Henning Mankell

Asesinos sin rostro

Titulo original: Mordaew utan ansikte

© de la traduccion: Dea M. Mansten y Amanda Monjonell Mansten, 2001

1

Al despertarse tiene la certeza de que ha olvidado algo. Algo que ha sonado durante la noche. Algo que debe recordar. Lo intenta. Pero el sueno parece un agujero negro. Un pozo que no revela nada de su contenido.

«Al menos no he sonado con los toros», piensa. «De haberlo hecho, estaria empapado como si hubiera sudado de fiebre durante la noche. Esta noche los toros me han dejado en paz.»

Permanece quieto en la cama, a oscuras, escuchando. La respiracion de su esposa es tan debil que casi resulta imperceptible.

«Cualquier manana yacera muerta a mi lado, sin que yo me haya dado cuenta», piensa. «O yo. Uno de los dos morira antes que el otro. Cualquier amanecer supondra que uno de los dos se ha quedado solo.»

Mira el reloj que hay en la mesilla de noche. Las agujas brillan y senalan las cinco menos cuarto.

«?Por que me he despertado?», piensa. «Siempre duermo hasta las cinco y media. Asi ha sido durante mas de cuarenta anos. ?Por que me he despertado ahora?»

Escucha en la oscuridad y de pronto descubre que esta completamente despierto.

Hay algo diferente. Algo que ha dejado de ser como era. Busca a tientas, cuidadosamente, la cara de su esposa. Con las yemas de los dedos nota su calor. O sea que no es ella quien ha muerto. Aun no se ha quedado solo ninguno de los dos.

Escucha en la oscuridad.

«La yegua», piensa. «No relincha. Por eso me he despertado. Suele relinchar por la noche. La oigo sin despertarme y en mi subconsciente se que puedo seguir durmiendo.»

Con mucho cuidado se levanta de la chirriante cama. La han usado durante cuarenta anos. Fue el unico mueble que compraron al casarse y sera la unica cama que tendran en su vida.

Cuando va hacia la ventana por el suelo de madera, siente dolor en la rodilla izquierda.

«Estoy viejo», piensa. «Viejo y gastado. Todas las mananas al despertarme me sorprende constatar que ya tengo setenta anos.»

Contempla la noche invernal. Es el 8 de enero de 1990 y aun no ha nevado en Escania. La lampara exterior de la puerta de la cocina vierte su luminosidad en el jardin, sobre el castano sin hojas y los campos lejanos. Con los ojos entornados mira hacia la granja de sus vecinos, los Lovgren. La casa blanca, baja y alargada esta a oscuras. En la cuadra, situada perpendicularmente a la vivienda, hay una tenue luz amarilla encima de la puerta negra. Alli esta la yegua en su box y alli, por las noches, inesperadamente, suele relinchar de angustia.

Escucha en la oscuridad. Detras de el, la cama rechina.

– ?Que haces? -murmura su esposa.

– Duerme, duerme -le contesta-. Estoy estirando un poco las piernas.

– ?Te duelen?

– No.

– ?Pues duerme! No vaya a ser que te resfries.

Oye como su mujer se da la vuelta en la cama.

«Una vez nos amamos», piensa. Pero rehuye su propio pensamiento. «Es una palabra demasiado bonita. Amar. No es para gente como nosotros. Un hombre que ha sido granjero durante mas de cuarenta anos y que se ha doblegado sobre el espeso barro de Escania no usa la palabra amar cuando habla de su esposa. En nuestra vida el amor ha sido algo muy distinto…»

Observa la casa de sus vecinos, aguza la vista, intenta atravesar la oscuridad de la noche invernal.

«Relincha», piensa. «Relincha en tu box para que sepa que todo esta como de costumbre. Para que pueda meterme bajo el edredon un ratito mas. El dia de un granjero jubilado y baldado ya es bastante largo y aburrido.»

