– ?Que les pasa en Malmo? -pregunto Wallander.

– Los llevan a uno de los barcos que estan atracados en el puerto petrolero. Alli se quedan hasta que los envian a otro sitio. Es decir, si los dejan quedarse en el pais.

– ?Que crees que les pasara a estos?

El policia se encogio de hombros.

– Sin duda les permitiran quedarse -contesto-. ?Quieres cafe? El proximo transbordador tardara un rato.

Kurt Wallander nego con la cabeza.

– Otro dia. Tengo que irme.

– Espero que los atrapeis.

– Si -dijo Kurt Wallander-. Yo tambien.

En el camino de vuelta a Ystad atropello a una liebre. Al ver el animal a la luz de los faros piso el freno, pero la liebre se golpeo ligeramente contra la rueda delantera izquierda. No se paro para ver si todavia estaba viva.

«?Que me esta pasando?», penso.

Por la noche durmio intranquilo. Poco despues de las cinco se desperto bruscamente. Tenia la boca seca y habia sonado que alguien intentaba estrangularlo. Al ver que no podria conciliar el sueno otra vez, se levanto y preparo cafe. El termometro exterior de la ventana de la cocina senalaba seis grados bajo cero. La farola se mecia con el viento. Se sento a la mesa de la cocina y penso en la conversacion que habia tenido con Rydberg la noche anterior. Lo que temia se habia confirmado. La mujer no habia dicho nada que pudiera dar una direccion a su investigacion. Sus palabras sobre algo extranjero eran demasiado vagas. Comprendio que no tenian ninguna pista.

A las seis y media se vistio y busco un rato antes de encontrar el jersey grueso que queria.

Salio a la calle, sintio la fuerza del viento, y luego condujo hacia Osterleden y giro por la carretera principal hacia Malmo. Antes de volver a ver a Rydberg, haria otra visita a los vecinos del viejo matrimonio asesinado. No le abandonaba la idea de que habia algo que no encajaba. Los asaltos a personas ancianas y solitarias raras veces eran mera coincidencia. Previamente solian circular rumores sobre dinero escondido. Y aunque los asaltos pudieran ser brutales, no se producian con esa maldad metodica de la que habia sido testigo en el lugar del crimen.

«La gente del campo se levanta temprano», penso al girar por el estrecho camino que llevaba a la casa de los Nystrom. «?Habran tenido tiempo de pensar en algo nuevo?»

Paro y apago el motor. En aquel mismo instante se apagaron las luces de la cocina.

«Tienen miedo», penso. «A lo mejor se imaginan que los asesinos han vuelto.»

Dejo encendidos los faros al salir del coche y cruzo por la gravilla hacia la escalera exterior.

Mas que verlo, intuyo el fogonazo de la escopeta que salio de una arboleda al lado de la casa. El ruido ensordecedor le hizo lanzarse de cabeza al suelo. Una piedra le corto.a mejilla y durante un instante penso que le habian dado.

– Policia -grito-. ?No disparen! ?Cono, no disparen!

La luz de una linterna le iluminaba la cara. La mano que aguantaba la linterna temblaba y el haz de luz se movia de un lado para otro. Era Nystrom el que estaba delante de el con una vieja escopeta de perdigones en la mano.

– ?Es usted? -pregunto.

Wallander se levanto sacudiendose la gravilla.

– ?A que apuntabas? -le pregunto.

– Dispare al aire -contesto Nystrom.

– ?Tienes licencia de armas? -pregunto Wallander-. Si no, puedes tener problemas.

– He hecho guardia esta noche -dijo Nystrom. Kurt Wallander noto que el hombre estaba muy asustado.

– Voy a apagar los faros -dijo Wallander-. Luego hablaremos tu y yo.

Dentro, en la cocina, vio dos cajas con perdigones encima de la mesa. En el sofa de la cocina habia una barra de hierro y un gran mazo. El gato negro estaba tumbado junto a la ventana y lo miro de forma arisca cuando entro. La esposa preparaba un cafe.

– No podia saber que era la policia quien venia -se disculpo Nystrom con voz de arrepentimiento-. Tan temprano.

