esto ya es un arte bastante mas dificil, hay que anticipar todos los posibles choques, las reacciones en cadena. Porque el verdadero proposito, la astucia del juego, no es hundir la bola sino hundirla y dejar la blanca libre y ubicada para volver a golpear otra vez. Por eso, de todas las trayectorias posibles, los profesionales eligen a veces la mas indirecta, la mas inesperada, porque siempre estan pensando una jugada mas adelante. No quieren solamente golpear, sino golpear y no dejar de golpear, hasta hundirlas a todas. Geometria, si, pero una geometria encarnizada. -Se dirigio hacia la esquina de la mesa donde habia dejado su vaso, tomo un sorbo, y volvio a mirarme, con las cejas algo arqueadas-. Y bien, ?cual es la cuestion tan urgente que lo trajo hasta aqui y que no podia esperar hasta manana?

– Entonces, ?no se entero del incendio? ?No sabe nada? -y trate de detectar en su cara el menor signo de simulacion. Pero Kloster permanecio imperturbable, como si realmente no supiera todavia de que le estaba hablando.

– Me entere de que hubo algunos incendios ayer, una historia de mueblerias. Pero no estoy demasiado pendiente de las noticias -dijo.

– Hace dos horas incendiaron otra. Una tienda de muebles antiguos debajo de un geriatrico. El geriatrico de la abuela de Luciana. Todavia estan sacando los cuerpos a la calle. La abuela de Luciana estaba en la primera lista de muertos.

Kloster parecio asimilar poco a poco la informacion, y permanecio por un instante consternado, como si estuviera haciendo el esfuerzo de confrontarla con otro recorrido de su pensamiento. Cruzo el taco sobre la mesa y me parecio ver en el movimiento de su mano un temblor ligero. Se dio vuelta hacia mi con la expresion oscurecida.

– ?Cuantos muertos? -dijo.

– Todavia no se sabe -respondi-. Habian sacado hasta ahora catorce cadaveres. Pero es probable que mueran varios mas durante la noche en los hospitales.

Kloster asintio, inclino hacia abajo la cabeza y abrio la mano como una visera para oprimirse las sienes. Camino asi de un lado a otro de la mesa, muy lentamente, con los ojos ocultos por el dorso de la mano. ?Podia estar fingiendo esa conmocion? Parecia verdaderamente afectado por la noticia, pero en algun otro sentido que yo no lograba descifrar. Alzo por fin otra vez la mirada, pero no la dirigio hacia mi, sino a un punto impreciso, como si hablara para si mismo.

– Un incendio -dijo, todavia sin mirarme, detenido en esa reflexion trabajosa-. Fuego, claro que si. Y ya veo tambien por que vino a buscarme hasta aqui. -Bajo los ojos de pronto hacia mi en una mirada fulminante de desprecio-. Usted cree que sali de mi casa hace un par de horas con mi bolso, le prendi fuego a ese geriatrico y me vine despues a nadar tranquilamente mis cien piletas, mientras los viejitos ardian y se carbonizaban. Eso es lo que cree, ?no es cierto?

Hice un gesto de incertidumbre.

– Luciana lo vio hace dos semanas, detenido frente al edificio de ese geriatrico y mirando hacia los balcones. Fue por eso que vino a buscarme, creia que usted planeaba algo contra su abuela.

Kloster me midio con la mirada, pero sin que el gesto de desprecio se desvaneciera del todo, como si lo impacientara que aquello fuera lo unico que yo pudiera oponerle.

– Es posible, es muy posible. En mi novela tambien debia imaginar una muerte en un asilo de ancianos. Hice una recorrida por varios, en distintos barrios. Algunos los mire solo por afuera y tome notas mentales. En uno o dos fingi incluso que queria internar a un familiar y los visite por adentro. Se sorprenderia de la facilidad con que le abren a uno las puertas. Queria encontrar algun detalle para una muerte que fuera convenientemente ingeniosa. Pero yo estaba pensando siempre en una muerte, una persona. No se me habia ocurrido esta solucion a la vez tan simple y brutal: arrasar con todo. Digamoslo asi, a mi tambien me sorprende cada vez. El modo. Aunque bien mirado, el fuego era una eleccion bastante obvia.

Habia ahora algo extraviado en su forma de hablar, como si se estuviera refiriendo a una tercera persona. Me volvio a mirar, aunque sus ojos estaban erraticos, y volvio a caminar, en lo que parecia una lucha furiosa con si mismo.

– Pero todos esos muertos… por supuesto son inocentes -dijo-. Eso no debia pasar. No debia pasar de ningun modo. Es hora de detenerlo. Y a la vez, es demasiado tarde. Ya no sabria como detenerlo.