De pronto descubre que se ha quedado mirando la ventana de la cocina de sus vecinos. Nota algo diferente. A lo largo de todos estos anos ha echado de vez en cuando una mirada a esa ventana y ahora hay algo que de repente parece distinto. ?O es la oscuridad lo que lo confunde? Cierra los ojos y cuenta hasta veinte para descansar la vista. Despues mira la ventana otra vez y esta seguro de que esta abierta. Esa ventana siempre ha estado cerrada por las noches. Y la yegua no ha relinchado…

La yegua no ha relinchado. El viejo Lovgren no ha dado su habitual paseo nocturno hasta la cuadra, cuando la prostata se deja sentir y lo saca del calor de la cama…

«Son imaginaciones mias», se dice. «Veo borroso. Todo esta igual. ?Que podria ocurrir aqui, en este pequeno pueblo de Lenarp, un poco al norte de Kadesjo, camino del precioso lago de Krageholm, en el corazon de Escania? Aqui no pasa nada. El tiempo se ha parado en este pequeno pueblo, donde la vida fluye como un riachuelo sin energia ni voluntad. Solo hay unos cuantos granjeros viejos que han vendido o arrendado sus tierras a otros. Aqui vivimos a la espera de lo inevitable…»

Vuelve a mirar hacia la ventana de la cocina y piensa que ni Maria ni Johannes Lovgren se olvidarian de cerrarla. Con la edad, el temor se mete en el cuerpo y cada vez se ponen mas cerraduras; nadie olvida cerrar una ventana antes de que caiga la noche. Envejecer es preocuparse. Los temores de la infancia vuelven cuando uno se hace mayor…

«Puedo vestirme y salir», piensa. «Ir cojeando por el jardin, con el aire invernal en la cara, hasta la cerca que separa nuestros terrenos. Puedo comprobar con mis propios ojos que veo fantasmas.»

Pero decide quedarse. Johannes pronto se levantara de la cama para hacer el cafe. Primero encendera la luz del bano, luego la de la cocina. Todo transcurrira como de costumbre…

Esta al lado de la ventana y se da cuenta de que tiene frio. El frio de la vejez que se acerca sigilosamente, incluso en las habitaciones mas calientes. Piensa en Maria y Johannes. «Con ellos tambien hemos vivido un matrimonio», piensa, «como vecinos y agricultores. Nos hemos ayudado mutuamente, hemos compartido los problemas y los anos malos. Pero tambien la buena vida. Juntos hemos celebrado la fiesta de San Juan y la cena de Navidad. Nuestros hijos han corrido de una casa a la otra como si perteneciesen a ambas. Y ahora compartimos la interminable vejez…»

Abre la ventana sin saber por que, con sigilo. No quiere despertar a Hanna. Aguanta con fuerza el gancho de la ventana para que el viento helado no se lo arranque de la mano. Pero todo esta muy quieto y el recuerda que el servicio meteorologico de la radio no ha dicho que se este acercando un temporal a la llanura de Escania.

El cielo se ve estrellado y limpido y hace mucho frio. Esta a punto de cerrar la ventana otra vez cuando le parece oir algo. Presta atencion y se da la vuelta de modo que la oreja izquierda quede hacia fuera. El oido bueno, no el derecho, que esta danado por todo el tiempo pasado entre tractores sofocantes y ruidosos.

«Un pajaro», piensa. «Un pajaro nocturno que chilla.» Despues se asusta. La angustia aparece como surgida de la nada, y lo invade.

Parece que alguien grita. De forma desesperada, para que lo oigan otras personas.

Una voz que sabe que debe atravesar gruesos muros de piedra para llegar hasta sus vecinos…

«Son imaginaciones mias», piensa otra vez. «Nadie grita. ?Quien habria de hacerlo?»

Cierra la ventana con tanta fuerza que una de las macetas cae y Hanna se despierta.

– ?Que estas haciendo? -pregunta con voz irritada.

Cuando va a contestar, tiene la certeza de que algo ha ocurrido.

El miedo es verdadero.

– La yegua no relincha -dice mientras se sienta en el borde de la cama-. Y en casa de los Lovgren la ventana

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