Kurt Wallander empujo el mazo a un lado y se sento.

– La mujer murio anoche. Queria venir personalmente a decirselo.

Cada vez que Kurt Wallander se veia obligado a comunicar una muerte, tenia la misma sensacion de irrealidad. Explicar a unos desconocidos que un hijo o un familiar de repente habia fallecido, y hacerlo de una manera honrosa, era imposible. Las muertes que la policia debia comunicar siempre eran inesperadas, muchas veces violentas y crueles. Alguien se sube al coche para ir a comprar algo y muere. Un nino que va en bicicleta es atropellado saliendo del parque. Maltratan o asaltan a alguien; otro se suicida o se ahoga. Cuando la policia esta en la puerta, la gente se niega a recibir el mensaje.

Los dos ancianos se quedaron callados en la cocina. La esposa removia el cafe con una cuchara. El hombre golpeaba el rifle con los dedos y Wallander se apartaba discretamente de la direccion de tiro.

– Asi que a Maria se le acabaron los suplicios -dijo el hombre despacio.

– Los medicos hicieron todo lo que pudieron.

– Tal vez sea lo mejor -intervino la mujer junto a la cocina, con una brusquedad inesperada-. ?Para que iba a vivir si el estaba muerto?

El hombre dejo el rifle en la mesa y se levanto. Wallander vio que le dolia la rodilla.

– Voy a darle de comer al caballo -dijo mientras se ponia una gorra vieja.

– ?Te importa que te acompane? -pregunto Kurt Wallander.

– ?Por que iba a importarme? -dijo el hombre y abrio la puerta.

Dentro de la cuadra la yegua relincho cuando entraron. Olia a estiercol caliente y Nystrom le echo una brazada de heno dentro del box con un gesto familiar.

– Limpiare luego -dijo y acaricio la crin del caballo.

– ?Por que tenian un caballo? -pregunto Wallander.

– Para un viejo granjero, una cuadra vacia es como una morgue -contesto Nystrom-. Les hacia compania.

Kurt Wallander penso que podia comenzar a hacer las preguntas alli, en la cuadra.

– Has hecho guardia esta noche -empezo-. Tienes miedo y lo comprendo. Debes de haberte preguntado por que fueron ellos los asaltados. Debes de haber pensado: «?Por que ellos? ?Por que no nosotros?».

– Ellos no tenian dinero -explico Nystrom-. Tampoco otra cosa de especial valor. Al menos no faltaba nada. Eso se lo dije a aquel policia que estuvo aqui ayer. Me pidio que mirara por las habitaciones. Lo unico que quiza faltaba era un viejo reloj de pared.

– ?Quizas?

– Puede que se lo dieran a una de las hijas. Uno no puede acordarse de todo.

– Nada de dinero -dijo Wallander-. Y ningun enemigo. -De repente tuvo una idea-. ?Tu guardas dinero en casa? -pregunto-. ?Podria ser que los que lo hicieron se equivocaran de casa?

– Lo que tenemos esta en el banco -contesto Nystrom-. Y nosotros tampoco tenemos enemigos.

Volvieron a la casa y tomaron cafe. Kurt Wallander vio que la mujer tenia los ojos rojos, como si hubiera llorado aprovechando el rato que ellos estaban en la cuadra.

– ?Habeis notado algo raro ultimamente? -pregunto-. ?Visitantes de los Lovgren que no conociais?

Los ancianos se miraron y luego negaron con la cabeza.

– ?Cuando hablasteis con ellos por ultima vez?

– Pasamos a tomar cafe anteayer -dijo Hanna-. Fue como siempre. Tomabamos cafe en casa de uno u otro cada dia. Durante mas de cuarenta anos.

– ?Se les veia asustados? -pregunto Wallander-. ?Preocupados?

– Johannes estaba resfriado -dijo Hanna-. Pero aparte de eso, todo seguia como de costumbre.

Parecia que no llegaba a ningun sitio. Kurt Wallander no sabia que preguntar. Cada respuesta era como una nueva puerta que se cerraba.

– ?Tenian conocidos que fueran extranjeros? -pregunto.

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