Se acerco a mi y ahora su expresion habia cambiado otra vez, como si quisiera presentarme su cara totalmente desnuda, y se pusiera a mi merced para que yo lo juzgara.

– Otra vez le pregunto: ?cree que fui yo? ?Cree que soy yo cada vez?

Retrocedi un paso, sin poder evitarlo. Los ojos de Kloster tenian algo desvastado y aterrador, como si en las pupilas ardiera una clase de locura mucho mas arraigada y oscura que la de Luciana.

– No, no lo creo -dije-. Aunque ya no se que creer.

– Pero deberia creerlo -dijo Kloster, con un tono sombrio-. Deberia creerlo, aunque por otras razones. Hace unas horas, antes de venir aqui, yo habia empezado a escribir justamente esa escena, la muerte en el asilo. Deje la idea en borrador, sobre mi escritorio. Y ya ve, ocurrio otra vez. Solo cambia la forma. Como si quisiera dejar su sello. O burlarse de mi. Una correccion de estilo. Cada vez ocurrio asi. Solo tenia que escribirlo. Al principio trate de convencerme a mi mismo de que debian ser coincidencias. Coincidencias por supuesto muy extranas. Demasiado exactas. Pero el dictado… ya habia empezado. Supongo que podria decir que es una obra en colaboracion.

– En colaboracion… ?con quien?

Kloster me miro con recelo, como si hubiera llegado demasiado lejos y de pronto dudara de que pudiera confiarme aquello. O quiza, porque era la primera vez que se decidia a contarlo.

– Trate de decirselo, la primera vez que hablamos, cuando reconoci que yo tampoco creia que las muertes fueran del todo casuales. Pero no hubiera podido en ese momento ponerlo en palabras. Era la unica explicacion posible, y a la vez, la unica que nadie hubiera creido. Ni siquiera yo la creia del todo… antes de que pasara esto. Posiblemente usted no la crea ahora tampoco. Pero recordara que le mencione el prefacio a los Cuadernos de notas de Henry James.

– Si, me acuerdo perfectamente: me dijo que habia tomado de alli la idea de dictar sus novelas.

– Hay algo mas en ese libro. Algo que se revela en unas anotaciones intimas entre apunte y apunte, y que yo nunca hubiera imaginado del ironico y cosmopolita Henry James. Tenia, o creia tener, un espiritu protector, un «buen angel». A veces lo llama su «demonio de paciencia», otras veces su daimon. O tambien el «bendito Genio», o «mon bon». Lo invoca, lo espera, lo percibe a veces sentado cerca de si. Dice incluso que puede sentir su aliento cerca de su mejilla. A el se encomienda, a el le reclama cuando no llega la inspiracion, a el aguarda cada vez que se instala en un nuevo cuarto a escribir. Un espiritu tutelar que lo acompano toda su vida… hasta que empezo a dictar. Eso es quiza lo mas notable en los cuadernos: la desaparicion de toda referencia a su angel a partir de la fecha en que otra persona entro a su cuarto de trabajo. A partir de que las palabras dictadas en voz alta reemplazaron al ruego en silencio. Como si esa colaboracion secreta se hubiera interrumpido para siempre. Recuerdo que cuando leia estas invocaciones al buen angel no podia evitar sonreirme: apenas podia imaginar al venerable y distinguido James rogando como si fuera un nino a un amigo invisible. Me parecia pueril, a la vez ridiculo y conmovedor, como si estuviera espiando por una ventana algo que no debia saber. Si, me reia de todo esto y lo olvide casi de inmediato. Hasta que empece yo mismo a dictar. Y al reves de James, tuve con el dictado, a traves del dictado, mi propia visitacion. Solo que no era un buen angel.

Tomo otro sorbo de su vaso y su mirada se perdio por un momento, hasta que apoyo otra vez el vaso sobre el borde de la mesa y volvio a mirarme, con esa expresion desguarnecida.

– Creo que ya le conte de esa manana: habia empezado a dictarle a Luciana despues de varios dias de enmudecimiento, de paralisis, y tuve de pronto un rapto, una sensacion de transporte. Mientras yo le dictaba a Luciana, alguien mas me dictaba a mi. Era un susurro imperioso que vencia todo escrupulo, toda vacilacion. La escena que tenia por delante, la escena en la que me habia detenido, tenia que ser particularmente horrorosa. Sangrienta si, pero tambien metodica: la ejecucion de una venganza cainita. Nunca antes habia tenido que escribir algo asi, en general yo siempre preferi crimenes mas civilizados, menos estentoreos. Pense que no estaba en mi naturaleza, que nunca podria hacerlo. Y de pronto, lo unico que tenia que hacer era

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