la ciudad.

Tras su mostrador, un viejo senor ingles ordenaba algunos papeles en una plegadera de cuero estropeada por el paso del tiempo. Miro a su alrededor e inspiro profundamente antes de volver a su trabajo. Acciono con cuidado el mecanismo de apertura de la caja registradora y escucho el tintineo delicado de la pequena campanilla cuando se abrio el carro de monedas.

– Cielos, como voy a echar de menos este ruido -dijo.

Paso la mano por debajo de la antigua maquina y acciono un resorte que libero de sus railes el carro de la caja. Lo coloco sobre un taburete que no estaba lejos de el. Se inclino para coger un librito con tapas rojas y gastadas del fondo del enclave. La novela estaba firmada por P. G. Wodehouse. El viejo senor ingles, que respondia al nombre de John Glover, olisqueo el libro y lo apreto contra el. Se puso a hojearlo con una atencion que rayaba en la ternura. Despues, lo coloco bien a la vista en el unico estante que no estaba envuelto, y volvio detras del mostrador. Cerro de nuevo su portafolio y se puso a esperar con los brazos cruzados.

– ?Todo va bien, senor Glover? -pregunto Antoine a la vez que miraba su reloj.

– Si fuera mejor, seria casi indecente -respondio el viejo librero.

– No deberia tardar mucho mas.

– A mi edad, los retrasos en una cita inevitable solo suponen buenas noticias -repuso Glover en un tono forzado.

Un taxi se paro frente a la acera. La puerta de la libreria se abrio, y Mathias se lanzo a los brazos de su amigo. Antoine carraspeo y senalo con la mirada al anciano senor que lo esperaba al fondo de la libreria, a diez pasos de el.

– Ah, si, ahora comprendo mejor lo que significa para ti «pequeno» -susurro Mathias a la vez que miraba a su alrededor.

El viejo librero se levanto y le tendio una mano franca a Mathias.

– El senor Popinot, supongo -dijo el en un frances casi perfecto.

– Llameme Mathias.

– Me hace muy feliz recibirle aqui, senor Popinot. Probablemente, al principio, le costara acostumbrarse al sitio; el lugar puede parecer pequeno, pero el alma de esta libreria es inmensa.

– Senor Glover, no me llamo Popinot.

John Glover le tendio el viejo portafolio a Mathias y lo abrio ante el.

– En el bolsillo central encontrara todos los documentos firmados por el notario. Tenga cuidado con el cierre, despues de setenta anos, es extranamente caprichoso.

Mathias cogio la carpeta y le dio las gracias a su anfitrion.

– Senor Popinot, ?puedo pedirle un favor, un favorcillo de nada, que me llenaria de alegria?

– Con gran placer, senor Glover -respondio Mathias dubitativo-, pero permitame insistir, no me llamo Popinot.

– Como usted quiera -repuso el librero en tono condescendiente-. ?Podria preguntarme si, por alguna remota casualidad, dispongo en mis estantes de un ejemplar de Inimitable Jeeves?

Mathias se volvio hacia Antoine para buscar en los ojos de su amigo alguna explicacion. Antoine se limito a encogerse de hombros. Mathias carraspeo y miro a John Glover de la manera mas seria del mundo.

– ?Senor Glover, tendria usted por alguna remota casualidad un libro cuyo titulo es Inimitable Jeeves, por favor?

El librero se dirigio con paso decidido hacia el estante que no estaba envuelto, cogio el unico ejemplar que habia sobre el y se lo ofrecio con orgullo a Mathias.

– Como usted constatara, el precio indicado en la cubierta es de media corona; dado que ya no es moneda de curso legal, y para que esta sea una transaccion entre caballeros, he calculado que la suma a la que corresponderia seria la de cincuenta peniques, si usted esta de acuerdo, desde luego.

Desconcertado, Mathias acepto la propuesta, y Glover le entrego el libro. Antoine le dio a su amigo los cincuenta peniques, y el librero decidio que habia llegado el momento de mostrar el local al nuevo gerente.

Aunque la libreria apenas ocupaba sesenta y dos metros cuadrados, contando la superficie ocupada por las bibliotecas y la minuscula trastienda, la visita duro sus treinta buenos minutos. Durante todo ese tiempo, Antoine tuvo que soplarle a su mejor amigo las respuestas a las preguntas que continuamente le planteaba el senor Glover cuando abandonaba el frances para retomar su lengua natal. Despues de ensenarle el buen uso de la caja registradora, y sobre todo como desbloquear el tirador de la caja cuando el resorte hacia de la suyas, el viejo librero le pidio a Mathias que lo acompanara para cumplir con una tradicion, lo que el hizo de buena gana.

Bajo el umbral de la puerta, y no sin demostrar una cierta emocion, pues una sola vez no hacia un habito, el senor Glover abrazo a Mathias y lo apreto contra el.

– He pasado toda mi vida en este lugar -dijo el.

– Lo cuidare bien, tiene usted mi palabra de honor -respondio Mathias con solemnidad y sinceridad.

El viejo librero se acerco a su oreja.

– Acababa de cumplir veinticinco anos y no pude celebrarlos, puesto que mi padre tuvo la lamentable idea de morir el dia de mi cumpleanos. Debo confesarle que nunca acabe de entender su sentido del humor. A la manana siguiente, tuve que hacerme cargo de su libreria, que, en la epoca, era inglesa. El libro que usted tiene en las manos es el primero que vendi. Teniamos dos ejemplares, y conserve este tras jurarme que no me separaria de el hasta que me jubilara. ?Como he amado mi profesion! Estar rodeado de libros y acompanado todos los dias por los personajes que viven en sus paginas… Cuide bien de ellos.

El senor Glover miro por ultima vez la obra de tapas rojas que Mathias tenia en sus manos y le dijo con una sonrisa en los labios:

– Estoy seguro de que Jeeves velara por usted.

Saludo a Mathias y se fue.

– ?Que te ha dicho? -pregunto Antoine.

– Nada -respondio Mathias-. ?Puedes vigilar la tienda un segundo?

Y antes de que Antoine respondiera, Mathias se precipito a la calle tras los pasos del senor Glover. Alcanzo al viejo librero al final de Bute Street.

– ?Que puedo hacer por usted? -pregunto este ultimo.

– ?Por que me habeis llamado Popinot?

Glover miro a Mathias con ternura.

– Deberia adoptar el habito de no salir jamas en esta epoca sin paraguas. El tiempo no es tan malo como se dice, pero en esta ciudad la lluvia empieza a caer sin avisar.

El senor Glover abrio su paraguas y se alejo.

– Me habria encantado conocerlo, senor Glover. Estoy orgulloso de ser su sucesor -grito Mathias.

El hombre del paraguas se volvio y sonrio a su interlocutor.

– Si hay algun problema, encontrara en el fondo de la caja registradora el numero de telefono de la casita de Kent donde me voy retirar.

La elegante silueta del viejo librero desaparecio al volver la esquina. La lluvia empezo a caer. Mathias levanto la mirada y observo el cielo encapotado. Oyo a su espalda los pasos de Antoine.

– ?Que querias de el? -pregunto Antoine.

– Nada -respondio Mathias, a la vez que cogia su paraguas.

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