– Diablos, no creo que sea ninguna de las dos cosas.

Rizzoli se puso en guardia. El se habia vuelto nuevamente hacia la gondola de verduras, y comenzo a alinear unos zapallitos pasados encima de los frescos.

– ?Quien es ella, senor Hobbs?

– No es oriental, eso se lo puedo asegurar. Tampoco es india.

– ?La conoce?

– La vi aqui una o dos veces. Alquila la vieja granja de los Sturdee en el verano. Una chica alta. No muy bonita.

«Claro, eso no le pasaria inadvertido».

– ?Cuando fue la ultima vez que la vio?

El viejo se volvio y grito:

– ?Margaret!

La puerta de un cuarto trasero se abrio y aparecio la senora Hobbs.

– ?Que?

– ?No llevaste un pedido a lo de los Sturdee la semana pasada?

– Si.

– ?La chica que vive ahi estaba bien?

– Me pago.

Rizzoli pregunto:

– ?La volvio a ver desde entonces, senora Hobbs?

– No habia motivo para que la viera.

– ?Donde queda la granja de los Sturdee?

– Camino a West Fork. Es la ultima de la carretera.

Rizzoli noto que su localizador sonaba.

– ?Puedo utilizar su telefono? -pregunto-. Mi celular acaba de quedarse sin baterias.

– ?No es una llamada de larga distancia?

– Boston.

El gruno y volvio a acomodar los zapallitos.

– El telefono publico esta afuera.

Reprimiendo sus maldiciones, Rizzoli volvio a salir al calor, encontro el telefono publico y metio unas monedas por la ranura.

– Detective Frost.

– Acabas de llamarme al localizador.

– ?Rizzoli? ?Que estas haciendo al oeste de Massachusetts?

Para su desazon, advirtio que conocia su ubicacion gracias al identificador de llamadas.

– Sali a manejar un rato.

– ?Sigues trabajando en el caso, verdad?

– Estoy haciendo un par de preguntas. Nada importante.

– Mierda, si… -Frost bajo abruptamente el tono de voz-. Si Marquette se entera…

– No vas a contarle, ?o si?

– De ninguna manera. Pero tienes que regresar. Te esta buscando y esta furioso.

– Tengo que registrar un lugar mas.

– Escucha, Rizzoli. Deja las cosas como estan, o perderas la ultima oportunidad que tienes para permanecer en la unidad.

– ?No te das cuenta? Ya perdi esa oportunidad. Ya estoy jodida. -Lim-piandose las lagrimas, se dio vuelta y miro con amargura la calle vacia, donde la tierra volaba como ceniza caliente-. El es todo lo que tengo ahora. El Cirujano. No me queda nada si no lo atrapo.

– Los estatales ya estuvieron alli. Volvieron con las manos vacias.

– Lo se.

– ?Entonces que estas haciendo alli?

– Estoy haciendo las preguntas que ellos no hicieron. -Colgo.

Luego se metio en el auto y salio a buscar a la mujer de pelo negro.

Veintiseis

La granja de los Sturdee era la unica casa al final de una larga calle sucia. Era una vieja tapera con pintura blanca descascarada y una galena que cedia en el medio, bajo el peso de una montana de lena para hacer fuego.

Rizzoli se quedo en el auto por un momento, demasiado cansada para salir. Y demasiado desmoralizada por aquello en lo que se habia convertido su prometedora carrera de antano: sentada sola en esa calle llena de basura, contemplando la inutilidad de subir por esos escalones y golpear la puerta. De hablar con una mujer sorprendida que casualmente tenia pelo oscuro. Penso en Ed Geiger, otro policia de Boston que tambien habia estacionado su auto en una calle sucia alguna vez, y habia decidido, a la edad de cuarenta y nueve anos, que en realidad se trataba del fin del camino para el. Rizzoli fue la primera detective en llegar al lugar. Mientras todos los otros policias daban vueltas alrededor del auto con el parabrisas salpicado de sangre, sacudiendo la cabeza y murmurando con pena frases para el pobre Ed, Rizzoli habia sentido poca simpatia por ese policia patetico que se habia volado los sesos.

«Es tan facil», penso, de pronto consciente del arma en su cadera. No era el arma de servicio que habia tenido que devolverle a Marquette, sino la suya propia, de su casa. Un revolver puede ser tu mejor amigo o tu peor enemigo. A veces las dos cosas a la vez.

Pero ella no era Ed Geiger; ella no era una perdedora que se comeria su revolver. Apago el motor y a reganadientes salio del auto para hacer su trabajo.

Rizzoli habia pasado toda su vida en la ciudad, y el silencio de este lugar le resultaba ominoso. Subio los escalones de la galeria, y cada crujido de la madera parecia magnificado. Las moscas volaban por encima de su cabeza. Golpeo la puerta, espero. Hizo el intento de girar el picaporte pero lo encontro trabado. Volvio a golpear, luego llamo, y su voz vibro con sorprendente sonoridad:

– ?Hola?

Para entonces los mosquitos ya la habian localizado. Se golpeo en la cara, y vio una mancha oscura de sangre en su palma. Al demonio con la vida campestre; al menos en la ciudad, los chupadores de sangre caminan en dos patas y uno puede verlos acercarse.

Volvio a golpear con energia un par de veces mas, se abofeteo para matar mas mosquitos, y por fin se rindio. No parecia haber nadie en casa.

Rodeo la casa hasta la parte trasera, buscando algun signo de entrada forzada, pero todas las ventanas estaban cerradas, todos los vidrios estaban intactos. Las ventanas eran demasiado altas como para que un intruso se trepara por ellas sin la ayuda de una escalera, y la casa habia sido levantada sobre cimientos de piedra.

Se alejo de la casa y superviso el jardin de atras. Habia un viejo granero y un estanque de granja, verde de moho. Un pato solitario flotaba a la deriva con aspecto deprimido; tal vez habia sido rechazado de su bandada. No habia signos de nada sospechoso en el jardin, solo malezas hasta la altura de la rodilla y pasto y mosquitos. Muchos mosquitos.

Unas llantas viejas conducian al granero. Unas rayas de pasto se veian aplastadas por el reciente paso de un automovil.

El ultimo lugar para chequear.

Recorrio el camino de pasto aplastado hasta el granero y vacilo. No tenia orden de registro, ?pero quien iba a enterarse? Tan solo echaria un vistazo para confirmar que no habia ningun auto dentro.

Manipulo las manijas y abrio las pesadas puertas.

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