– ?Que tal marcha el estudio?

– Aparte de los problemas con tus clientes parisienses, todo va mas o menos bien. Maureen vuelve de vacaciones dentro de dos semanas, te ha dejado una nota en el despacho, esta impaciente por verte.

Mientras duraron las obras de Paris, Arthur y su ayudante hablaban varias veces al dia, y ella habia administrado todos los asuntos pendientes.

Paul estuvo a punto de pasarse la salida de la autopista y trazo una nueva diagonal en busca de la carretera que comunicaba con la calle Tres. Un concierto de bocinazos saludo su peligrosa maniobra.

– Lo siento -dijo, mirando por el retrovisor.

– Oh, no te preocupes; una vez has conocido la plaza de l'Etoile, ya no te da miedo nada.

– ?Que es?

– El mayor circuito de autos de choque del mundo. ?Y es gratis!

Arthur habia aprovechado el semaforo del cruce de Van Ness Avenue para abrir la capota electrica. La tela se replego con un chirrido terrible.

– No consigo separarme de el -dijo Paul-, tiene un poco de reumatismo, pero este coche sabe aguantar.

Arthur bajo la ventanilla y olisqueo el aire que venia del mar.

– ?Que tal Paris? -pregunto Paul, lleno de entusiasmo.

– ?Muchos parisienses!

– ?Y las parisienses?

– ?Tan elegantes como siempre!

– ?Y tu y las parisienses? ?Has tenido aventuras? – Arthur hizo una pausa antes de responder.

– No me he hecho cura, si ese es el sentido de tu pregunta.

– Me refiero a historias serias. ?Te has enamorado?

– ?Y tu? -pregunto Arthur.

– ?Soltero!

El Saab giro por Pacific Street para subir hacia el norte de la ciudad. En el cruce de Fillmore, Paul aparco junto a la acera.

– Ya esta, este es tu nuevo home, sweet home; espero que sea de tu agrado, pero si no te encuentras a gusto siempre podemos arreglarlo con la inmobiliaria. No es sencillo elegir por otra persona…

Arthur lo interrumpio: le gustaria el sitio, estaba seguro de ello.

Atravesaron el vestibulo del pequeno inmueble cargados con el equipaje. El ascensor los llevo hasta el tercer piso. En el pasillo, al pasar por delante del apartamento 3B, Paul le dijo que habia conocido a su vecina, «una belleza», susurro mientras hacia girar la llave en la cerradura de la puerta de enfrente.

Desde el salon, la vista abarcaba los tejados de Pacific Heights. La noche estrellada entraba en la habitacion. Los empleados de la empresa de mudanzas habian dispuesto sin orden ni concierto los muebles llegados de Francia y subido la mesa de dibujo, que estaba frente a la ventana. Las cajas de libros estaban vacias y su contenido ya adornaba las estanterias de la biblioteca.

Arthur enseguida desplazo el mobiliario, reorientando el sofa de cara a la cristalera y empujando uno de los dos sillones hacia la pequena chimenea.

– Veo que sigues siendo tan quisquilloso como siempre.

– Esta mejor asi, ?no?

– Esta perfecto -contesto Paul-. ?Te gusta ahora?

– ?Me siento como en casa!

– ?Aqui estas, de vuelta en tu ciudad, en tu barrio y, con un poco de suerte, en tu vida!

Paul lo acompano a las demas habitaciones. El dormitorio era grande y ya estaba amueblado con una gran cama, dos mesitas de noche y una comoda. Un rayo de luna se filtraba por la ventanita del cuarto de bano contiguo y Arthur la abrio de inmediato; habia una hermosa perspectiva.

A Paul le exasperaba tener que dejarle la noche misma de su llegada, pero tenia aquella cena de trabajo; el estudio concursaba en un importante proyecto.

– Hubiera querido acompanarte -dijo Arthur.

