ahogase el sonido de su llamada.

El teniente golpeo la puerta por espacio de varios minutos, con la vista fija en las calles desiertas a su espalda y alimentando el temor de ver aparecer a sus perseguidores en cualquier momento. Cuando la puerta cedio ante el, Peake se volvio y la luz de un candil le cego mientras una voz que no habia escuchado en cinco anos pronunciaba su nombre en voz baja. Peake se cubrio los ojos con una mano y reconocio el semblante impenetrable de Aryami Bose.

La mujer leyo en su mirada y observo a los ninos. Una sombra de dolor se extendio sobre su rostro. Peake bajo la mirada.

– Ella ha muerto, Aryami -murmuro Peake-.Ya estaba muerta cuando llegue…

Aryami cerro los ojos y respiro profundamente. Peake comprobo que la confirmacion de sus peores sospechas se abria camino en el alma de la dama como una salpicadura de acido.

– Entra -le dijo finalmente, cediendole el paso y cerrando la puerta a sus espaldas.

Peake se apresuro a depositar a los ninos sobre una mesa y a despojarles de las ropas mojadas. Aryami, en silencio, tomo panos secos y envolvio a los ninos mientras Peake avivaba el fuego para hacerles entrar en calor.

– Me siguen, Aryami -dijo Peake-. No puedo quedarme aqui.

– Estas herido -Indico la mujer senalando la punzada que el clavo del almacen le habia producido.

– Es solamente un rasguno superficial -indico Peake-. No me duele.

Aryami se acerco hasta el y tendio su mano para acariciar el rostro sudoroso de Peake.

– Tu siempre la quisiste…

Peake desvio la mirada hasta los pequenos y no respondio.

– Podrian haber sido tus hijos -dijo Aryami-.

Quiza asi hubiesen tenido mejor suerte.

– Debo irme ya, Aryami -concluyo el teniente. Si me quedo aqui, no se detendran hasta encontrarme.

Ambos intercambiaron una mirada derrotada, conscientes del destino que esperaba a Peake tan pronto volviese a las calles. Aryami tomo las manos del teniente entre las suyas y las apreto con fuerza.

– Nunca fui buena contigo -le dijo-Temia por mi hija, por la vida que podia tener junto a un oficial britanico. Pero estaba equivocada. Supongo que nunca me lo perdo-naras.

– Eso ya no tiene ninguna importancia -respondio Peake-. Debo irme. Ahora.

Peake se acerco un ultimo instante a contemplar a los ninos que descansaban al calor del fuego. Los bebes le miraron con curiosidad juguetona y ojos brillantes, sonrientes. Estaban a salvo. El teniente se dirigio hasta la puerta y suspiro profundamente. Tras aquel par de minutos en reposo, el peso de la fatiga y el dolor palpitante que sentia en la pierna cayeron sobre el implacablemente. Habia apurado hasta el ultimo aliento de sus fuerzas para conducir a los bebes hasta aquel lugar y ahora dudaba de su capacidad para hacer frente a lo inevitable. Afuera, la lluvia seguia azotando la maleza y no habia senal de su perseguidor ni de sus esbirros.

– Michael… -dijo Aryami a sus espaldas. El joven se detuvo sin volver la vista atras.

Ella lo sabia -mintio Aryami-. Lo supo desde siempre y estoy segura de que, de al-guna manera, te correspondia. Fue por mi culpa. No le guardes rencor.

Peake asintio en silencio y cerro la puerta a sus espaldas. Permanecio unos segundos bajo la lluvia y despues, con el alma en paz, reemprendio el camino al encuentro de sus perseguidores. Deshizo sus pasos hasta llegar al lugar por donde habia salido del almacen abandonado para internarse de nuevo en las sombras del viejo edificio en busca de un escondite donde disponerse a esperar.

Mientras se ocultaba en la oscuridad, el agotamiento y el dolor que sentia se fundieron paulatinamente en una embriagadora sensacion de abandono y paz. Sus labios dibujaron un amago de sonrisa. Ya no tenia ningun motivo, ni esperanza, para seguir vi-viendo.

Los dedos largos y afilados del guante negro acariciaron la punta ensangrentada de clavo que asomaba del madero roto, al pie de la entrada al sotano del almacen. Lenta-mente, mientras sus hombres esperaban en silencio a su espalda, la esbelta figura que ocultaba su rostro tras la capucha negra se llevo la yema del indice a los labios y lamio la gota de sangre oscura y espesa saboreandola como si se tratase de una lagrima de miel. Tras unos segundos, se volvio hacia aquellos hombres que habia comprado horas antes por unas simples monedas y la promesa de un nuevo pago al termino de su labor y senalo hacia el interior del edificio. Los tres esbirros se apresuraron a introducirse a traves de la trampilla que Peake habia abierto minutos antes. El encapuchado sonrio en la oscuridad.

