– No. Hasta ahora preferi no decirle nada: era muy chica cuando yo iba a la casa de Kloster y para ella era solamente un escritor, sin nombre, que me dictaba por las mananas. Ni siquiera imagina nada de todo lo demas. Preferi que pudiera tener una vida normal, hasta donde nos era posible. Nunca imagine que fuera a meterse ella misma en la boca del lobo. Cuando ayer me conto esto crei que me pondria a gritar delante de ella. Pase la noche sin dormir. Y de pronto me acorde de vos.

Me miro, y fue como si extendiera hacia mi una mano suplicante.

– Me acorde de que vos tambien sos escritor. Y se me ocurrio que quiza pudieras encontrar una manera de hablarle. Hablar por mi.

Estallo de pronto en un llanto crispado y como si ya no le importara contenerse me dijo, casi en un grito:

– No quiero morir. Al menos no quiero morir asi, sin ni siquiera saber por que. Esto es solamente lo que queria pedirte.

Supongo que hubiera debido, en ese momento, tratar de abrazarla, pero no pude hacer el primer movimiento y solo me quede alli, petrificado, aterrado por la violencia de su llanto, a la espera de que lentamente se calmara.

– Claro que no vas a morir -le dije-. Nadie mas va a morir.

– Solo quiero saber por que -repitio ella detras de la bruma de lagrimas- solo quiero que hables con el y le preguntes por que. Por favor -volvio a suplicarme-, ?harias eso por mi?

CUATRO

Apenas sali otra vez al aire frio y cortante de la noche, vi la dificultad, o en realidad, la serie de dificultades, en que me habia metido. ?Le habia creido entonces a Luciana? Por extrano que pudiera parecerme ahora, mientras volvia caminando a mi casa y miraba en las calles los vestigios del domingo, hasta cierto punto le habia creido, tal como puede creerse en la revolucion mientras se lee el Manifiesto comunista o Los diez dias que conmovieron al mundo. Le habia creido en todo caso lo bastante como para hacer aquella promesa estupida que ahora, cuanto mas lo pensaba, mas dificil me parecia de cumplir. No conocia personalmente a Kloster; nunca ni siquiera lo habia visto. Diez anos atras, cuando yo escribia para distintos suplementos culturales, en la epoca en que rodaba de fiestas literarias en presentaciones de libros, y de mesas redondas en redacciones, me hubiera sido imposible no conocerlo si tan solo se hubiera asomado. Pero Kloster habia hecho en esos anos de su terca no aparicion una leyenda, que era, suponia yo, otra forma de la altura desdenosa con que debia mirarnos. Algunos habiamos jugado incluso con la idea de que Kloster en verdad no existiera, que fuera la invencion conjunta de otros escritores, como el Nicolas Bourbaki de los matematicos, o bien de un duo de amantes secretos de nuestras letras, que no podian escribir juntos sus nombres. Las dos o tres fotos no muy nitidas que se repetian desde hacia anos en las contratapas de sus libros podian ser facilmente parte de un truco. Habiamos hecho bromas y conjeturas, y yuxtaposiciones de todo tipo, pero Kloster parecia demasiado distinto, separado por abismos de la galaxia argentina, como una estrella fria y lejana. Y en los anos siguientes, cuando Kloster habia consumado esa transformacion espectacular y estaba freneticamente en todos lados, yo habia hecho mi propio viaje al fin de la noche, y a mi regreso, si alguna vez habia regresado, habia preferido apartarme de todo y de todos, para encerrarme casi como un fobico entre las cuatro paredes de mi departamento. Nunca habia vuelto al ruedo literario y apenas salia ahora para mis caminatas y mis clases. Habiamos tenido asi un desencuentro perfecto. Algo nos separaba todavia mas. Cuando Kloster habia cometido lo imperdonable -tener su primer gran exito- la maquina de pequenos resentimientos del mundillo literario se habia puesto en marcha contra el. Lo que habia sido un secreto bien guardado, que se transmitia en voz baja con admiracion desconcertada entre los buscadores de nombres escondidos, ahora habia quedado a la vista de todos, al precio democratico de cualquier otro autor argentino, y en la gran ola de reconocimiento tambien los libros anteriores de Kloster habian reaparecido a la luz. Los lectores rasos, por miles, se apoderaban de pronto de esas primeras ediciones que habian circulado como una contrasena entre conocedores. Esto solo podia significar una cosa: que Kloster no podia ser tan bueno como habiamos creido. Que debiamos, rapidamente, rectificarnos y disparar contra el. Para mi verguenza, yo tambien habia participado en el peloton de fusilamiento, con un articulo en el que ensayaba todas las formas de la ironia contra el escritor que mas admiraba. Habia sido poco despues de resignar a Luciana, todavia herido por saber -por creer- que ella habia vuelto junto a el. Y si bien habian pasado casi diez anos, y aunque el articulo habia aparecido en una revista oscura que ya ni siquiera existia, yo conocia demasiado bien la red de redes de la intriga literaria: alguien, sin duda, se lo habria puesto en algun momento debajo de los ojos y si lo habia leido -y era la mitad de vengativo de lo que Luciana creia-, nunca me lo habria perdonado.