– ?Con esa cara de desfase horario? ?Prefiero que te quedes en casa! Pasare a buscarte manana y te llevare a comer. – Paul estrecho a Arthur entre sus brazos y le repitio hasta que punto se alegraba de que hubiera vuelto. Al salir del cuarto de bano, se dio la vuelta y senalo las paredes de la estancia.

– ?Ah! Y en este apartamento hay una cosa formidable en la que aun no has reparado.

– ?Que es? -pregunto Arthur.

– ?No hay ni un solo cuadro!

En el corazon de San Francisco, un rutilante Triumph verde circulaba a toda velocidad por Potrero Avenue. John Mackenzie, el vigilante del aparcamiento del San Francisco Memorial Hospital, dejo su periodico. Reconocia aquel ruido de motor tan especial que hacia el coche de la joven medica en cuanto franqueaba la interseccion de la calle Veintidos. Los neumaticos del cabriole chirriaron delante de su garita. Mackenzie bajo de su taburete y miro el capo, encajado debajo de la barrera casi hasta la altura del parabrisas.

– ?Tiene que operar de urgencias al decano, o esto lo hace para ponerme nervioso? -pregunto el vigilante, sacudiendo la cabeza.

– Una pequena descarga de adrenalina no puede hacerle ningun dano a su corazon; deberia agradecermelo, John. ?Me deja entrar ahora, por favor?

– No tiene guardia esta noche, no hay ninguna plaza reservada para usted.

– Me he olvidado un manual de neurocirugia en la taquilla. ?Es solo un minuto!

– Entre su trabajo y este bolido, acabara matandose, doctora. La 27, al fondo a la derecha, esta libre.

Lauren le dio las gracias con una sonrisa, la barrera se elevo y ella apreto de inmediato el acelerador, provocando un nuevo chirrido de neumaticos. El viento le levanto varios mechones de pelo, descubriendo en su frente la cicatriz de una antigua herida.

Solo en el salon, Arthur se iba familiarizando con el lugar. Paul habia instalado una pequena cadena estereo en una de las estanterias de la biblioteca.

Encendio la radio y se ocupo en desempaquetar las ultimas cajas apiladas en un rincon. Sono el timbre de la puerta y Arthur atraveso el pasillo. Una anciana encantadora le tendio la mano.

– ?Soy Rose Morrison, su vecina!

Arthur le propuso que entrara, pero ella declino la invitacion.

– Me encantaria charlar con usted -le dijo-, pero tengo una noche muy apretada. En fin, vamos a aclarar las cosas: nada de rap, nada de techno, de vez en cuando algo de rythm amp; blues, pero unicamente del bueno, y en cuanto al hip Hop, ya veremos. Si necesita cualquier cosa, llame a mi puerta; e insista un poco: ?estoy sorda como una tapia!

La senora Morrison volvio a atravesar el pasillo enseguida Arthur, divertido, se quedo unos instantes en el rellano antes de ponerse otra vez manos a la obra.

Una hora mas tarde, los calambres en el estomago le recordaron que no habia ingerido nada desde la comida en el avion. Abrio el frigorifico sin grandes esperanzas y descubrio con sorpresa una botella de leche, una barrita de mantequilla, un paquete de tostadas, una bolsa de pasta fresca y una notita de Paul deseandole buen provecho.

El vestibulo de Urgencias estaba a reventar. Camillas, sillas de ruedas, sillones, bancos… Hasta el menor espacio estaba ocupado. Detras de los cristales de recepcion, Lauren consultaba la lista de ingresos. Apenas habia tiempo de borrar de la gran pizarra blanca el nombre de los pacientes que ya habian recibido tratamiento, cuando otros los reemplazaban.

– ?Se ha producido un terremoto y no me he enterado? -le pregunto a la recepcionista con ironia.

– Tu llegada es providencial: estamos desbordados.

– ?Ya lo veo! ?Que ha ocurrido? -quiso saber Lauren.

– Un remolque se ha desenganchado de un camion y ha terminado en el escaparate de un supermercado. Veintitres heridos, diez de ellos graves. Siete estan en las cabinas detras de mi, tres en el escaner, y he avisado a

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