– Extrano lugar has elegido para venir a morir, teniente Peake -murmuro para si mismo.

Oculto tras una columna de cajas vacias en las entranas del sotano, Peake observo a las tres siluetas, introducirse en el edificio y, aunque no podia verle desde alli, tuvo la cer-teza de que su amo estaba esperando al otro lado del muro. Presentia su presencia. Peake extrajo su revolver e hizo girar el barrilete hasta situar una de las dos balas en la recamara, amortiguando el sonido del arma bajo la tunica empapada que le cubria. Ya no sentia reparos en emprender el camino hacia la muerte, pero no pensaba recorrerlo en solitario.

La adrenalina que corria por sus venas habia mitigado el dolor punzante de su rodi-lla hasta convertirlo en un latido sordo y distante. Sorprendido ante su propia serenidad, Peake sonrio de nuevo y permanecio inmovil en su escondite. Contemplo el lento avance de los tres hombres a traves de los pasillos entre las estanterias desnudas, hasta que sus verdugos se detuvieron a una decena de metros. Uno de los hombres alzo la mano en senal de alto y senalo unas marcas en el suelo. Peake coloco su arma a la altura del pecho, apuntando hacia ellos, y tenso el gatillo del revolver.

A una nueva senal, los tres hombres se separaron. Dos de ellos rodearon lentamente el camino que conducia hasta la pila de cajas, y el tercero camino en linea recta hacia Peake. El teniente conto mentalmente hasta cinco y, subitamente, empujo la columna de cajas sobre su atacante. Las cajas se desplomaron encima de su oponente y Peake corrio hacia la abertura por la que habian entrado.

Uno de los asesinos a sueldo salio a su encuentro en una interseccion del corredor, blandiendo la hoja del cuchillo a un palmo de su rostro. Antes de que aquel criminal de alquiler pudiera sonreir victorioso, el canon del revolver de Peake se clavo bajo su barbi-lla.

– Suelta el cuchillo -escupio el teniente.

El hombre leyo los ojos glaciales del teniente e hizo lo que se le ordenaba. Peake lo asio brutalmente del pelo y, sin retirar el arma, se volvio a sus aliados escudandose con el cuerpo de su rehen. Los otros dos matones se acercaron lentamente hacia el, acechantes.

– Teniente, ahorranos la escena y entreganos lo que buscamos -murmuro una voz familiar a su espalda-. Estos hombres son honrados padres de familia.

Peake volvio la vista al encapuchado que sonreia en la penumbra a escasos metros de el. Algun dia no muy lejano habia aprendido a apreciar aquel rostro como el de un amigo. Ahora apenas podia reconocer en el a su asesino.

– Voy a volar la cabeza de este hombre, Jawahal -gimio Peake.

Su rehen cerro los ojos, temblando.

El encapuchado cruzo las manos pacientemente y emitio un leve suspiro de fastidio.

– Hazlo si te complace, teniente- replico Jawahal-. Pero eso no te sacara de aqui.

– Hablo en serio -replico Peake hundiendo la punta del canon bajo la barbilla del maton.

– Claro, teniente- dijo Jawahal en tono conciliador-. Dispara si tienes el valor ne-cesario para matar a un hombre a sangre fria y sin el permiso de su majestad. De lo con-trario suelta el arma y asi podremos llegar a un acuerdo provechoso para ambas partes.

Los dos asesinos armados se habian detenido y permanecian inmoviles, dispuestos a saltar sobre el a la primera senal del encapuchado, Peake sonrio.

– Bien -dijo finalmente-. ?Que te parece este acuerdo?

Peake empujo a su rehen al suelo y se volvio hacia el encapuchado con el revolver en alto. El eco del primer disparo recorrio el sotano. La mano enguantada del encapuchado emergio de la nube de polvora con la palma extendida. Peake creyo ver el proyectil aplas-tado brillando en la penumbra y fundiendose lentamente en un hilo de metal liquido que resbalaba entre los dedos afilados al igual que un punado de arena.

– Mala punteria, teniente -dijo el encapuchado-. Vuelvelo a intentar, pero esta vez, mas cerca.

Sin darle tiempo a mover un musculo, el encapuchado tomo la mano armada de Peake y llevo la punta de la pistola a su rostro, entre los ojos.

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