No podia imaginar siquiera la posibilidad de llamarlo y decirle mi nombre: temia que colgara de inmediato, antes de que pudiera pronunciar la primera frase. Pense en alternativas cada vez mas disparatadas: presentarme directamente en la puerta de su casa, fraguar un encuentro en la calle, hacerme pasar, con otro nombre, por un periodista. Pero aun si lograba transponer aquella primera valla, aun si lograba comparecer frente al hombre en la fortaleza de su fama para intercambiar unas palabras con el, ?como hablarle a continuacion de Luciana, como introducir el verdadero tema, sin que la conversacion acabara antes de empezar? Me fui a dormir con una irritacion dirigida sobre todo contra mi mismo, por haberme metido, una vez mas, en un problema que no era mio y del que ya pedia a gritos salir. ?Por que habia dicho que si cuando todo adentro de mi decia que no?, volvi a preguntarme. Siempre somos demasiado buenos con las mujeres, hubiera dicho Queneau. Y aun con sus fantasmas, pense, en la oscuridad pesada de mi cuarto, sin lograr evocar nada del rostro de la verdadera Luciana diez anos atras.

Al dia siguiente me desperte como si hubiera dejado atras una noche tormentosa y tuviera otra vez, a pesar de la resaca, los sentidos recobrados y en calma, como instrumentos confiables. A la luz tibia y familiar del sol que entraba por la ventana senti que oscilaba a la incredulidad, y a la sospecha de que habia sido enredado por aquella aparicion del pasado con una serie de mentiras cuidadosas. Baje a desayunar a un bar, famelico sobre todo de cafeina, y mientras repasaba mentalmente la historia de Luciana en busca de contradicciones o deslices, me daba cuenta, por un resquicio de esta misma lucidez ecuanime, de que si preferia ahora poner en duda lo que habia escuchado, era antes que nada para librarme de la mision absurda que habia asumido.

No tenia que dar clase ese lunes, por supuesto, pero si debia ir hasta el Bajo, a recoger los pasajes para mi vuelo del miercoles a la ciudad de Salinas, donde me habian invitado a dictar un curso de posgrado en la Universidad del Oeste. En el Bajo, tambien, estaba la redaccion de uno de los diarios para los que habia hecho resenas durante algun tiempo. Decidi que antes de dar cualquier paso valdria la pena ir a consultar los archivos para asegurarme de que al menos los hechos mas obvios eran verdaderos. Cuando llegue a los edificios antiguos cerca del rio, me senti yo mismo un espectro que volvia despues de demasiado tiempo a un sitio que ya no existia. La fachada estaba tapizada como una catedral en refaccion, detras de reticulos de hierro, irreconocible por una reforma que todavia no estaba terminada. Intente encontrar la entrada por unos pasadizos provisorios de tablones y carteles con flechas. Alguien que habia salido a fumar afuera me saludo desde lejos sin demasiada sorpresa ni entusiasmo; devolvi automaticamente el saludo sin estar demasiado seguro de quien podria ser. Tambien las recepcionistas de la entrada habian cambiado, pero el sotano con los archivos permanecia intacto, como si hubiera sido demasiado dificil mover el pasado. Baje las escaleras y volvi a aspirar el olor a humedad de las paredes descascaradas y senti bajo los pies el crujido delator de la pinotea vencida. Estaba solo alli abajo y supuse que la bibliotecaria habria salido a buscar su almuerzo. Revise por mi mismo en los estantes ordenados por fechas. Las dos primeras muertes habian ocurrido antes de que los diarios fueran digitalizados pero encontre rapidamente los biblioratos con los ejemplares de cada ano. La primera de las noticias estuve a punto de pasarla por alto: ocupaba apenas un recuadro casi perdido al pie de una pagina. El titulo era «Guardavidas ahogado». Ni siquiera aparecia alli el nombre de Luciana, solo se decia que las tareas de rescate habian sido infructuosas y que la temperatura del agua y la extenuacion le habian provocado al joven guardavidas calambres masivos, a pesar de su entrenamiento. Aquello era todo: no habia al dia siguiente ninguna clase de ampliacion e imagine que nadie en la costa habia querido dar demasiada publicidad a esa muerte a principios de la temporada.

La noticia sobre el envenenamiento de los padres, casi al final del bibliorato siguiente, ocupaba en cambio mas de media pagina. Habia una foto ya algo borrosa de un arbol, con dos o tres hongos al pie, y un diagrama comparativo del Amanita Phalloides con un champignon comun. Una flecha senalaba la volva desprendida, tal como me habia explicado Luciana. En el cuerpo de la nota se mencionaba que el matrimonio

Вы читаете La muerte lenta de Luciana B.
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×