Mary Higgins Clark

No Llores Mas, My Lady

Weep No More, My Lady, 1987

Para mis nietos…

Elizabeth Higgins Clark

y

Andrew Warren Clark,

los dos «Dirdrews»

con amor, alegria y deleite.

Prologo

Julio 1969

Ese dia en Kentucky habia amanecido muy caluroso. Elizabeth, de ocho anos, se acurruco en un rincon del angosto porche, tratando de acomodarse en la estrecha banda de sombra que proporcionaba el voladizo. El cabello le caia sobre el cuello aun cuando lo tenia atado con una cinta. La calle estaba desierta; casi todo el mundo dormia la siesta del domingo por la tarde o se habia ido a la piscina local. A Elizabeth tambien le hubiera gustado ir, pero sabia que era mejor no pedirlo. Su madre y Matt habian estado bebiendo todo el dia y empezaban a renir. Odiaba que lo hiciera, en especial en verano, con todas las ventanas abiertas. Todos los ninos dejaban de jugar para escuchar. La pelea de ese dia habia sido realmente fuerte. Su madre habia insultado a Matt hasta que este volvio a golpearla. Ahora, ambos estaban dormidos, desparramados sobre la cama sin cubrirse; los vasos vacios yacian en el suelo junto a ellos.

La nina deseaba que su hermana Leila no tuviera que trabajar los sabados y domingos. Antes de que comenzara a trabajar los domingos, Leila decia que ese era el dia de ambas y llevaba a Elizabeth a pasear con ella. La mayoria de las muchachas de diecinueve anos como Leila salian con muchachos, pero Leila nunca lo hacia. Pensaba viajar a Nueva York para convertirse en actriz y no quedarse atrapada en Lumber Creek, Kentucky. «El problema con estos pueblos rusticos, Sparrow, es que todos se casan al terminar la secundaria y terminan con ninos llorones y papilla sobre los sueteres de los equipos de la escuela. Pero eso no me sucedera a mi.»

A Elizabeth le gustaba escuchar a Leila contar sobre como serian las cosas cuando ella fuera una estrella, pero tambien la asustaba. No se imaginaba viviendo alli con su madre y Matt, sin Leila.

Hacia demasiado calor como para jugar. Sin hacer ruido, se puso de pie y se acomodo la camiseta dentro de los pantalones cortos. Era una nina delgada, de piernas largas y pecas en la nariz. Tenia ojos rasgados y mirada adulta: «Rostro de reina solemne», solia decirle su hermana. Leila siempre inventaba nombres para todos; a veces, eran nombres graciosos, pero cuando no le gustaba la persona, no eran muy bonitos que digamos.

Dentro de la casa hacia mas calor que fuera. El sol de las cuatro de la tarde se filtraba por las sucias ventanas, dando de lleno sobre el sofa de muelles gastados y el relleno que comenzaba a salirse, y el suelo de linoleo, tan viejo que no se podia saber cual habia sido su color original, rajado y combado debajo de la pileta de lavar. Hacia cuatro anos que vivian alli. Elizabeth apenas recordaba su otra casa en Milwaukee. Era un poco mas grande, con una cocina de verdad, dos banos y un enorme patio. Elizabeth se sintio tentada de ordenar un poco la sala, pero sabia que en cuanto Matt se despertara, todo volveria a estar como antes, con botellas de cerveza, cenizas de cigarrillo y su ropa tirada por todos lados. Pero tal vez podia intentarlo.

Unos ronquidos pesados y desagradables llegaban a traves de la puerta abierta del dormitorio de su madre. Se asomo a mirar. Su madre y Matt debian de haber terminado la pelea porque dormian entrelazados, la pierna derecha de Matt sobre la izquierda de su madre y su rostro hundido en el cabello de ella. Esperaba que se despertaran antes de que Leila regresara. Leila odiaba verlos asi. «Debes traer a tus invitados para que visiten a mama y su novio -le habia susurrado a Elizabeth con su voz teatral-, y mostrar el medio elegante en el que vives.»

Leila debia de estar trabajando despues de la hora. El bar quedaba cerca de la playa y a veces, en los dias calurosos, faltaban un par de camareras. «Estoy indispuesta -le decian al gerente por telefono-, y tengo fuertes retortijones.»

Leila se lo habia contado y le habia explicado que queria decir: «Solo tienes ocho anos, eres joven, pero mama nunca me explico nada y cuando me sucedio apenas podia caminar de regreso a casa; me dolia tanto la espalda que pense que moriria. No dejare que eso te suceda a ti y no quiero que otros te hagan insinuaciones como si se tratara de algo extrano.»

Elizabeth se esforzo por darle a la sala el mejor aspecto. Bajo un poco las persianas para que no entrara tanto sol. Vacio los ceniceros y tiro las botellas de cerveza que su madre y Matt habian vaciado antes de la pelea. Luego, se dirigio a su cuarto. Tenia el espacio suficiente para un catre, una comoda y una silla con el asiento de paja roto. Leila le habia regalado un cubrecama de felpilla blanca para su cumpleanos y una libreria de segunda que pintaron de rojo y colgaron en la pared.

Por lo menos la mitad de sus libros eran obras de teatro. Elizabeth eligio una de sus favoritas: Nuestra ciudad. Leila habia representado el papel de Emily el ano anterior en la secundaria y habia ensayado tanto suporte con Elizabeth que ella tambien se habia aprendido la letra. A veces, en la clase de aritmetica habia leido mentalmente una de sus obras favoritas. Le gustaba mucho mas que las tablas de multiplicar.

Debio de haberse dormido porque cuando abrio los ojos Matt estaba inclinado sobre ella. Su aliento olia a tabaco y cerveza y sonrio, su respiracion se hizo mas pesada y el olor mas fuerte. Elizabeth retrocedio, pero no habia forma de escapar. El le palmeo una pierna.

– Debe ser un libro aburrido, Liz.

El sabia que le gustaba que la llamaran por su nombre completo.

– ?Mama se desperto? Puedo comenzar a preparar la cena.

– Tu mama va a seguir durmiendo por un rato. ?Por que tu y yo no nos recostamos y leemos juntos? -En un momento, Elizabeth estaba contra la pared y Matt ocupando casi toda la cama. Elizabeth comenzo a retorcerse.

– Sera mejor que me levante y prepare unas hamburguesas -dijo.

El la tomo con fuerza de los hombros.

– Primero dale un fuerte abrazo a tu papaito, querida.

– Tu no eres mi padre. -De repente, se sintio atrapada. Queria llamar a su madre, tratar de despertarla, pero ahora Matt la estaba besando.

– Eres una nina muy bonita -le dijo el-. Seras una gran belleza cuando crezcas. -Su mano avanzaba sobre la pierna de Elizabeth.

– No me gusta -dijo ella.

– ?No te gusta que, muneca?

Y entonces, sobre el hombro de Matt, pudo ver a Leila de pie ante la puerta. Sus ojos verdes estaban oscuros por la rabia. En un segundo, atraveso el cuarto y le tiro con tanta fuerza de los cabellos que Matt

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